Francisco Luzón fue un gigante de la banca. A lo largo de tres décadas amasó un currículum en lo más alto del sector financiero de este país al que no todos los banqueros pueden aspirar, con la creación de Argentaria, embrión de la actual BBVA, entre sus grandes logros. Sin embargo, la vida quiso que otro gigante, un irreductible, se cruzara en su camino y lo apartara de estas grandes esferas, aunque a cambio lo convirtió en un símbolo de la lucha contra la ELA.

Economista de profesión y criado en una familia humilde procedente de Cañavate, en Cuenca, Luzón llegó a la banca en los años setenta a través del Banco de Vizcaya. Allí ostentó varios cargos hasta ser nombrado consejero quince años después de su aterrizaje. Su posición le permitió estar en la sala de mandos de la fusión entre el Banco de Vizcaya y el Banco de Bilbao, el origen de BBVA, en 1988.

El Gobierno le escogió entonces para presidir el Banco Exterior de España, que más tarde se convertiría en Argentaria. El primer paso fue la creación del hólding público Corporación Bancaria de España, que englobaba el propio Banco Exterior, la Caja Postal, el Banco Hipotecario y otras dos entidades financieras y que en 1991 se renombró como Argentaria.

Una vez privatizada en los años noventa y ya bajo el mando de Francisco González, la entidad se fusionó con BBV, entonces liderado por Emilio Ybarra. Así nació el actual BBVA en el año 2000.

No obstante, Luzón, motor de creación de Argentaria, vio el nacimiento desde las filas de la competencia. En 1996, en plena privatización de Argentaria, el histórico Emilio Botín lo fichó como consejero y director general adjunto a presidencia. En el banco lideró su expansión por Latinoamérica, que hizo grande a Santander (no en vano, su mayor negocio ya no es España, sino Brasil).

Su fallecimiento tendrá, sin duda, eco en los cuarteles generales de Inditex, en Arteixo. Luzón fue durante quince años consejero del gigante textil, puesto que abandonó tras dimitir en la primavera de 2012, pero a petición de Amancio Ortega, según relató Luzón en sus memorias. Fue sustituido por José Arnau, mano derecha del magnate leonés.

Quien fuera número tres de Botín será recordado en el sector bancario por muchos otros logros, pero si su nombre está muy presente fuera de los mentideros financieros es por su lucha contra la ELA (esclerosis lateral amiotrófica), que le alejó de la banca en 2013, aunque no hizo pública esta circunstancia hasta tres años después.

De este pasado apenas le quedaban amigos, como él mismo relató a El País en una entrevista realizada en la primavera de 2019, con casi dos años de vida aún por delante. "Solo conservo tres amigos de mi pasado. Pero he ganado muchos: enfermos, médicos, científicos, los patronos de la Fundación y otras personas que me agradecen lo que estoy haciendo", confesó.

Con todo, Luzón decidió aceptar la decisión que la vida había tomado por él aunque hubiera supuesto un vuelco a su carrera y su estilo de vida. Su familia y su fundación, pero también la fe, le ayudaron en este camino, como confesó en la misma entrevista: "Cada mañana agradezco a Dios el nuevo día".

Vitalista

Tras el diagnóstico de la ELA, Luzón cambió los despachos de la gran banca por las fundaciones y el mundo académico, con cargos en la Biblioteca Nacional, en ICADE o en la Universidad de Georgetown, entre otros. A esa faceta acompañó la de consultor para distintos organismos financieros y políticos.

Estas siglas, lamentablemente conocidas para el gran público, marcaron los últimos ocho años de la vida de este banquero, de carácter vitalista y serio, que nunca fue un tiburón en la banca. La ELA le llevó a crear su propia fundación, consciente como era de que la supervivencia a una enfermedad terminal aún depende del poder adquisitivo.

En esta historia de gigantes, los protagonistas han cambiado mucho desde entonces. De Argentaria queda apenas una letra en BBVA, reconvertido a segundo banco del país, y Santander ha continuado su expansión y es cada vez más grande. Pero en esta historia de gigantes solo hay uno irreductible. Uno al que Luzón quiso combatir con el arma del optimismo.

Durante años luchando contra un gigante imposible de derribar, este exbanquero se aferró a su carácter vitalista. Lo contó en aquella entrevista: "No como, no hablo, no huelo, no me muevo, pero amo y sueño. Amaré la vida hasta el último segundo". Ningún gigante pudo con sus ganas de vivir.