El desierto se está comiendo China. Una fina y persistente ola de arena engulló la semana pasada Beijing y gran parte del norte del país. Los niveles de contaminación se dispararon, la visibilidad era tan baja que se cancelaron numerosos vuelos y se recomendó a niños y ancianos no salir de sus casas.
Las tormentas de arena son habituales en el norte de China cada primavera, de marzo a mayo. La arena de desiertos como el de Gobi viaja con el viento hasta las urbes. En esta ocasión la tormenta afectó a una vasta región que incluye Xinjiang y Mongolia Interior, en los extremos noroeste y norte del país. En la capital el nivel de partículas PM10 superó los 1000 microgramos por metro cúbico, una de las concentraciones más altas del año. Según EFE, también aumentó hasta los más de 500 microgramos por metro cúbico el nivel de las PM2,5, consideradas las más nocivas para la salud.
“Estas tormentas se producen por el mal uso del suelo en Mongolia Interior”, explica a El Independiente Jaime Martínez Valderrama, investigador de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC. “Los vientos que soplan son los de siempre lo que pasa que el suelo está degradado. Han eliminado los pastos duros naturales que cubrían el terreno para cultivar y como consecuencia la arena ha ido abriéndose paso”.
Esta modificación del suelo para su cultivo es una idea nefasta. En las estepas chinas septentrionales llueve poco y las temperaturas son bajas. En un ambiente así la agricultura sedentaria como la practicada en zonas húmedas de otras partes del país es pan para hoy y hambre para mañana. “Estos campos de cultivo tardan tan solo 30 años en agotarse. Las tierras que pierden su fertilidad por el abuso de los recursos naturales en Mongolia Interior es de unos 2 millones de hectáreas al año”, explica en su libro recién publicado Los desiertos y la desertificación (Editorial CSIC).
Recuerda que "esto mismo ya sucedió en las Grandes Llanuras del Medio Oeste norteamericano. Se produjo el Dust Bowl (Cuenco de Polvo), calificado como el peor problema medioambiental de origen humano que haya sufrido Estados Unidos".
La invención del pesado arado de acero, que permitía roturar suelos protegidos por correosas capas de hierba, unido al uso de una variedad de trigo resistente a la sequía, impulsó la llegada de colonos a la zona hacia 1870. Empezaron a cultivar en esas tierras ásperas con fuertes vientos, territorio de bisontes.
Cuando la sequía reapareció en los años 30 del siglo pasado tras un excepcional periodo de lluvias, acompañada de las fuertes tormentas de viento típicas de la región, se produjo una erosión eólica sin precedentes. "350 millones de toneladas de suelo fértil volaron, literalmente, por los aires. Más de 2 millones de hectáreas se vieron afectadas y unos tres millones y medio de personas se vieron forzadas a emigrar dejando lo que quedaba de sus granjas tras ellos", narra Valderrama. "Esta situación es el sustrato de la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck”, ilustra.
El Gobierno chino lleva años intentando luchar contra las tormentas de arena desértica en el norte del país, con masivos programas de reforestación, pero aún así se declaran varias cada primavera. “Las barreras de árboles no sirven para nada. La solución es la prevención. Producir con más cerebro, sin arrasar. Si te cargas los recursos naturales, te cargas la economía”, concluye contundente.
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