La violencia política vuelve a resucitar en EEUU tras el asesinato del activista trumpista y uno de los principales rostros del movimiento MAGA —Make America Great Again— Charlie Kirk durante un evento universitario en Utah. Sucede justo un año después del intento de asesinato a Donald Trump en Florida durante un mitin electoral. Meses después del sí perpetrado crimen de la congresista del Partido Demócrata, Melissa Hortman, y su marido —se intentó también con el senador demócrata John Hoffman, que fue herido junto a su esposa—. También después del ataque a martillazos del esposo de Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara de Representantes. O tras el violento asalto al Capitolio de 2021 o el intento de secuestro por parte de un grupo ultra de la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer, tras imponer restricciones covid en 2020.
Esta violencia no es novedosa en el país anglosajón, que ha asistido a los asesinatos de activistas como Martin Luther King, y presidentes como John F. Kennedy, e intentos fracasados con otros como Gerald Ford o Ronald Reagan. Pero el de Kirk destaca por darse en un momento en el que en EEUU impera la extrema polarización, con una sociedad dividida en dos, entre republicanos y demócratas. Los primeros, tras el crimen, hablan de que hay "una guerra en marcha". Los segundos lo atribuyen a la "agresividad" del trumpismo.
La pregunta que se genera estos días es si este ambiente de violencia política, física, puede llegar a España. Lo cierto es que la cultura política yankee cada vez influye más en Occidente, en nuestro país. Sobre todo en términos de espectacularidad, dramatización, storytelling, de apelación a las emociones y no al raciocinio, o a la apuesta por la batalla cultural. El 15-M es uno de los momentos clave de 'contagio' de esa americanización de nuestra política, que acabó penetrando desde las nuevas a las formaciones clásicas. A ello también han contribuido las redes sociales, la atención permanente y la 'venta' de la gestión como un contenido audiovisual a consumir.
España ha vivido momentos de violencia política. La de ETA ha sido una constante desde la dictadura hasta hace bien poco, el uso de la fuerza para la conquista fallida de exigencias políticas. Otro ejemplo es el terrorismo de extrema derecha de la Transición, en un periodo de inestabilidad, como la matanza de los abogados de Atocha por parte de pistoleros ultras ligados a la neofranquista Fuerza Nueva. En EEUU, a diferencia, todo viene dándose durante décadas de democracia consolidada.
Ahora España se topa con un alto grado de violencia verbal. Con el coqueteo con términos como "fascista" que se lanzan a la ligera y de forma permanente. Con el uso de alusiones dentro de un sistema garantista y democrático que lo ponen en duda. Sonada es la referencia constante de Vox a palabras como "dictadura", "golpismo", "izquierda criminal" para referirse al Gobierno y sus socios. "Fraude" o "estafa", respecto al PP. También en su día desde el ala más izquierdista se emplearon desde el "jarabe democrático" hasta "la cal viva". Pero lejos de quedarse en los partidos con objetivos más radicales, esto también escala entre las fuerzas tradicionales, que lidian entre no quedarse atrás, competir electoralmente con sus rivales de bloques, y mantener el decoro.
El PP acusa al PSOE de generar polarización con términos como "fachosfera", "alerta antifascista" o al denominarse como "muro de contención"
No pasó desadvertido estos días las palabras de Miguel Tellado, secretario general del PP. Habló de "cavar la fosa" para un Ejecutivo que ven en las últimas. Además, días después el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, compartió un vídeo cantando la canción Mí limón, mi limonero en un karaoke con la frase "me gusta la fruta" de Isabel Díaz Ayuso, que esconde un insulto extendido ya al presidente del Gobierno. Ante ello, el PSOE salió en tromba, como lo hicieron anteriormente los populares previa enésima polémica nacida de los socialistas.
Entre la condena y la retroalimentación
Preguntados por ese clima de tensión política y por las posibilidades de que ascienda a una violencia armada directa en España, fuentes del PP nacional señalan a PSOE, con Óscar Puente y sus tuits a la cabeza, y a Vox. A los socialistas y sus socios les acusan de alentar esa polarización al "utilizar terminología bélica" como "alerta antifascista", "muros" o "fachosfera". "Genera como respuesta que en los campos de fútbol griten en contra" de Sánchez. No entran a valorar el vídeo de Feijóo la semana pasada. En el PP no creen que alienten esa polarización, sino que se sitúan en el centro: "Entre los que quieren hundir barcos [de migrantes] y los que piden aislar" a Vox. Por eso, entre otras acciones, no participaron en las protestas de Ferraz ni en escraches previos, explican.
