El ministro da demasiada importancia a la violencia ultraderechista y poca a la de ETA.
Blas Piñar, 1980

En los años de la Transición los reproches entre partidos no incluían estudios fantasmas o posibles plagios. Incluían muertos. Las declaraciones de Blas Piñar, halcón del franquismo que no perdonaba un paso en falso al gobierno de Adolfo Suárez, ponía por delante los asesinados por ETA a los asesinados por la ultraderecha. Antonio Ibáñez Freire, ministro de Interior, daba aquellos días cuenta a una comisión parlamentaria del estado de la investigación de uno de los crímenes más crueles de la derecha extremista en la Transición: el asesinato de Yolanda.

Yolanda, sin apellidos. Así pasó a la memoria colectiva de aquellos años el asesinato de Yolanda González Martín. Una joven bilbaína de 19 años que no era nadie, pero que murió en un paseo en la Transición. Esto es lo que le pasó a Yolanda: fueron a su casa, la secuestraron, se la llevaron a un descampado y la ejecutaron.

Carteles de Yolanda

“Fue un asesinato tremendo, en la Transición hubo muchos muertos, había mucha violencia. Te podían pegar una paliza al salir de un concierto de Raimon o podían darte un balazo en una manifestación. Pero en el caso de Yolanda, van a su casa, la secuestran, la llevan a un descampado y le pegan dos tiros en la cabeza. Era un paseo, literalmente, de los que se daban en la guerra”. Carlos Fonseca quedó impactado por aquel crimen, como muchos otros jóvenes de su generación. Acaba de publicar No te olvides de mí un trabajo de periodismo narrativo en el que ahonda en el asesinato e investigación del crimen de Yolanda.

No fue un capítulo aislado de violencia. La historiadora francesa Sophie Baby afirma que los muertos durante la Transición podrían superar los 714, según ha publicado esta autora en El mito de la transición pacífica (AKAL), un trabajo historiográfico en que investiga la violencia en España entre 1975 y 1982. Según sus datos, de los 714 muertos de los que se tiene constancia en ese periodo, 376 son causados por terrorismo independentista (ETA principalmente); 75 por grupos de extrema izquierda como los GRAPO; 67 a manos de grupos de extrema derecha (entre ellos Yolanda); 17 sin atribución clara o desconocida; y 178 de lo que se denomina violencias de Estado, cifra en la que se incluyen 30 terroristas, mientras que el resto eran, en su mayoría, civiles.

La joven bilbaína pasó a la historia sin apellidos porque no era nadie y lo que le pasó a ella le podía haber pasado a muchos otros. Fue señalada por un grupo de ultras como un comando de información etarra por el mero hecho de ser vasca, militar un partido de izquierdas y participar en muchas de las movilizaciones que se producían en Madrid aquellos años.

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“El asesinato de Yolanda estaría dentro de las violencias contestatarias, y, dentro de éstas, en la extrema derecha y en la violencia cometida por los comandos de Fuerza Nueva- explica a El Independiente la historiadora francesa. Según Sophie Baby, la violencia de extrema derecha es complicada de interpretar y ella distingue dos momentos en su actuación. El primer momento es del año 75 al 77 cuando “no son grupos organizados ni controlados por una organización superior que coordine sus atentados, más bien son grupos autónomos, muy caleidoscópicos y dispersos que actúan con objetivos diferentes”. En un segundo momento su actuación adquiere una intencionalidad diferente: “a principios de los 80 es una violencia reactiva a los atentados terroristas de ETA y de GRAPO que se extienden mucho a partir del 79 y del 80, sobre todo en el 80 que es el año más mortífero de la Transición. Quieren fomentar y apoyar un clima de violencia global, de crear una sensación de caos y desorden generalizado que pueda convencer al ejército a actuar contra el proceso de democratización. En el caso de Yolanda, se inscribe dentro de este recrudecimiento de la violencia y del activismo ultra de principios de los 80”, explica Baby.

