Es la emoción que estos días atraviesa el mundo. El epicentro se ubica en Ucrania y el origen en Rusia. Pero el miedo que encoge corazones, lamina esperanzas y comprime la libertad hace mucho tiempo que se convirtió en un arma poderosa. Es capaz de forzar adhesiones, constreñir voluntades y frustrar esperanzas. La pandemia fue su primera implosión global, la invasión en Ucrania parece extenderse para ser la segunda. Antes, el miedo fue empleado en países, sociedades y organismos de todo el mundo con fines dispares.

La periodista Patricia Simón se lo ha encontrado en muchos de los lugares que ha visitado. Ahora ha vuelto a ir a su encuentro. Conversa con ‘El Independiente’ en el aeropuerto de Cracovia (Polonia) camino de la frontera con Ucrania. Hace casi dos años, cuando la pandemia nos paralizó, tuvo tiempo para pensar en esa emoción con la que se ha encontrado en Iraq, en Mozambique, Cuba, en Estados Unidos o en no pocos lugares de España.

El autoritarismo que ha recorrido de la mano del miedo se remonta, fundamentalmente al 11-S, a aquel septiembre de 2001. Ahí fue engordando una cultura del miedo que sitúa en episodios posteriores como la guerra de Irak, la crisis de Lehman Brothers, el Bréxit o la pandemia.

El repaso por la historia reciente del miedo como arma política, social, lo hace en su ensayo ‘Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio’ (Ediciones Debate) en el que analiza el empleo de lo que define como “los cuatro grandes miedos de la humanidad’: el miedo a los otros, el miedo a la pobreza, el miedo a la soledad y el miedo a la muerte.

Una herramienta "eficaz"

“El miedo se utiliza porque es muy eficaz. Nos vuelve individualistas y frágiles. Tiene la capacidad de afectar a nuestra salud mental, de llegar a volvernos paranoicos, sentir que estamos rodeados de enemigos. Se puede emplear para aislarnos en una sociedad y de ese modo ser más fácilmente sometidos, explotados”. Simón asegura que en los últimos años ejemplos claros de su empleo se están viendo en las corrientes de ultraderecha y movimientos populistas, “desde Nicaragua a Putin, utilizan el miedo para dividir y explotar”.

Una herramienta de manipulación social que tiene hoy mayor penetración, señala la autora, por el impulso que ha adquirido el liberalismo que ha ido concentrando la riqueza y debilitando a cada vez más grupos sociales. Cada vez más personas se sienten estafadas por la democracia, por su incapacidad para generar esperanza y oportunidades. La democracia, según Simón, ha fracasado en ese sentido, “la democracia sin esperanza no funciona. Es ahí donde entra ese ‘secuestro’ por parte de las propuestas más reaccionarias”.

Destaca que uno de los aspectos que siempre está presente en las bolsas de miedo es la precariedad. “El miedo es capaz de modular a la opinión pública”. Y lo hace, señala, forzando una sociedad “acrítica” que llegue a aceptar el recorte de sus derechos fundamentales bajo la amenaza de un mal mayor, del miedo.

Derechos fundamentales

“Ante la incertidumbre, lo habitual es desear que alguien tome el mando, dé instrucciones y cumplirlas”: “La restricción de los derechos fundamentales y libertades decretada de manera excepcional en forma de Estado de Alarma no debería ser un problema si lo que está en juego es nuestra propia supervivencia”, señala.

El primero de los miedos universales, el miedo a los otros, se engarza en los discursos de carácter xenófobo: “El discurso de la invasión inmigrante ha conseguido uno de los objetivos más antiguos del capitalismo: enfrentar a los pobres contra los pobres”. El miedo a la pobreza también se emplea y deriva en un rechazo a la inmigración. El tercero de los miedos, el temor a la soledad: “Nunca como hoy estuvimos más sedientos por entender cómo y a quién amar, y o que yo identificaba como miedo al amor era en realidad miedo a lo que nos deja su ausencia”.

Por último, el miedo a la muerte: “El verdadero pavor es a la de los demás cuando eres tú el que pierde, por primera vez, un ser querido y entonces su muerte te expulsa a ti mismo un poco de la vida: de alguna manera, ya no hay forma de ignorar que comenzó la cuenta atrás.