Aquella propina estaba manchada de sangre. Ni siquiera le dieron tiempo a disfrutarla. A esos clientes ya los conocía. Habían acudido a comer hacía sólo unos días. En el Rolando el menú era muy apreciado; buena calidad a buen precio. Aquella cafetería situada en pleno corazón de la Puerta del Sol de Madrid siempre estaba abarrotada. La pareja con acento francés que aquel viernes 13 había vuelto a comer portaba una maleta. Fue recibida por Manuel Llanos, el camarero de 26 años, con la misma simpatía de siempre. Era la hora de máxima afluencia, a punto de dar las 14.30 horas. La joven aseguró que se encontraba mareada. Manuel corrió a la barra para pedir una tisana con la que calmarla. Cuando regresó se habían ido, a la calle a tomar el aire, dijeron. La maleta seguía bajo la mesa. El reloj que portaba en su interior dio la señal y los 15 kilos de dinamita explotaron disparando su metralla mortal de 1.000 tuercas, mil balas sin piedad en un local repleto de clientes. La primera masacre de ETA acababa de sembrar de dolor el centro de la capital: 13 muertos y 70 heridos.

Han pasado 50 años de aquel drama que dejó decenas de huérfanos, viudas y viudos en una ciudad en la que el terror sobrevolaba desde hacía meses. España enfilaba la agonía de la dictadura y se ilusionaba con la entrada en una débil democracia. Sobre aquella sociedad inflamable el miedo a que todo se frustrase por cualquier chispa oscura palpitaba con fuerza. Habían pasado nueve meses desde el atentado de ETA que conmocionó España y dio oxígeno a la banda: la bomba que terminó con el entonces presidente del Gobierno Carrero Blanco.

En aquella cafetería la ETA más dura se adentró en el camino de terror que no abandonó hasta 2011. Fue un golpe especialmente duro, cruel e indiscriminado. Incluso para los terroristas. El atentado de la Cafetería Rolando fue la gota que colmó el vaso de la escisión de la banda entre los ‘polimilis’ y los milis. Los primeros terminarían abandonando la violencia en 1982. Aquella masacre avergonzó incluso a una organización que mintió al emitir un comunicado asegurando que el atentado era obra de “núcleos de ultra-fascistas estrechamente ligados a determinados medios políticos del Estado español”. La mentira la sustento afirmando que estaba al margen “totalmente” de la “preparación y ejecución” y que “ninguno de nuestro militante ha tenido participación alguna”. Tuvieron que pasar 44 años para que se quitara aquella careta negra, para que lo reconociera.

Crimen sin culpables

Medio siglo más tarde nadie ha pagado por aquella masacre. Sus autores materiales son hoy abuelos y disfrutan de sus nietos, según relata el comisario de la exposición Rolando 2:15-2:45. 50 años de la primera masacre de ETA”, promovida por el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria y que se ha inaugurado esta semana.

Recreación de la maleta-bomba con 15 kilos de dinamita y 1.000 tuercas empleada por los terroristas y que provocó 13 muertos y 70 heridos. | E.I.

En el otoño de 1974 la banda vivía días de frustración. El intento de secuestrar empresario Luis Gómez Acebo en la playa de Zarauz se había ido al garete. El yate que el comando había alquilado y en el que pensaba retener al empresario se lo llevó la marea. Estaba mal amarrado. A aquella chapuza le siguió una traición en sus filas. En esta ocasión otro comando había previsto el secuestro del príncipe Juan Carlos y miembros de la realiza en Montecarlo. También en esta ocasión serían retenidos en un yate. Lo que el comando no esperaba es que uno de los etarras, Jokin Azaola, temeroso de que todo terminara en una matanza, alertase a la Policía a cambio de impunidad para los terroristas. La operación se frustró y no hubo detenidos. Cuatro años después, en diciembre de 1978, un pistolero asesinó a Azaola en Getxo.

Dos fracasos después, la dirección de ETA necesitaba un golpe con el que demostrar y avivar su amenaza. Al ‘comando Madrid’ integrado por José María Arruabarrena ‘Tanque’, Faustino Estanislao ‘Chapu’ y José Manuel Galarraga ‘Potxolo’ les asignó preparar zulos en sus ‘pisos franco’ para almacenar explosivos y armas o incluso para secuestros futuros. También trabajar el asesinato del periodista del ABC, Alfredo Semprum, y verificar la viabilidad de un atentado en la cafetería Rolando. Aquel local era un lugar frecuentado por funcionarios y policías asignados a la cercana Dirección General de Seguridad, el órgano del ministerio de Gobernación que coordinaba la Policía y la brigada de investigación social y criminal.

