Este 22 de noviembre se cumplen 50 años de la proclamación de Juan Carlos de Borbón como rey de España. Pero el hoy rey emérito no será objeto de un gran homenaje nacional, sino apenas el protagonista de una incómoda comida privada en el Palacio de El Pardo, el lugar donde vivió y desde donde gobernó durante 36 años su predecesor en la Jefatura del Estado, el dictador Francisco Franco.

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El juramento de lealtad a las leyes y los principios del Movimiento de Juan Carlos I ante las Cortes de la dictadura, dos días después de la muerte del caudillo y siguiendo sus previsiones sucesorias, fue el momento fundacional de la transición política, la gran obra colectiva de los españoles que culminará en la aprobación de una Constitución democrática tres años después. Juan Carlos pilotó con inteligencia e intuición un proceso, rápido, eficiente y modélico en muchos aspectos, que fue motivo de orgullo unánime para los españoles hasta hace pocos años, cuando el denominado despectivamente régimen del 78 comenzó a dar señales de fatiga, coincidiendo con las consecuencias de la última gran crisis económica.

Pero si este medio siglo de monarquía restaurada –aunque Franco insistía en que por medio de Juan Carlos no se restauraba sino que se "instauraba" como "coronación del proceso político del Régimen, que exige la identificación más completa con el mismo", tal y como se encargó de recordarle a Don Juan de Borbón en la carta que le envió en julio de 1969 para anunciarle la designación de su hijo como su sucesor en la Jefatura del Estado–, si este aniversario redondo no es objeto de una gran celebración nacional no es tanto por las fallas del sistema como por las debilidades de quien guió su alumbramiento. Los escándalos que precipitaron su abdicación en 2014, su anómalo destierro en 2020 y el exilio que padece desde entonces han convertido a Juan Carlos en un apestado que no puede presentarse en un acto oficial. No está muerto, pero se le nombra (y se le omite) como si lo estuviera.

Un aniversario con perfil bajo

Por eso, además del almuerzo de El Pardo, la conmemoración ha quedado reducida a un par de actos discretos celebrados por adelantado este viernes: los toisones a Doña Sofía, los ponentes constitucionales vivos y el primer presidente del Gobierno que representó la alternancia y marcó la culminación del cambio político, Felipe González; y una charla coloquio en el Congreso de los Diputados, extraño formato para una fecha tan señalada, moderada por dos periodistas que al parecer representan los dos polos del espectro ideológico español, Fernando Ónega e Iñaki Gabilondo –quien en 2020 aseguró sentirse "avergonzado" por haber contribuido desde los medios de comunicación a la impunidad del monarca entonces recién expatriado–. El encuentro ha contado al menos con un historiador de fuste, Juan Pablo Fusi, que ya en 1979 firmó con el eminente hispanista Raymond Carr la primera historia del cambio político, España, de la dictadura a la democracia.

El perfil bajo de los actos es llamativo si se compara con otras conmemoraciones previas, como los 40 años de la Constitución, donde sí participó Juan Carlos (todavía bajo el Gobierno de Mariano Rajoy), o con ceremonias políticas organizadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, como los homenajes de Estado a las víctimas del Covid o de la dana de Valencia. Como ya sucediera en 2024, con motivo del décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI, el Ejecutivo ha renunciado a organizar un gran acto. Su proyecto es otro: la batería de iniciativas de España en Libertad, el programa conmemorativo que improvisó a comienzos de año y al que ahora ha dado un nuevo impulso con la intención de que se prolongue durante 2026 y quién sabe si más allá; las efemérides por venir –Ley para la Reforma Política en 1976, primeras elecciones democráticas en 1977, Constitución en 1978– ofrecen un terreno propicio para "adoctrinar en democracia" y "reescribir la historia", como dijo este miércoles el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, en la presentación del relanzamiento de España en Libertad.