Desde el PSOE, fuentes de Ferraz trasladan a El Independiente que el PP ha buscado discordia con el propio asesinato de Kirk, insinuando que desde la izquierda se guarda "silencio ante la barbarie". "Lo condenamos con la máxima fuerza, la violencia debe ser desterrada de nuestras vidas", aseguran. Llaman a no caer en la violencia verbal y apostar por la convivencia pacífica entre los que piensan diferente". De hecho, se insta a que se voten las distintas mociones presentadas por el PSOE en contra de la violencia política. Aunque desde la sede socialista evitan recriminar nada al PP, distintos dirigentes han entrado en la pugna nuevamente con Génova a raíz de ese debate sobre la violencia.
Se critica al PP por no condenar la violencia que han sufrido algunas sedes del PSOE a lo largo de los últimos meses. Fuentes socialistas cifran en 244 los ataques y reprochan que ante la vandalización de la del PP de Teruel ellos sí reaccionaron. Montse Mínguez, portavoz nacional del PSOE, entro en debate en X con Tellado, cuando él puso en duda la condena por parte de las corrientes de izquierda ante la violencia.
El momento es tenso en España. Esta primera semana de plenos parlamentarios lo acredita. No tanto ya por la intensidad de los debates, sino por el predominio del insulto sobre la idea, de la descalificación personal sobre el argumento. El líder de Vox, Santiago Abascal, en su control al Gobierno de este miércoles pasado calificó a Sánchez de "corrupto, traidor e indecente". El ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, arremetió contra la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo. "Embustera", "difamadora" y "cara de bulo y de embuste" fueron algunas de sus palabras, a lo que ella respondió cuestionando la "catadura moral e intelectual" de Bolaños. El "presuntamente ministro de Justicia".
Ese clima de crispación parlamentario sí se refleja en las calles. ¿Ha habido casos de violencia física, psicológica o material? Sí. A Mariano Rajoy le agredió un chaval con una bofetada en un mitin en Pontevedra. La cultura del escrache a políticos de derecha derivó en acoso directo en los hogares de representantes de la izquierda, como los entonces ministros Pablo Iglesias e Irene Montero, durante el covid. Más recientemente se han vandalizado sedes políticas con daños materiales. Se ha impedido dar cobertura con normalidad a protestas ultras o antiinmigración como las de Torre Pacheco. Se ha Las protestas contra Sánchez degeneraron en enfrentamientos entre grupúsculos de extrema derecha y la Policía. Y la convocatoria en Ferraz la Nochevieja acabó simulando una agresión al presidente del Gobierno personificado en una piñata.
Por otro lado, también se refleja en las redes sociales, quizá con mayor intensidad, donde se une esa polarización a la desinformación en un ambiente donde predomina el anonimato, donde no hay intermediarios que valoren la veracidad o el contexto del contenido que se consume. Esto retroalimenta la propia violencia y a veces se le da juego desde la propia élite política. Este verano, por ejemplo, se ha perseguido y difundido imágenes de algunos ministros en sus vacaciones de verano, en momentos familiares, mientras se les reprochaba no estar centrados en los incendios pese a que en la mayoría de ocasiones no eran los encargados de gestionarlos por sus competencias.
La influencia de la cultura política americana
Los diferentes expertos del campo de la politología consultados en este reportaje destacan que aunque España aún está lejos de adentrarse en ese escenario de violencia política directa, física, como la experimentada ya en EEUU, se puede entrar en ella en cualquier momento.
El consultor y analista político Jordi Sarrión-Carbonell señala que por ahora España se enfrenta a un desafecto, una violencia verbal que tiene más que ver con la incapacidad de las élites políticas para "dar respuesta a los problemas de la gente". Aprecia dos elementos claves a tener en cuenta: uno que desliga a España de esa violencia por ahora, y otro que paradójicamente la aproxima.
En términos materiales, que en España no esté extendido el alto acceso a las armas de fuego permite tomar distancia de ese escenario social donde cualquier puede acribillar a un responsable político en un acto público. Con él coincide Xavier Peytibi, politólogo y director del proyecto Ideograma y de la web Beers&Politics y la politóloga, asesora ejecutiva de ECODES y profesora de sociología en la Universidad de Zaragoza, Cristina Monge.
"Allí hay una facilidad enorme y en España se deben cumplir unas condiciones" muy estrictas. Curiosamente, destaca, Kirk era un fuerte defensor del derecho a portar armas. Por este motivo, a Sarrión-Carbonell le parece "bastante improbable" que en España se llegue a ese punto de "tensión armada". Ha habido casos como el de Manuel Murillo, condenado a ocho años de prisión por expresar por WhatsApp las intenciones de darle "un tiro preciso" a Sánchez si se exhumaba a Franco del Valle de Cuelgamuros. Su interlocutora lo denunció al tomarlo en serio, pese a que él defendió sin éxito ante el Supremo que se trataba de "fantasías narcisistas".