'Rolando, entre las 2:15 y 2:45'

Su enlace en Madrid para llevar a cabo las encomiendas de la dirección de ETA sería la activista de izquierdas Genoveva Forest ‘Eva’. Se trataba de una mujer fascinada por la revolución cubana y por la guerra de Vietnam, partidaria del uso de la violencia contra la dictadura franquista para imponer después una dictadura de corte comunista. Su ‘Frente Popular de Liberación’ se convirtió en una red de apoyo clave, con logística y colaboradores en la capital, que dieron apoyo a los comandos de la banda.

Imagen de Bernard Oyarzabal y María Lourdes Cristóbal, los autores del atentado. | E.I.

Forest jugó un papel determinante en el atentado de la cafetería Rolando. Fue ella la que acogió a los dos jóvenes procedentes del País Vasco francés -donde ETA se refugiaba sin temor en aquellos años-. Se trataba de Bernard Oyarzabal Bidegorri y de María Lourdes Cristóbal, de 25 y 21 años. La banda los adiestró y el 9 de septiembre viajaron desde Bayona (Francia) a Madrid con el propósito de colocar la bomba. Forest, ‘Eva’, les enseñó el local. Incluso comieron algún mediodía. La hora también se la facilitó la banda: debía ocurrir entre las 14.15 y las 14.45, la hora de más afluencia de clientes. Lo había anotado otro etarra, ‘Tanque’, días antes en su agenda tras haber realizado el trabajo de campo previo: “Rolando 2.15-2.45”.

Sólo les restaban los últimos detalles. Una factura olvidada permitió descubrir después la compra de un millar de tuercas con las que conformar la metralla. A ella se sumarían los 15 kilos de dinamita. El mareo previo a la explosión fue la disculpa para cumplir el plan, para abandonar la cafetería. ‘Eva’ les recogió en el exterior y les cobijó en un piso en Alcobendas mientras las sirenas y el horror invadían el centro de Madrid. Días más tarde ya habían huido a Francia. Tres años más tarde la ley de amnistía de 1977 les exoneró de cualquier responsabilidad.

"Yo no puedo perdonar"

Alicia apenas pudo conocer a su padre. En su recuerdo prima que era un hombre joven y guapo “y muy alegre”. Francisco Gómez Vaquero era cocinero. Había aprendido a amar los fogones en la mili. Después prosperó de restaurante en restaurante hasta ser el jefe de cocina del Rolando. “Le encantaba su profesión. Se le daba muy bien”, recuerda. Medio siglo después de que una explosión se lo arrebatara no oculta que se le hace difícil perdonar: “Yo no puedo. Pasas página porque debes seguir viviendo, pero perdonar… cada vez que hay un acontecimiento importante en mi familia mi padre no está”. Alicia no es capaz de afirmar qué les diría si un día los tuviera delante, si se encontrara cara a cara con los asesinos de su padre: “Lo he pensado muchas veces y he pensado cosas muy feas. Pero no creo que les haga sentir mal nada de lo que les diga, que es lo que me gustaría. Seguramente no les diría nada”.  

Material incautado a un comando de ETA durante una operación policial en 1974. | E.I.

El suyo fue un caso más de las muchas vidas que se truncaron aquella tarde. Baldomero Barral y María Josefina Pérez se habían casado hacía sólo tres años. No tuvieron viaje de novios. No se lo podían permitir. Un golpe de suerte, una quiniela les alivió económicamente. Abrieron una confitería en La Coruña y decidieron hacer aquel viaje que se debía. Irían a conocer Madrid. La despedida de sus hijas de tres años y 4 meses sería la última ocasión en las que las verían. ETA los mató en Rolando. Tenían 24 y 21 años. Aquella masacre se llevó por delante la vida de otros muchos. De Luis Martínez Martín, jubilado con tres hijas; de la maestra Francisca Baeza, de 45 años… y de otros tantos.

El Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo ha inaugurado una muestra en la que se detallan las circunstancias, contexto político e impacto que tuvo esta primera masacre de ETA. Comisariada por el historiador, Gaizka Fernández de Soldevilla, en ella se ha recreado desde la maleta-bomba empleada por los terroristas, hasta una maqueta con la disposición de la cafetería Rolando en el momento del atentado u objetos de algunas de las víctimas, como el gorro de cocinero del padre de Alicia Gómez o los telegramas de pesar remitidos por cientos de españoles.