Los ordenadores no nacieron en un garaje californiano. Sino en las fiestas que el adinerado Charles Babbage organizaba para la alta sociedad británica en el Londres del siglo XIX. A su lujosa mansión invitaba a todo aquel que consideraba interesante, de Darwing a Dickens pasando por el Duque de Wellington.
Babbage, que además de ser un bon vivant era el titular de la cátedra lucasiana de matemáticas de Cambridge (la misma de Newton y Stephen Hawking), se divertía en esas grandes fiestas mostrando a la alta sociedad, con ademanes teatrales, los inventos en los que estaba trabajando. En realidad, ninguno de sus ilustres invitados vestidos de frac entendía para qué servía esa Máquina de las Diferencias, un enorme artilugio con manivela pensado para hacer cálculos matemáticos. Ninguno, hasta que invitó a una de esas fiestas a la jovencísima Ada Lovelace. Una aristócrata de 17 años que no solo comprendía cómo funcionaba, sino que con el tiempo superó sus teorías.
Ada Lovelace es un nombre sorprendentemente olvidado por la Historia para el legado que dejó
Ada Lovelace, más conocida por ser la única hija legítima de Lord Byron que por ser la primera programadora de la historia, es un nombre que sorprendentemente olvidado por la Historia para el legado que dejó. Su principal aportación, el primer programa de ordenador (ideado un siglo antes de que siquiera existieran los computadores), puede contemplarse ahora en Madrid en la exposición Ada Lovelace, la encantadora de números.
Esta muestra –en la segunda planta de Espacio Fundación Telefónica hasta el 15 de octubre– traza un sugerente recorrido para entender no solo los hitos científicos de la vida de Lovelace, también los pequeños objetos de la vida cotidiana de una mujer de la alta sociedad del siglo XIX. Desde los equipos para hacer sangrías supuestamente curativas a los utensilios de escritura como los que Lovelace utilizó para las miles de cartas que intercambió con Babbage y demás científicos repletas de teorías matemáticas que sentarían las bases de la revolución informática.
Para entender cómo ha cambiado el mundo en los últimos 200 años, tan fascinante en esta exposición contemplar las primeras tarjetas perforadas de 1801, pensadas para que los telares cosieran de forma automática, como observar la lámina "Explorar a la mujer de pie", de 1822, en la que lo que se suponen instrucciones para una exploración ginecológica muestran a un médico arrodillado que palpa a tientas a una mujer con el típico vestido almidonado de la época un poco, sólo un poco, remangado.
La mujer 'más vulgar y basta de Inglaterra'
En esta época en la que muchas mujeres excepcionales tenían que estudiar a escondidas, Ada Lovelace pudo desarrollar su amor por los números porque su madre, lady Byron, creyó que si le permitía estudiar matemáticas la mantendría lo más alejada posible de caer en las tentaciones poéticas de su padre, de quien se separó cuando Ada no era más que un bebé por sus infidelidades. Confiaba en que las matemáticas servirían de antídoto a las peligrosas irracionalidades poéticas en las que podía caer por ser una Byron.
Pero la imaginación no se cura así como así. Y Ada veía la poesía en los números y la belleza en las máquinas. Con doce años, se obsesionó con la idea de volar hasta tal punto que escribió un tratado con sus investigaciones: diseccionó pájaros, estudió su anatomía, realizó cálculos matemáticos sobre ella; analizó materiales para construir alas: plumas, papel, alambre…
No era Lovelace, claro, lo que se esperaba de una dama en la sociedad victoriana. Pensar "como un hombre" podía "generarle fatiga". Decían los periódicos de la época que tenía un carácter excéntrico, brillante pero "demasiado matemática”. El New York Mirror de 1833 publicó: “Ada Byron, la única hija del ‘noble bardo’ ¡es la mujer más vulgar y basta de Inglaterra!”.
"Su relevancia no está en que fuera una mujer pionera para su época, es la de un intelecto brillante que realizó uno de los hallazgos científicos más importantes de la Historia", explica Reyes Esparza, comisaria de la exposición de la Fundación Telefónica. "Que sea mujer lo que explica es que gran parte de sus hallazgos tuvieran menos repercusión y cayeran en el olvido mucho tiempo. Sus escritos concibieron la informática tal y como luego se entendió en el siglo XX, pero se ha tardado mucho en reconocer su figura".
La clave para entender lo verdaderamente revolucionario de la aportación de Lovelace está en el salto conceptual que lleva la máquina de cálculo que quería hacer Babbage y luego ella transforma en lo que llamaba "una máquina analítica de propósito general", capaz de manipular símbolos sin intervención humana para operar sobre cualquier tipo de información, no sólo números. Es decir, un ordenador.
Puede que fuera precisamente su carácter soñador, ese ramalazo poético tan Byron que su madre intentó curarle a base de números, lo que explica que Ada se adelantara casi un siglo en su teoría a lo que la práctica pudo hacer realidad.
La propia Ada definía la "imaginación" como algo casi matemático: "la facultad de combinación de cosas, hechos, ideas en combinaciones nuevas originales, infinitas, en constante variación". Así la definía en un ensayo escrito en 1941 que recoge Walter Isaacson, el biógrafo de Steve Jobs en el capítulo que dedica a Lovelace en Los Innovadores. Los Genios que inventaron el futuro (Debate, 2014).
Como la exposición de Fundación Telefónica sobre esta matemática se queda demasiado corta dado el pequeño espacio que la alberga, quienes se queden con ganas de más pueden profundizar con la obra de Isaacson. No en vano la cronología de la revolución digital que plantea, que acaba con los últimos avances de la inteligencia artificial y repasa el nacimiento de Apple a Google pasando por Microsoft, empieza precisamente en 1843. Ese fue el año en el que Ada Lovelace publicó sus "notas" sobre la máquina analítica de Babbage. Sin ellas, siglo y medio después, el mundo sería muy diferente.
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