De todas las incógnitas que marcan nuestro tiempo, la identidad de Banksy sigue siendo una de las más persistentes y tiene mucho mérito. En estos días, parece más fácil localizar a alguien y disponer de toda su biografía en segundos que poner una lavadora.
Pero da que pensar. ¿Es este anonimato una falta de interés por saber quién es realmente el artista? ¿O acaso sus habilidades para cubrir sus huellas son dignas de la mejor agencia de inteligencia del planeta?
Sea como fuere, el misterio alimenta al mito. Y, lo más importante, agranda las ensoñaciones sobre sus motivos, su integridad, su compromiso…. Claro está que no faltan voces que han denunciado ciertas contradicciones.
Por ejemplo, el gran adalid del anticapitalismo diseñó la portada de un grupo superventas como Blur, en su disco Think Tank, y recibió las correspondientes críticas por esta colaboración. El propio artista tuvo que salir al paso y justificar esta conducta, aunque fue lo bastante honesto como para reconocer que, a veces, las líneas son más finas de lo que desearíamos.
Pero estas anécdotas no restan fuerza a sus mensajes, que actúan como golpes secos en la conciencia de la sociedad occidental, que tan cómodamente ha aceptado el sistema que Bansky quiere denunciar en sus creaciones, ya sea a través de la metáfora, el humor, la sorpresa o la paradoja.
De la ternura de la niña con el globo rojo al icónico lanzador de flores; pasando por sus fetiches habituales, como los agentes de policía (ya sea besándose o persiguiendo a una caricatura), los parques temáticos (como terapia para escapar de una realidad abrumadora que se encarga de recordarnos) o la omnipresentes ratas (a las que “humaniza” recurrentemente).
¿Dónde situamos al autor?
Cuando uno entra en una de las exposiciones actuales, puede conseguir una interesante perspectiva de la obra de este creador. La muestra de Barcelona es buena y bien organizada (algo oscura, aunque el objetivo sea poner el foco en las producciones). Un recorrido que detalla hechos e infiere intenciones del artista en cada grafiti.
Y, efectivamente, atrae la atención del visitante y consigue el efecto. Banksy parece dar en el clavo en todas y cada una de sus críticas. Es brillante, certero, economiza los trazos y transmite el mensaje exacto. Remueve conciencias y asombra al espectador. Un golpe que no avisa y deja marca.
Sin embargo, una vez más, surge la duda. ¿Banksy es el genio capaz de pergeñar la mejor de las críticas o nos parece genial porque es Banksy? Banksy, el misterioso. Banksy, el íntegro. ¿Su obra obtiene un suplemento de crédito gracias al esnobismo que, precisamente, se empeña en combatir? ¿Se ríe de nosotros?
No sería extraño. Una de sus pinturas más icónicas, “Morons” (“idiotas”) de 2007, ironiza de forma punzante con la voracidad adquisitiva de los compradores de arte, más allá del valor real de la obra o la esencia con la que fue creada.
Pero, después de todo, es lo que está pasando con el propio grafitero. Precios de más de 20 millones de dólares por una creación de aquel que critica el efecto del dinero en la sociedad. Cada creación de Bansky un verdadero objeto de deseo.
¿O, tal vez, el autor es inclasificable?
Seguimos la visita por el museo barcelonés y aprovechamos la fantástica terraza del piso inferior para sentarnos y reflexionar. ¿Ir a contracorriente es uno de los rasgos más valorados de Banksy? ¿Tal vez, por eso y no tanto por el esnobismo de los espectadores, su obra está tan valorada?
Lo cierto que es que la presencia física, y exclusivamente física, de sus creaciones representa una rara avis en los tiempos actuales; también de las últimas dos décadas. En la era de lo digital, su mensaje podría ser mucho más viral si utilizase los recursos de la red. ¿O ya es lo bastante viral para él? ¿Desvirtuaba su trayectoria una obra más extensa y frecuente?
Situémonos a principios de la década de los 2000. Internet ya es de uso común en la mayoría de las viviendas. Los diarios digitales ganan fuerza. La banca electrónica se asoma como el futuro de las transacciones cotidianas. El casino online da sus primeros pasos como alternativa a la opción tradicional. ¿No es éste un momento ideal para que el artista transgresor diversifique su obra entre lo físico y lo cibernético?
Conocemos la respuesta. El pintor siguió con su modus operandi. Aparecían nuevas pintadas, a veces concentradas en la misma ciudad (Londres, Bristol, París); después, en lugares donde el foco era más necesario que nunca (Chiapas, Palestina, ..). Siempre bajo el misterio, siempre impredecible, siempre sobre un muro físico.
Tardaría mucho tiempo en utilizar el espacio digital. Al menos de forma oficial, puesto que se atribuyeron algunas webs a Banksy; pero el misterio seguía rodeando a su figura y a su presencia en internet. Ahora, desde hace unos años, ya tiene su propia cuenta en Instagram. ¿El objetivo? Aclarar las dudas, reivindicar sus grafitis. Decir, de forma clara: “Sí, éste es mío”.
Y ese mural que, horas antes, era desconocido y no tenía mayor interés, pasa a convertirse, de repente, en una obra maestra, un pinchazo en el corazón y la conciencia. ¿Y, si no hubiese sido suyo? ¿Perdería fuerza la crítica? De nuevo, el dilema. ¿La popularidad del artista es la que le da potencia al mensaje?
Recorriendo los últimos metros de la galería, no obstante, es casi imposible no reconocer a Banksy, famoso o no, la puntería y maña en su trabajo. Se acabó la visita. Salimos fuera. Barcelona parece haber pactado una tregua con el calor. Pero Banksy no da tregua a nuestra conciencia. Con todas sus contradicciones, sigue dando que pensar.
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