Cuando las expectativas están por las nubes es casi imposible estar a la altura. Pero, de vez en cuando, surge alguien como Carlos Alcaraz. Un nombre que empezó a resonar en el circuito de tenis masculino hace años como algo más que el próximo número uno del mundo. Se hablaba de él como de un elegido. Alguien diferente que venía a cambiar este deporte. Y aunque los que decían todo aquello seguramente antes ya habían asegurado lo mismo de otros muchos jugadores, en este caso acertaron.

La victoria de Alcaraz este domingo en Wimbledon es un antes y un después. No fue ganar su segundo Grand Slam, fue hacerlo ante Novak Djokovic en una superficie en la que el serbio es, indiscutiblemente, el mejor del mundo y el murciano apenas tiene experiencia. Djokovic llevaba cuatro títulos consecutivos en Londres, no perdía un partido allí desde 2017 y no conocía una derrota jugando en la pista central del torneo desde hace 10 años. Era un partido que Carlos no debería haber ganado, por lo menos aún. Pero lo hizo.

Probablemente en el tenis actual sólo haya una cosa más difícil que vencer en una final de Wimbledon ante Djokovic: ganarle una final de Roland Garros a Nadal. Pero con Rafa lesionado, se puede decir que Alcaraz, con 20 años y 73 días, se ha pasado el tenis. Lo ha desbloqueado, ha vencido al monstruo del final del juego. Y una vez lo ha conseguido, no parece que nada se le pueda resistir. Sobre todo teniendo en cuenta que la lógica nos dice que aún le quedan años de evolucionar y mejorar como tenista. Que está, en definitiva, lejos aún de alcanzar su mejor versión.

Para vencer al serbio Alcaraz combinó los dos factores que distinguen a un campeón de un buen jugador. Por un lado, ser fiel a sí mismo incluso en los momentos más complicados. Y por otro, alejar todas las dudas cuando parece que pueden acabar contigo. Y es que, aunque desde hace cerca de un año Alcaraz es el tenista que está jugando a un nivel más alto del circuito, eso no vale contra Djokovic. El balcánico lleva años devorando a rivales y dominando con mano de hierro porque cuando no gana tenísticamente, lo hace psicológicamente. Algo que ha ido aumentando su leyenda hasta tal punto que el jugador que saltó a la pista este domingo era un gigante. Un coloso serbio.

Ante todo esto, Alcaraz sabía que su única opción para tener posibilidades era pasar por encima de su rival. Arrollarle y no dejarle respirar durante cinco horas y cinco sets. Acabó consiguiéndolo, pero por el camino tuvo que recomponerse de un inicio de partido donde Novak le arrasó, tuvo que ganarle un tie break (algo que parecía imposible este año frente al serbio) y, sobre todo, tuvo que reponerse de la herida psicológica que supuso la pasada semifinal de Roland Garros.

Y es que ese partido pudo haberle hecho mucho daño a Carlos. Fue la primera vez que el mundo vio que, en realidad, el número uno del mundo es un chaval de 20 años que jamás se había enfrentado a un rival tan fuerte como Djokovic en esas instancias de un torneo tan importante. La lesión que el tenista murciano sufrió, como él mismo admitió, por los nervios justo cuando había logrado equilibrar el partido le impidió competir y acabó cediendo los dos últimos sets muy fácilmente. Fue una grieta, la primera que le veíamos. Y podía haberse convertirdo en un mar de dudas. Pero después de Wimbledon todo eso ha quedado enterrado.

Porque esa es la esencia de Alcaraz: no duda ni tiembla por grande que sea el rival y el escenario. Y siempre es fiel a una manera de jugar agresiva, que combina potentes golpes ganadores con sutiles dejadas que cortan el ritmo del juego y dejan clavados a sus rivales. Un estilo único, que ya tiene patentado, y que se sustenta en una inspiración que sólo tienen los genios. Y que, por encima de todo, le ha llevado a dominar en un circuito donde parecía que se estaban imponiendo los jugadores cercanos a los dos metros de altura expertos en el saque.

Un número uno en tres superficies

Carlos tiene otra cosa que parece muy fácil pero no lo es en absoluto. Y es que conecta con el público. Quizás porque está ganando mucho últimamente, y la mayoría de la gente apoya siempre al que más gana; porque tiene un estilo de juego que le hace ser, de largo, el jugador más entretenido de ver; o porque juega sonriendo y celebra los puntos involucrando al público, pero nunca faltando al respeto. Pero sea como sea, es algo muy complicado de conseguir -que se lo digan al propio Djokovic-, y que le abre las puertas a convertirse en un icono no sólo del tenis, sino del deporte.

Hasta hace apenas tres semanas había dudas sobre si Alcaraz podría extrapolar el juego que le ha hecho número uno del mundo a la hierba. Era algo lógico, porque apenas ha jugado torneos en esta superficie de manera profesional. Pero ha durado poco. Los títulos consecutivos en Queens y Wimbledon demuestran que Carlos es el mejor, independientemente de la superficie en la que se juegue. Pero una cosa no quita a la otra. El circuito actual necesita que más jugadores suban el nivel lo suficiente como para competir por ganar Grand Slams contra Djokovic y, sobre todo, contra Alcaraz, que parece tendrá vía libre cuando al serbio se le agoten las pilas.

Con Federer retirado, Nadal con graves problemas físicos, Zverev y Thiem desparecidos desde sus lesiones, Medvedev incapaz de competir fuera de las pistas duras y Tsistsipas en tierra de nadie... Los candidatos empiezan a agotarse, y por el momento no hay nadie más que parezca a la altura. Ni siquiera Rune y Sinner, que los más optimistas dicen que conformarán el próximo Big Three del tenis junto con Alcaraz pero parecen muy lejos del nivel de madurez y de la capacidad de mejora que ya ha demostrado el murciano.

La final de este domingo tuvo un aroma parecido a la que de aquel lejano Wimbledon de 2008 en la que un jovencísimo Nadal tumbó a Federer cuando el suizo volaba. Una sensación de cambio de ciclo, de una nueva era. Es pronto para saber qué conseguirá Alcaraz en el tenis, donde hay muchos precedentes de niños prodigio que dejaron de serlo muy pronto. Pero el murciano es mucho mejor tenista de lo que fueron Djokovic y Federer a su misma edad, y como mínimo tan bueno como lo fue Nadal.

No es una locura, por tanto, compararlo con los tres mejores de la historia. Pero acabe como acabe, es tiempo para disfrutar de lo que Carlos ya está consiguiendo. Y todos aquellos que especularon durante tantos años con qué pasaría después de la retirada del Big Three ya pueden estar tranquilos. El tenis ya tiene al heredero que tanto tiempo estuvo buscando. Y nadie tiene más motivos para celebrarlo que Juan Carlos Ferrero, que supo verlo antes que nadie cuando Carlos era sólo un adolescente y este domingo abrazaba entre lágrimas a su pupilo después de hacer historia juntos.