El bañista medio no tiene por qué alarmarse. No se prevé que, en años venideros, el tradicional dispositivo para acudir a la playa -sombrilla, hamaca, toalla, nevera palas...- deba incluir también un kit de primeros auxilios. Sin embargo, en algunas zonas el mar deparará nuevos peligros relacionados con el cambio climático y un consiguiente aumento de criaturas venenosas en los océanos, con sus mordiscos, picaduras y otros roces venenosos. Es la conclusión de un nuevo estudio que advierte de que las consecuencias negativas del calentamiento global llegarán más rápido de lo esperado.

Según este informe, publicado en ‘Wilderness and Environment Medicine’, la mayoría de las especies cambiarán sus áreas de distribución a medida que las aguas se calienten más cerca del ecuador; serán empujadas hacia el norte o el sur, según sus nichos de temperatura ideal. Entre las especies cuyas áreas de distribución podrían variar hacia los polos se encuentran los peces león, las serpientes marinas y una serie de medusas venenosas. En principio, el usuario medio de playa puede estar tranquilo y preocuparse sólo por las medusas. Otra cosa son los submarinistas, sobre todo los que se sumergen en aguas muy cálidas. Ellos sí deben tomar serias precauciones y conocer los riesgos a los que se enfrentan.

Las medusas, precisamente, son uno de los grupos de animales que probablemente aumentarán en número y verán alterada su distribución debido a los cambios en las termeraturas y niveles de acidez del océano. Entre ellas se incluyen las mortíferas cubomedusas y las medusas irukandji, responsables del aumento de las muertes en Australia, que podrían estar desplazándose al sur hacia zonas más pobladas a medida que el clima se calienta. El nivel de toxicidad de las medusas puede variar de una especie a otra; la mayoría sólo causan dolor leve, sarpullido, enrojecimiento e hinchazón alrededor de la zona afectada. Algunas, sin embargo, pueden causar una reacción alérgica e incluso han llegado a causar muertes.

La picadura de una serpiente marina puede llegar a ser quince veces más potente que el de una cobra.

La picadura de una serpiente marina puede llegar a ser quince veces más potente que el de una cobra. Aloaiza

La picadura de la serpiente marina, por su parte, es mucho más venenosa que la de su colega terrestre. El veneno apenas produce dolor durante la inoculación, pero resulta quince veces más potente que el de una cobra. Aparte de su poder neurotóxico, destruye las fibras musculares y en ocasiones acarrea fallos renales. La causa principal en la muerte de humanos es la parada respiratoria.

El pez león, por último, no supone una amenaza real para los submarinistas, salvo que sean alérgicos a sus toxinas. Su picadura es venenosa y puede provocar heridas muy dolorosas. La toxina que inocula puede causar náuseas, fiebre, vómitos e incluso problemas respiratorios y cardíacos. Los peces león, que inicialmente se expandieron hacia Florida (Estados Unidos), han empezado a verse hasta Georgia y las Carolinas. Estos peces, de aparente buen sabor, pueden diezmar los peces pequeños y las poblaciones de criaturas marinas y, para los humanos que se los encuentren esconden una dolorosa picadura.

No todas las especies acuáticas venenosas prosperarán con el cambio climático. Las ranas venenosas podrían sufrir las peores consecuencias por su sensibilidad a los cambios de temperatura. Y no se trata solo de un descenso de la abundancia, ya que podrían incluso extinguirse.

Necesidad de atención e información

Este movimiento de animales venenosos puede llegar a poner en jaque a los hospitales, que no están preparados todavía para atender este tipo de percances, con el consiguiente aumento de costes de los antídotos. También es vital hacer llegar la mejor información posible al público en general en la toma de las primeras medidas, como aplicar vinagre sobre las picaduras de medusa o agua caliente en las picaduras de peces león. Según los investigadores, el problema solo se agravará en el futuro a medida que más gente se desplace a zonas costeras. Calculan que, para finales de este siglo, el 50 por ciento de la población mundial vivirá a 96 kilómetros de la costa.