El atentado más trascendental por sus implicaciones de aquellos años, sufrido en el ámbito de la activismo sindicalista, fue la matanza de los abogados de Atocha. Pero es un caso muy distinto del de Yolanda- explica Fonseca- ya que el caso de Atocha se produce en el año 77, son abogados del Partido Comunista y era un momento en el que Suárez está intentando legalizar el Partido Comunista. En el caso de Yolanda ella es militante de un partido muy pequeñito, el Partido Socialista de los Trabajadores, es casi una niña que se ha venido del País Vasco para participar las movilizaciones del momento”.

De las cifras de Baby se desprende que hay muchas víctimas de asesinatos perpetrados durante aquellos años, tanto desde la extrema izquierda como de la extrema derecha, que han caído en el olvido, a diferencia de los muertos de ETA y por ETA.

Esta es una de las razones por las que Fonseca ha querido investigar, para poner de relieve el caso paradigmático de Yolanda, “por los muchos jóvenes que se dejaron su vida en la lucha de las conquistas de la democracia. No te olvides de mí incluye cartas de la familia con Yolanda y recupera el testimonio de familiares y amigos, con “numerosas pequeñas aportaciones que permiten dibujar lo que fue la Transición y resaltarlo a través de un personaje”, explica el autor que en 2004 escribió el superventas Trece rosas rojas, que fue llevada al cine. “Me gusta acercarme a la historia a través de pequeñas historias”, añade.

Cartel Partido Comunista

Cartel Partido Comunista Archivo histórico del PCE

El relato de la transición pacífica y sus secuelas

El relato de éxito pacífico y político de la Transición está muy presente en el discurso actual. En 2015 Albert Rivera asumió como propio el discurso de la Transición y anunció de cara a las elecciones que se iniciaba una segunda Transición. "La Segunda Transición es mejor que la lideremos desde el centro",  decía el líder del joven partido. El pasado 2 de septiembre, Pablo Casado inauguró el curso político en Ávila junto a Adolfo Suárez Illana, hijo de “nuestro presidente fundacional de la Transición, Adolfo Suárez”, según las palabras del propio Casado. Anunciaban la creación de una nueva fundación llamada Concordia y Libertad. Ávila, ciudad de origen de Suárez, fue escenario de importantes negociaciones como la legalización del Partido Comunista. En su catedral está enterrado el presidente, y la ciudad castellanoleonesa se ha convertido en reclamo de un discurso que reivindica el “espíritu de la Transición”.

“En la Transición ni hubo ocultación, ni sometimiento, ni miedo. Hubo grandeza moral, sentido de la historia, reconciliación y concordia. Propondremos una Ley de Concordia que reivindique la Transición y derogue de facto la sectaria relectura de la historia”, decía Pablo Casado en Ávila el pasado día 2.

“Una vez que la Transición acabó en los años 80, cuando se asentó la democracia, todos los actores políticos se apropiaron del espíritu de la Transición- explica Baby-. El primero fue el PSOE de Felipe González, el más partidario de este tipo de discurso, y luego cuando Alianza Popular se transformó en el Partido Popular con José María Aznar trató de cambiar la imagen de partido heredero del franquismo y recuperó ese relato fundacional de la Transición y ahora es casi el que más defiende ese relato”. Aznar publicó un libro titulado, también, La segunda Transición.

La loable y lógica voluntad de que no hubiera violencia “se transformó en una interpretación de la realidad de la Transición”

“El relato de la transición pacífica se construyó a la vez que se construye la Transición, incluso antes- explica Baby- los actores políticos quisieron hacer un proceso de democratización que fuera lo más pacífico posible, que tuviera la menor violencia posible. El recuerdo de la Guerra Civil, obviamente, estaba omnipresente y la única obsesión que había era no repetir otra guerra, no repetir otro tipo de violencia revolucionaria o golpista que pudiera desencadenar en otra guerra civil”. Para esta historiadora, la loable y lógica voluntad de que no hubiera violencia “se transformó en una interpretación de la realidad de la Transición”.

