Periodistas durmiendo sobre las mesas o en el suelo y portavoces de la Comisión Europea con cajones llenos de pastillas para el dolor de cabeza; partidas de Playstation de mandatarios entre reunión y reunión y hasta amagos de pelea entre jefes de Estado. Momentos en los que Grecia estuvo más fuera que dentro del euro a pesar de que hacía una semana que el polémico Yanis Varufákis no era el ministro de Hacienda; cafés, cansancio y un abrazo fraternal entre François Hollande y Alexis Tsipras, a quien luego se vería posando con mohín quejumbroso por una supuesta úlcera de estómago.
Son escenas que ocurrieron ya al amanecer del 13 de julio de 2015 en Bruselas, momento en que Grecia seguía dentro de la Eurozona. Por los pelos. Mientras que aquel mes se recuerda en España como uno de los más calurosos de los últimos años, fuera de la sede del Consejo de la Unión Europea, al final de la Rue de la Loi, hacía un día de perros lluvioso y gris, una metáfora de lo que acababa de pasar: el tercer plan rescate heleno.
Tres años después Grecia sigue "extremadamente vulnerable" según el FT
Hoy, tres años después de aquella negociación agónica que duró 17 horas del tirón para evitar el Grexit, Atenas acaba de salir del rescate en el que estaba metida desde 2010 bajo tutela de la Troika (FMI, Comisión Europea, BCE). El país no está libre de amenazas y su recuperación es frágil, vinculada a los estímulos del BCE: "El desempleo oficial permanece por encima del 20%", decía un reportaje del Financial Times el pasado 24 de junio, "y Grecia es todavía extremadamente vulnerable. Su capacidad para captar dinero en los mercados aún es incierta. Si hubiera un shock adverso en la economía, los rescates volverían una vez más".
Rebobinando tres años atrás, lo raro es que Grecia no acabase fuera del euro. En las reuniones del Gobierno de Syriza preparatorias de las eurocumbres, Tsipras estallaba iracundo según en qué momentos y, sorprendiendo a su equipo, les insuflaba ánimos y les gritaba que, de ser necesario, el país abandonaría la divisa común antes que someterse a dictados draconianos, relata Varufákis en su imprescindible libro Comportarse como adultos (Planeta, 2017).
Oficialmente los contactos de la gran Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno arrancan el viernes 10 de julio de 2015 con otra maratoniana reunión del Eurogrupo de 14 horas; pero una semana antes, el domingo 5 de julio, Syriza había llevado a referéndum las condiciones de rescate de la Troika, obteniendo una apabullante victoria el no preconizado por la coalición de izquierdas.
Antes de la cumbre, Tsipras gritaba a su equipo que se preparase para el 'Grexit'
La misma noche del plebiscito, Varufákis asegura que se dio cuenta de que todas las resistencias de su primer ministro iban de farol. Tras obtener contra todo pronóstico más del 62% de los votos el no, el ex responsable de Finanzas aficionado a los gimnasios dimite la madrugada del 6 de julio. La Troika empezaba ese lunes su peor semana pero, paradójicamente, se había librado de su peor pesadilla: Varufákis.
Syriza llevaba seis meses en el poder pero parecía que había pasado un mundo desde la victoria de enero de aquel año. En octubre de 2009 Yorgos Papandreu arrasó en las elecciones liderando al histórico Pasok, el partido socialista panhelénico que hoy es residual. Al poco de llegar al poder Papandreu reveló que la anterior administración conservadora (Nueva Democracia) había maquillado las cuentas del déficit público con ayuda de Goldman Sachs, con gastos escandalosos como los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004. También por la evasión fiscal y la corrupción generalizada. En 2010 los griegos descubren qué es la prima de riesgo, al igual que españoles e italianos poco después. La Troika preparó a comienzos de ese año el mayor rescate de la historia (110.000 millones) a cambio de durísimos recortes.
Varufákis dimite una semana antes, tras el referendo, porque su superior iba de farol
Cuando Papandreu empezó a caer en la absurdez de tantas dosis de austeridad y la posibilidad de que quizá lo que se estuviera rescatando no era Grecia sino los bancos franceses y alemanes, ya era demasiado tarde: primero pidió ayuda a Obama, luego planteó un referéndum y finalmente, cuando dejó de ser útil, fue literalmente botado por el tecnócrata Lucas Papademos, que aplicó más y más ajustes hasta que tuvo que convocar elecciones.
Las medidas de austeridad siguieron implantándose (a día de hoy van ¡17! paquetes), y hubo incluso un intento de reestructuración de deuda para los bancos acreedores privados que fracasó estrepitosamente al contener imposiciones draconianas. Antes de la victoria de Tsipras, el paro rebasó el 30%, la deuda pública se acercó al 200% (hoy no anda muy lejos de ese umbral) y el PIB se desplomó un 30%. La calle ardía.
Atenas ha implementado 17 paquetes de austeridad desde 2009
Al llegar al ministerio, Varufákis exasperó a la Troika durante medio año con su negativa a aceptar un nuevo rescate sin un alivio real a la deuda helena. Se le ponen palos en las ruedas, algunos muy descarados: el BCE anuncia a las dos semanas de la victoria de Syriza que deja de aceptar los bonos griegos como garantía, dependiendo la liquidez de los bancos de una línea de urgencia (ELA). En el Eurogrupo es atacado por todos. Pero en su libro apunta a espacios de diálogo y posturas en común con muchos de sus supuestos rivales: con el hiperactivo comisario francés Pierre Moscovici, con Jean-Claude Juncker, con el inflexivo Jeroen Dijsselbloem, con Benoit Coeuré (BCE), con el FMI, con el resto de ministros de finanzas de la UE como Luis de Guindos...
