Franz Beckenbauer (1945-2024), fallecido este 8 de enero a los 78 años, será recordado como uno de los máximos responables de la modernización del fútbol. Como futbolista fue capaz de hacerse con un Mundial, una Eurocopa, tres Copas de Europa, dos balones de oro, cuatro Bundesligas, una Recopa, cuatro Copas de Alemania y tres North American Soccer League. Como entrenador bordó la tercera estrella de Alemania sobre su escudo; sin embargo, Beckenbauer fue mucho más que eso.

Beckenbauer, que desarrolló casi la totalidad de su carrera entre los años 60 y 70, era un futbolista de otro tiempo. Un jugador que aunaba físico, técnica, calidad, inteligencia, coraje, disparo y último pase hace ya 60 años.

Si a Beckenbauer se le conocía como el Káiser (emperador en alemán) no solo era por ser el mejor defensor, sino porque fue el primero en ser el destructor del juego rival y el constructor del propio. Todo al mismo tiempo. Beckenbauer robaba el balón y no daba un pelotazo al delantero tanque o al extremo veloz de turno, sino que sorteaba contrarios hasta plantarse en campo contrario, con una zancada y una elegancia impropia de la época, anacrónica con un fútbol más cercano a su estado primitivo que al actual.

Un paso atrás marcó la carrera de Beckenbauer. El 5 retrasó su sitio del centro del campo al centro de la zaga para convertirse en el inventor, o al menos en el principal estandarte, de la posición de líbero. Beckenbauer pasó a ser un central que encontró la libertad en el balón y no en subir a rematar córneres, ni en tirar faltas o penaltis. Un futbolista por el que existen centrales ajenos al prototipo de ogros o cometibias, centrales con mejor pie que muchos centrocampistas o, con al menos, con la capacidad de ejercer como tal.

El icono de Beckenbauer, mejor jugador alemán de la historia, rompió con uno de los leyes no escritas del fútbol: el muniqués fue el primer futbolista considerado mejor del mundo sin ser atacante. Además, antes de que irrumpiera la figura del venerado Diego Armando Maradona, el trío definitivo de los mejores de la historia era el que formaban Pelé, Cruyff y Beckenbauer.

"Dónde vas Beckenabuer". Es una de las frases que todavía sobreviven, sobre todo en las gradas o en el fútbol modesto más que en el formativo, cuando un defensor 'se viene arriba' y se lanza al ataque con el balón controlado. Esa inconsciencia de la acción individual acompañó a Beckenbauer durante toda su carrera, aunque el alemán cabalgaba como un caballo con extremidades alargadas y potentes y no como aventurero desesperado.

El calado de Beckenbauer es tal que sin él no se podría concebir la institución del Bayern de Múnich tal y como se hace en la actualidad. El Káiser catapultó a la gloria al conjunto muniqués, con el que pasó de jugar en Segunda División a ser campeón continental en cuestión de 10 años en compañia de una generación histórica con Gerd Müller y Uli Hoeness en la delantera, Paul Breitner en la defensa y Sepp Maier como guardián de la portería.

Su idilio por el Bayern de Múnich dista de ser el típico amor de cuna, ya que en sus primeros años Beckenbauer soñaba con jugar en el 1860 Múnich, entonces grande de la ciudad. Un partido en categorías inferiores viró el futuro de Franz adolescente y el de los dos equipos bávaros de su vida, ya que Beckenbauer renegó del 1860 Múnich tras ser abofeteado por un jugador cuando se enfrentaron en un choque de infantiles.

Al poco tiempo del episodio, Beckenbauer fichó por el Bayern de Múnich, con quien construyó un gigante del fútbol mundial y posibilitó la expansión internacional de la Bundesliga.

La trascendencia de aquella batallita previa a la pubertad de Beckenbauer sorprende si se tiene en cuenta la impasividad del Káiser ante los golpes, como el que sufrió en su hombro después de una mala caída en la semifinal del Mundial de 1970 con Italia. En una de sus galopadas eternas, Beckenbauer fue zancadilleado y cayó sobre una clavícula derecha que se dislocó al instante. Lejos de marcharse del terreno de juego, el Káiser hizo relucir su sobrenombre y disputó el resto de los 90 minutos y la prórroga con el brazo en cabestrillo.

Su camino con el combinado nacional eleva a Franz Beckenbauer al olimpo del fútbol mundial. El mítico líbero cayó en la polémica final de 1966 con Inglaterra, fue tercero en México 1970 y campeón en 1974 frente a la Naranja Mecánica del fútbol total que lideraba Johan Cruyff y que abrumó al mundo.

El papel de pionero de la redonda de Beckenbauer le llevó a EEUU, donde disfrutó de cuatro temporadas cuando se encontraba acosado por el fisco alemán. El carácter ganador del Káiser le devolvió a Alemania, al Hamburgo, equipo con el que tuvo tiempo de hacerse con su última Bundesliga en 1982.

El legado de Beckenbauer traspasa los elogios y los homenajes. Su imagen con botas negras y bandas blancas y camiseta blanca con rayas negras en la conquista del primer Mundial en color sembró una de las semillas que hicieron florecer el fútbol moderno. Desde entonces, los niños que querían ser centrales jugaban a ser Beckenbauer, el primer líbero y el único Káiser de la historia del fútbol.