En ese proceso por “limitar la violencia que se desarrollaba en la Transición para controlarla y para evitar que desencadenara en algo más violento se produce una minimización de esa violencia porque no era nada en comparación con la Guerra Civil. 700 muertos, que es una cifra enorme, no es nada sí se compara con la Guerra Civil”.

El grupo Jarcha, referencia de la Transición con su canción 'Libertad sin ira'. jarcha.com

“Se ha construido un relato de la Transición como un período idílico que no corresponde con la realidad donde todo el mundo llegaba a acuerdos con todo el mundo, donde no pasaba nada, cuando en la Transición hay que tener en cuenta que hubo dos intentonas golpistas”, opina Carlos Fonseca.

Para el autor de esta investigación sobre el asesinato de Yolanda, el relato de la transición está en revisión porque “la Transición no fue un producto de cuatro personas, el presidente Suárez y dos más, sino que fue la recuperación de la democracia que fue conquistada en la calle por trabajadores y por estudiantes. Ahora el relato se está modificando para que se ajuste más a la verdad, no se trata de echar por tierra o despreciar lo que fue la Transición pero hay que contarla con sus luces y con sus sombras”, considera Fonseca.

La Historia no es la política “y en España muchas veces se confunden las dos cosas”

El libro de Baby se escribe dentro de una corriente historiográfica que hace una relectura de lo que ocurre en la Transición española. Esta relectura empezó hace ya bastantes años, a principios de este siglo. De hecho, la autora empezó su investigación en el 2000. “Otra cosa es la lectura que se hace políticamente. No hay revisionismo historiográfico, sino un revisionismo político. En historia se han hecho muchos estudios de los márgenes de la Transición, como las movilizaciones sociales de asociaciones de vecinos o de lo que pasó en la comunidad LGTBi. Esa relectura no tiene mucho que ver con el relato político, mítico y fundacional, son cosas diferentes. Se puede seguir diciendo que fue un momento político fundamental, que fue un éxito porque ese consenso se negoció, lo que no entra en contradicción con una realidad en la que también hubo mucha violencia”.

Para Baby, la memoria que se exhibe en el espacio público está cambiando algo, pero la Historia no es la política “y en España muchas veces se confunden las dos cosas”, asegura.
“La Historia es decir que hubo más de 700 muertos, es una información útil y es muy importante decirlo. Si hay que hacer reparación a las víctimas, si necesitan asumir la responsabilidad del Estado en la parte que tenga que asumirla, eso sí son cuestiones que no pertenecen a la Historia. Lo que haga la sociedad con estos datos es otra cosa.”

El secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, da en Madrid una rueda de prensa clandestina, a la que asisten periodistas españoles y extranjeros el 10 de diciembre de 1976.

Rueda de prensa clandestina de Santiago Carrillo en Madrid, el 10 de diciembre de 1976. EFE

Muertos sin censura

Tanto Baby como Fonseca reconocen que no hubo censura en ese periodo, que los muertos aparecían en la prensa cada vez que había noticias. Nunca se han ocultado. “Un simple visionado de la exitosa serie documental que dirigió Victoria Prego y un repaso de la prensa de la época - escribe la historiadora- convencen de la presencia de la violencia".

Según Baby, en el ámbito mediático se impulsó este relato y “en los editoriales de El País, principalmente, se mandaban mensajes para controlar la violencia, con llamadas a la paz, a la desmovilización social y llamadas a la responsabilidad y madurez del pueblo español para controlarse y que no se desencadenará la violencia en algo peor”.

Para tener legitimidad en el espacio político español hay que ser pacífico y hay que rechazar la violencia y no usarla

Este mito fundacional de la transición pacífica ayudó “en la exclusión de la violencia del espacio político democrático que se estaba construyendo, y la reactivación de la violencia aumentaba las ganas de vivir sin violencia”. Esta fue la gran baza de los demócratas contra el terrorismo de ETA y está tan afianzada que, por ejemplo, en el caso de Cataluña es clave. “Los movimientos catalanes independentistas tienen una férrea voluntad de no caer en la violencia, es algo fundamental. Para tener legitimidad en el espacio político español hay que ser pacífico y hay que rechazar la violencia y no usarla”.