Hace un año, el PP estuvo a punto de colapsar. La guerra abierta del presidente del partido con la presidenta de la Comunidad de Madrid alcanzó su clímax el viernes 18 de febrero cuando Pablo Casado acusó a Díaz Ayuso en el programa de Carlos Herrera, el más escuchado entre los votantes de centro derecha, de haber favorecido a su hermano en el cobro de una comisión por la compra de material sanitario "mientras morían 700 personas al día".
Cinco días después de aquello Casado, tras la revuelta de la mayoría de los barones del partido, pactó con Núñez Feijóo en una reunión de alta tensión seguir al frente del partido hasta la celebración del Congreso Extraordinario, que se celebró el 2 de abril, aunque sin poderes efectivos. Su número dos, Teodoro García Egea, había dimitido el 22 de febrero.
La media de las encuestas que se publicaron en esas fechas dibujaba un panorama desolador para el PP, que apenas superaba el 21% en intención de voto. El PSOE le sacaba cinco puntos (media del 26%), mientras que Vox le pisaba los talones (con una media de 20,5%). "Si la crisis se hubiera prolongado unas semanas más, la continuidad del PP habría estado en riesgo", resume un miembro de la dirección del partido. Miles de militantes se dieron de baja. Ni siquiera durante la crisis de los papeles de Bárcenas estuvo el PP tan al borde del abismo.
En Génova mantienen un discreto silencio oficial sobre aquellos días del desastre. Pero la satisfacción por la forma en que solventó la crisis es evidente en la cúpula del partido. Doce meses después, en la media de encuestas (el CIS de Tezanos va por su lado), el PP le saca cinco puntos al PSOE (31% frente a 26%) y casi dobla a Vox en intención de voto (31% frente a 15,4%).
¿Qué ocurrió hace un año? ¿Cómo se llegó hasta ese punto casi de no retorno?
Contra pronóstico, Casado ganó las primarias del partido el 21 de julio de 2018 e hizo una dirección a su medida, dejando fuera a los dirigentes que se habían posicionado con su contrincante, Soraya Sáenz de Santamaría.
La ejecutiva la conformaba gente muy joven, y el secretario general, García Egea, fue asumiendo un papel cada día más relevante. Una de las cosas que cambió en el PP fue que se apostó por una organización vertical, en la que Génova mandaba sobre los territorios hasta extremos a veces incomprensibles. Casado llegó a enfrentarse a Moreno Bonilla (un superviviente del sorayismo) y con Alfonso Fernández Mañueco, al que prácticamente obligó a adelantar las elecciones en Castilla y León para lograr un resultado mediocre.
Teodoro García Egea: "Yo me comí todos los marrones. Pero no me importó. Le fui leal a Pablo hasta el final"
"Gobernó el partido como si fuera una copia de Nuevas Generaciones", dice un ex miembro de su equipo.
De puertas afuera, se tenía la sensación de que Casado, que siempre ha cuidado las formas, era el hombre bueno del PP, mientras que Teo (García Egea) era el malo del partido. Pero, en realidad, Casado tenía todo el poder y su secretario general se limitaba a ejecutar sus instrucciones.
La línea política, por ejemplo, respecto al aborto, o respecto al castellano, la impuso Casado. En los temas de fondo no admitía discusión y en la ejecutiva nadie le llevaba la contraria. En realidad, la dirección fue una piña casi hasta el final. Todo su equipo valoraba su formación y su capacidad como orador. Nadie estaba a su nivel.
Cuando tenía algo claro, no había manera de hacerle cambiar. Un ejemplo: el nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso. Teo se opuso frontalmente a ello, advirtiéndole a su amigo Pablo de que estaba cometiendo el mismo error que en su día cometiera Rajoy. Pero Casado no le hizo caso. Álvarez de Toledo, seguramente una de las parlamentarias más brillantes del PP, tal vez era demasiado independiente para el modelo de partido que pretendía el presidente del PP. Ella misma atribuyó su destitución como portavoz parlamentaria en agosto de 2020 a que Casado pensaba que "había atacado su autoridad".
Aunque la propia Álvarez de Toledo bautizó la situación interna del partido como "teodorocracia", la verdad es que en el PP no se movía nada sin la autorización de su presidente.
"Yo me comí todos los marrones", afirma García Egea en conversación con El Independiente. "Pero no me importó, porque yo creo en la lealtad y a Pablo le fui leal hasta el final".
La decisión de nombrar a José Luis Martínez Almeida como portavoz nacional del PP, coincidiendo con la salida de Álvarez de Toledo, también fue una decisión suya, en la que claramente estaba apuntando al alcalde madrileño como un valor en alza, frente a la presidenta de la Comunidad.
Pero lo más importante de todo fue la estrategia de ataque frontal contra Díaz Ayuso, de la que tampoco se puede responsabilizar a García Egea. Aquella fue una decisión exclusiva de Casado, que estaba convencido de que, tras la victoria sin paliativos en las elecciones a la Comunidad de Madrid del 4 de mayo de 2021, el paso siguiente sería echarle a él de Génova. Lo que hizo García Egea, por ejemplo pedir un dictamen a un conocido despacho de abogados de Madrid sobre los posibles delitos en los que habría incurrido la presidenta de la Comunidad en el affaire de su hermano, lo hizo con el conocimiento de Casado, aunque no así del resto de la dirección del PP.
Cuando estalló la noticia de que una empresa del ayuntamiento había intentado contratar a un detective privado para espiar a Díaz Ayuso el 16 de febrero de 2022, Casado sólo se preocupó de que el escándalo no contaminara a Almeida. Tuvo tiempo para reaccionar, para hablar con la presidenta de la Comunidad e intentar arreglar las cosas. Incluso algunos de los barones le pidieron que destituyera a García Egea para intentar rebajar la presión, pero no lo hizo, pese a saber que Teo habría aceptado ser el chivo expiatorio de la crisis. "Se obsesionó con cargarse a Isabel, no tenía otra cosa en la cabeza", apunta un miembro de la anterior dirección.
Cuando acudió a la COPE el viernes 18 de febrero nadie sabía lo que iba a decir. Un miembro de la ejecutiva en aquellas fechas lo resume así: "Tal vez las únicas personas que sabían la bomba que iba a soltar con Herrera fueran Isabel (su mujer) y María Pelayo (directora de comunicación del PP). Cuando yo lo escuché, pensé, Pablo se ha suicidado... y probablemente nosotros también".
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