Los datos nos dicen que la crispación se está dando desde la ultraderecha política y social. No hay simetría con la izquierda
Cristina Monge
Lo que sí aprecia Sarrión-Carbonell es cada vez España se aproxima más al ambiente político y a las fórmulas norteamericanas. Si bien la campaña de Barack Obama de 2009 ha sido crucial para los estrategas políticos en España en la década pasada, la entrada de Vox al juego electoral y sus vinculaciones con el trumpismo y sus métodos han americanizado parte de la confrontación política nacional. Especialmente en lo que tiene que ver con la batalla cultural frente a lo woke, frente al marco establecido y disputado hasta el momento por la izquierda bajo las ideas de Antonio Gramsci, ligado a la tradición comunista italiana. Sí Podemos puso en práctica sus principios desde su nacimiento —así como los de Ernesto Laclau, entre otros—, ahora es la derecha alternativa la que asume sus tesis para dar esa batalla. "Lo han estudiado mucho", sintetiza el experto.
Esa dinámica trumpista ha llevado a "desplazar los límites de lo posible, convirtiendo en normal lo que antes no lo era", y normalizando en parte esa violencia verbal que antes era inédita en España. "Hay una incitación muy clara a la violencia que viene de esta derecha alternativa. Saben que ese odio, la apelación al miedo y a las bajas pasiones moviliza y les permite una transformación cultural y en consecuencia, política", sentencia Sarrión-Carbonell. Vox, a través de su portavoz parlamentaria, Pepa Millán, tras los acontecimientos racistas de Torre Pacheco este verano, apreció como comprensible que los vecinos se tomasen la violencia por su mano: "Lo que no se puede es pedir a los familiares que se queden de brazos cruzados".
Hay un deterioro creciente del debate público, el auge de discursos de odio o la construcción del rival como enemigo a destruir. Eso es un caldo de cultivo
Xavier Peytibi
Peytibi hace hincapié en el cambio de la cultura política que se ha venido dando en España en los últimos años, conforme esa batalla cultura ha ido ganando peso también a la derecha y entrando en guerra con la izquierda. Sobre todo advierte del problema de la "deshumanización del adversario" que se produce para conseguir permear socialmente. Dar validez solo a una parte del relato. "Hay un deterioro creciente del debate público, el auge de discursos de odio o la construcción del rival como ilegítimo o el enemigo a destruir". Como Sarrión-Carbonell, Peytibi incide en que esos métodos normalizados ya en EEUU ya han generado un caldo de cultivo en nuestro país: "Hay insultos y sospecha constantes, amenazas en redes sociales, desinformación y una narrativa que erosiona los límites democráticos de la 'lucha' política".
"Si no se frena" ahora, "por su puesto que puede acabar dando el salto a la violencia física". "Las palabras tienen consecuencias y el tono del debate no es una cuestión retórica, sino un factor que puede determinar la salud democrática y, en último término, la seguridad", concluye Peytibi.
Respecto a las apreciaciones anteriores, Monge matiza que a su juicio hay tres diferencias esenciales que alejan ese escenario de violencia política, por ahora, de España. Además del acceso a las armas, incide en la división social en dos bloques que "aquí no se da de esa manera". Pero apunta como más relevante "la relación de la sociedad estadounidense con la violencia" de por sí. Alude, sin precisar, a un informe en el que en lo que llevamos de 2025 ya se habrían producido unos 300 ataques violentos. "Eso en España no pasa", puntualiza.
Responsabilidad y respuesta
Hay consenso generalizado en que el principal actor que ha encendido esa violencia verbal hasta el momento es Vox. "Los datos nos dicen que la crispación se está dando en la ultraderecha política y la parte más a la derecha de la sociedad. No hay una actitud simétrica política y social en el ámbito progresista". Eso, a la vez, ha llevado al PP a entrar en parte en el juego y a su vez al PSOE y a Sumar a elevar el tono para situarse a la altura. "El PP ha llegado a tachar de ilegítimo al Gobierno. Eso es muy peligroso", añade la politóloga comparándolo con las palabras recurrentes de Vox. Peytibi habla de la necesidad de dar marcha atrás en un periodo de "alerta seria".
Ante la pregunta de qué se puede hacer, los expertos apuntan al papel de los partidos clásicos y los medios de comunicación. "Son esenciales para bajar la tensión", creen. Monge ahonda sobre ello: "No hay que confundir la discrepancia política con la tensión. La legítima y necesaria discrepancia me parece necesaria". Destaca que muchas veces partidos y medios entran en sintonía creando una retroalimentación en la que se busca el titular o la consigna más dura. "Si hubiese conciencia por parte de todos, la violencia verbal bajaría, aunque no del todo", concluye Monge.
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