El apagón del siglo ha puesto a prueba la autonomía de los bares madrileños para ofrecer cerveza fría. Pasadas las cinco de la tarde, cuando habian pasado más de cuatro horas desde que se fuera la luz, la cervecería Santa Bárbara y el 100 Montaditos colindante seguían sirviendo a una clientela ávida que abarrotaba la plaza, indiferente al caos que reinaba en la ciudad y en toda España. Calle Santa Engracia arriba, un bar invitaba desde una pizarra a los transeúntes a relajarse y disfrutar de su terraza… si tenían efectivo.

A esa hora en Chamberí, 23 grados y un sol espléndido, las familias paseaban como si de un día festivo se tratara. La calzada estaba desierta, la misma que una hora antes presentaba un embotellamiento antológico de automovilistas tratando de llegar a sus casas. Igual el paseo de la Castellana dirección sur y la calle Serrano, agentes de policía hacían lo que podían para regular los endiablados flujos de tráfico de una ciudad desquiciada. A primera hora de la tarde, todas las salidas de Madrid eran un caos. Las de la A-6 un pandemonium de cláxones e insultos.

En la calle Zurbano, un grupo de vecinos se arremolinaba alrededor de la radio encendida de una moto de gran cilindrada. En cada parada de autobús, el único medio de transporte público que ha resistido el apagón, había una cola de gente desesperada mirando la pantalla de sus teléfonos repentinamente inservibles. Colas también ante los cajeros para sacar ese efectivo que muchos hace años que sacaron de sus vidas y que ahora necesitan para sentarse en una terraza a relajarse y disfrutar del fin del mundo.

Aquellos turistas que no se han quedado atrapados en Madrid con el check out hecho y sus maletas en la calle -alguno todavía con la medalla al cuello conseguida en la maratón del domingo- no renunciaban al paseo y a hacerse fotos ante la puerta de Alcalá, la Cibeles y el Oso y el Madroño en un Madrid soleado pero dantesco donde todavía no ha dado tiempo a recoger las montañas de basura de la huelga recién desconvocada.

Un hombre atravesaba la Puerta del Sol con una bombona de camping gas. Un poco más allá, tras los ventanales del Four Seasons se veía el bar iluminado y lleno de clientela. Son los generadores del sótano y están fallando cada dos minutos, explica Leo, uno de los porteros, imperturbable pese al lío que tienen montado de vips que han venido a Madrid para asistir a los premios Platino. Los empleados del hotel entraban y salían nerviosos, intentando planificar las atenciones que requieren sus exigentes huéspedes. Mientras, a la vuelta de la esquina, los escoltas esperaban nerviosos a poder sacar del Casino de Madrid a los ministros atrapados en un evento de inversión internacional.

En la calle Virgen de los Peligros, un supermercado sin los generadores a prueba de apagones de Mercadona despachaba productos de primera necesidad con la verja bajada, en modo farmacia de guardia. A pocos metros, un grupo de jóvenes sin camiseta había trasladado a la calle la fiesta que llevaban celebrando desde el domingo en el piso de uno de ellos. Si el apagón sigue cuando caiga la noche quizá vuelvan al lío.