Sus mayores apoyos para lograr una quita tenían sello anglosajón: el premier David Cameron y su ministro económico George Osborne no entendían el empeño de la UE en prestar dinero con condiciones a una economía en quiebra. Larry Summers, ex secretario del Tesoro de EEUU, se convierte en uno de los principales confidentes de Varufákis. Y aparece un aliado sorprendente que en los instantes más difíciles no dejó de mostrar su apoyo al ex ministro heleno a través de mensajes de móvil: el entonces titular francés de Economía y hoy Presidente de la República, Emmanuel Macron.
Uno de los mayores sostenes de Varufákis fue el entonces ministro francés Macron
La principal oposición a Grecia procedía de Alemania y no se llamaba Angela Merkel, sino que era alguien temido hasta por la propia canciller: Wolfgang Schäuble. Una figura determinante en las 17 horas que salvaron al euro, lapso en que quedó claro que la batalla no la lidiaban la Troika y Syriza, sino Alemania y Grecia.
Pronunciar el nombre de Schäuble en el barrio europeo de Bruselas durante las discusiones era sinónimo de atronar. A sus 73 años (hoy 76), Schaüble es el guardían del "ordoliberalismo" alemán, una ideología basada en el libre mercado con matices y el ahorro extremo propugnada hace 80 años por economistas de la Escuela de Friburgo como Walter Eucken, Franz Böhm, Hans Grossmann-Doerth, Wilhelm Röpke y Alexander Rüstow. Triunfal en la RFA de la posguerra, el ordoliberalismo, obseso de la estabilidad fiscal, hace un paréntesis en la etapa de Helmut Kohl por los costes de la reunificación para volver con Gerhard Schröder. Cala tanto entre democristianos como entre socialdemócratas. Es la ideología de la UE desde 2009.
Hasta la canciller temía a Schäuble, guardián del "ordoliberalismo" y de la estabilidad
Schäuble fue el primero en hablar del Grexit en 2012. Y en julio de 2015 volvió a sacar la posibilidad la víspera de la tremenda cumbre. Según el ya fallecido corresponsal de The Guardian en Bruselas, Ian Traynor, unos pocos oficiales europeos recibieron un email del ministro de Hacienda alemán destacando que "debería ofrecerse a Grecia unas rápidas negociaciones para hacer un alto en el camino en la Eurozona". En otras palabras, permitir al país abandonar el euro y reintroducir el dracma para devaluarlo y volver a ganar competitividad.
Las 14 horas previas al Consejo del Eurogrupo, la primera reunión de ministros de Finanzas del sustituto de Varufákis, Euclides Tsakalotos, ya fueron terribles. La filtración del documento enardeció a los países hooligans de Schäuble como Finlandia, cuyo ministro, Alex Stubb, amparó el Grexit, al decir que su paciencia "se estaba agotando". Lo respaldó su homólogo eslovaco Peter Kazemir. A Osborne lo silenció con la mirada el ministro parapléjico alemán, mientras que Guindos -uno de los que mejor relación personal mantenía con Varufákis- puso cara de perfil. El Eurogrupo fracasó y lo fió todo a la gran cumbre.
Una carta del titular de Finanzas germano abogando por el Grexit calentó el Eurogrupo de 14 horas
El consejo de jefes de Estado y de Gobierno de los Veintiocho (no solo de la zona euro) se jugaba a cara o cruz. Enfadado por ser mero espectador del partido Grecia-Alemania, Matteo Renzi llega a advertir a Merkel de que es "suficiente". En otra ocasión el italiano se encara con el holandés Mark Rutte. También hay intercambio no precisamente amigable de palabras entre Mario Draghi y el inquebrantable Schäuble, al que todos temen.
Los presidentes y primeros ministros se ven con Tsipras. Tsipras resiste, acepta las demandas de la Troika que el pueblo griego había rechazado una semana antes, pero Alemania quiere más: además de una reforma (tradúzcase por recorte) de las pensiones, de una subida del IVA y de muchos otros ajustes, tratan de obligar a Atenas a aceptar un fondo encargado de gestionar futuras privatizaciones, como la de los ferrocarriles o la de los armadores portuarios.
Tsipras resistió y resistió a crear un fondo para privatizar activos. Aceptó
El gobernante heleno se niega varias veces, los mandatarios se retiran y entran en acción los negociadores de ambas partes o sherpas. Los griegos hablan por lo general muy buen inglés, pero esta vez los portavoces no son tan solícitos al hablar con la prensa. Tsakalotos suda con su camisa arrugada. En un momento dado, Grecia está fuera del euro. Hollande asegura que cogió del brazo a Tsipras y Merkel y les obligó a negociar. Una de las escenas más conocidas es un abrazo entre los dirigentes francés y griego. Tsipras acepta todo del tercer rescate sin lograr nada a cambio, más allá de evitar el Grexit.
Consecuencias
Aquella reunión ya está olvidada pero fue el trago más difícil por el que ha pasado la UE. Más difícil que el Brexit al año siguiente. Y tuvo consecuencias: uno de los que contempló con desagrado el espectáculo fue Jeremy Corbin, líder de la oposición; aquel desencanto lleva a Corbyn -hoy favorito a premier en Reino Unido- a apenas defender la permanencia de su país en la UE en junio de 2016. En Italia, Beppe Grillo tilda el rescate heleno de "nazismo explícito". En Roma hoy se asienta un Ejecutivo euroescéptico.
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