Moncloa no quiere, La Zarzuela no puede

Transcurridos más de diez años de la abdicación, cinco de su precipitada salida de España y sin cuentas pendientes con la justicia, el cincuenta aniversario de la proclamación de Juan Carlos parecía un buen momento para la normalización y la organización de un retorno ordenado. Desde su primer viaje a Sanxenxo en 2022, el rey emérito visita España con regularidad. La opinión pública se ha acostumbrado a verle en las regatas gallegas, en sus restaurantes favoritos, en bodas y funerales. El contexto sería propicio para resolver la anomalía de un destierro que parece confirmar una vieja maldición borbónica. Pero la escasa, por no decir nula, disposición gubernamental lo pone difícil. El mismo Gobierno que ha arbitrado indultos y una amnistía a medida para los líderes independentistas del procés se muestra interesadamente ajeno, cuando no hostil, a esta hipótesis.

El mismo Gobierno que ha arbitrado indultos y una amnistía a medida para los líderes independentistas del procés se muestra interesadamente ajeno, cuando no hostil, al retorno de Juan Carlos

Moncloa no quiere, y La Zarzuela no puede: sometida necesaria y constitucionalmente a la tutela y el escrutinio gubernamentales, la Casa Real tiene en el Gobierno a un interlocutor incómodo que no se lo pone fácil, que le achica los espacios y que según los más críticos la ningunea. Una hostilidad que complica la negociación de una salida satisfactoria para la situación del padre del rey.

Un nuevo escollo: las memorias del emérito

Por si fuera poco, un factor adicional ha terminado de complicarlo todo: la publicación de las memorias de Juan Carlos, ya anunciadas en septiembre de 2024 y publicadas en Francia el pasado 5 de noviembre. Aunque una cortesía de Planeta y su presidente, José Crehueras, retrasó el lanzamiento hasta el 3 de diciembre para no hacerlo coincidir con la fecha exacta del 50º aniversario de la muerte de Franco y la proclamación de Juan Carlos, los aspectos más controvertidos del libro se conocieron en España en cuestión de horas. Como su retrato amable de Franco, los reproches a su hijo o sus críticas a la reina Letizia. Juan Carlos asegura que quiere volver a España, tener una jubilación tranquila cerca de los suyos, y no permanecer en la triste soledad de su villa anodina de Abu Dabi, pero sus memorias desmienten el ánimo de su título, Reconciliación, y suponen una auténtica voladura de puentes con su hijo y, en la actual coyuntura política, también con el Gobierno.

"No he leído el libro, parece que se mete con la reina. Pero es un señor que tiene muchos años, y los viejos pueden decir auténticos disparates". Habla Tom Burns Marañón, que ha escrito algunos libros importantes sobre la Corona, sobre Juan Carlos y sobre el régimen al que dio pie, como Conversaciones sobre el Rey (1995), La monarquía necesaria (2007) o De la fruta madura a la manzana podrida. El laberinto de la Transición española (2015).

A su juicio, el regreso del rey emérito a España no es solo una cuestión de humanidad, es una cuestión de Estado. "Creo que no ha habido una reflexión profunda sobre esta situación, y todo el mundo debería ser consciente". Burns reitera una idea que ya expresó hace cuatro años en este periódico Victoria Prego: "Este país no puede permitirse que Juan Carlos muera en el exilio; que la portada del New York Times lleve a toda página un titular como King Juan Carlos dies disgraced in Abu Dhabi. Esto provocaría una catarsis: si sucede, la gente se va a plantear de quién es la culpa".

La modestia de los actos conmemorativos y el afecto que provoca en buena parte de los españoles las imágenes de la anciana reina Sofía recibiendo de su hijo la máxima distinción de la monarquía han logrado disimular la clamorosa anomalía que supone celebrar a Juan Carlos sin Juan Carlos. Pero el problema más importante, el elefante en la habitación, sigue ahí, en Abu Dabi.

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