Quién me iba a decir que de ver múltiples y alegres fogatas en la playa la noche de San Juan pasaría a ver arder el monte a pocos metros de mi casa y tenerla que abandonar a las dos de la mañana. La noche de San Juan volvió a ser mágica en Mazagón como todos los años.

Cientos de personas fueron ocupando esta preciosa y extensa playa y comenzaron a encender sus fogatas, cenar e incluso pasar la noche. La marea estaba baja, por lo tanto más playa para pasear. La noche fue pasando, se vieron pequeños pero vistosos fuegos artificiales e incluso alguien echó a volar uno de esos globos chinos de papel, donde una vela calienta el aire y se eleva y vuela sin rumbo hasta que la vela se apaga. Mi marido opina que “esas mechas a la deriva debían de estar prohibidas durante el verano porque podrían provocar un incendio forestal. Y a modo de vaticinio gracioso añadió: “Mañana vemos ardiendo los campos”.

Y así fue, pero no precisamente por ningún globo chino, sino por una imprudencia, negligencia o voluntad de algún malnacido, pues no se sabe. Sí recuerdo que la mañana del 24 el calor era insoportable y el viento huracanado. Ya por la noche mi marido y yo estábamos viendo la televisión, los niños ya se habían ido a dormir y de repente suena el móvil de mi marido. Serían las diez de la noche y nos extraño la llamada, era uno de mis cuñados que nos preguntaba por un supuesto incendio que desde su casa veían por mi zona. Mi marido lo negó, pues no se olía nada, y salió por la puerta de atrás, del patio, de donde se vería mejor el incendio. Volvió y dijo que no veía nada. Seguimos viendo la tele y otra llamada de otro de mis cuñados:

“¿Estáis bien?, tendréis el incendio encima”.
- “No hay tal incendio, que acabo de asomarme”.
- “Pues de aquí -Mazagón pueblo- se ve un gran incendio forestal por tu zona”. Entonces salí yo y fijándome bien, entreví el incendio entre la masa forestal a un kilómetro de casa. Aclaro que somos una de las últimas casas construidas en Mazagón hacia Matalascañas, lindando casi con un monte de pino y matorral que se extiende hasta Matalascañas, si descontamos el camping “Playa de Mazagón”, El Parador Nacional y el camping “Doñana”.

Más de 500 efectivos se batieron contra las llamas durante la noche del sábado. EFE

Yo me puse muy nerviosa, por los niños y por el recuerdo reciente del incendio de Portugal, y dije a mi marido que nos fuésemos. Pero él quitó hierro al asunto diciendo que hasta el monte teníamos un amplio cortafuegos y que soplaba noroeste, que mandaba el humo y las llamas hacia Matalascañas.
Pero yo seguía intranquila e incluso preparé una pequeña bolsa con lo imprescindible por si había que salir pitando. Luego salí a la calle donde había otros vecinos preocupados y con la intención de irse. Volvimos a casa y el olor a incendio era cada vez mayor. Ni mi marido ni yo nos acostamos pendientes de la situación, hasta que volví a salir, había más humo y ya vi arder el bosque que teníamos delante. Volví corriendo a la casa y dije: ¡Nos vamos! Despierta a los niños que nos vamos, el fuego está a 200 metros y todo el mundo se está yendo. Mi marido fue a despertar a los niños, que dormían plácidamente sin saber qué pasaba. Nos costó despertarlos y desorientados preguntaban qué pasaba. Les dije que había un gran incendio y que nos íbamos a Calañas, un pueblo cercano donde tenemos otra casa.

Al mismo tiempo telefoneaba a una de mis vecinas, más cerca aún de las llamas, para decirle que nos íbamos. Mi intención era que se viniera con nosotros porque no tenía otro sitio donde ir, pero no cogía el teléfono, eran cerca de las dos de la mañana. Entonces salí a la calle y con mi hijo mayor me fui hasta su casa para llamar al timbre. Su coche estaba aparcado en la puerta y todo parecía normal, salvo que a 200 metros el bosque ardía como una tea. Después de mucho insistir mi vecina se asomó por la ventana preguntando qué pasaba, entonces le señalé el fuego y que se vinieran con nosotros al pueblo. Mi vecina se asustó porque no sabía nada y al poco tiempo salía con su marido y su hijo, se montaron en su coche y nos siguieron. A pocos metros, había muchos coches de Protección Civil y Policía Local organizando la evacuación e informando que nadie cogiera la carretera de Palos de la Frontera y Moguer, pues estaba cortada, que cogiéramos la carretera hacia Huelva.

El monte español está muy sucio, se destina mucho a extinción y poco a prevención

Mazagón, a las dos de la mañana, estaba intransitable, con colas de coches escapando hacia Huelva, y la Guardia Civil, Protección Civil y Policía Local, dirigiendo la evacuación. Mi hijo pequeño no paraba de repetir si se quemaría la casa, mientras mi marido le tranquilizaba diciéndole que la arena no arde y que de muestra casa al monte había casi 200 metros, unos doscientos metros que el ayuntamiento de Moguer ara todos los años con buen criterio creando este necesario cortafuego. Por el camino hacia el pueblo mi marido no paraba de despotricar, que esto pasaba porque el monte no se limpia, que es yesca pura. Él cuando salía por el monte a pasear el perro siempre decía lo mismo: cualquier día sale ardiendo. Es un sotobosque que nunca se limpia y cada vez hay más leña, que junto con la hojarasca de pino, está esperando la cerilla del negligente de turno, del malnacido o del pirómano. “si el monte estuviera limpio, por más que se empeñase el pirómano malnacido, se quedaría con las ganas”, no paraba de repetir.

Un agente del INFOCA, en las inmediaciones del incendio de Doñana. EFE

Pero desgraciadamente el monte español está muy sucio. Se destina mucho a extinción y poco a prevención, a limpiar el monte. Dice la gente de campo que los grandes incendios se apagan en invierno. Mi marido se indigna cuando ve a los políticos hacerse la foto y a Susana Díaz decir que parece que el incendio fue provocado. “Y qué más da”, responde airado, “lo importante es que, aunque haya pirómanos, el monte no se queme como se ha quemado. Debía de haber gigantescos cortafuegos. No pasa nada por sacrificar varios pinos y que el sotobosque se limpie periódicamente con desbrozadoras manuales y mecánicas, que las cuadrillas del Infoca trabajen todo el año reduciendo el riesgo de estos grandes incendios forestales imposibles de detener”.

Ya hemos vuelto a casa, y aunque huele a quemado, ya no queda nada por quemar y el fuego se ha apagado, y ya no hay riesgo de que vuelva a aparecer en varios años. Se han quemado pinos centenarios que estaban rodeados de maleza y que ya no volveré a ver. Se han salvado los que crecían junto a casa porque se limpiaban todos los años; el resto quemados para siempre. Al igual que cientos de camaleones, que vivían ahí.

Un pinar con un sotobosque exuberante cerca de una población es una bomba incendiaria

Me llegan también imágenes y vídeos del camping Doñana totalmente quemado antes de comenzar la temporada alta, y me da más pena aún porque conozco a sus propietarios y a varios trabajadores y supongo la tragedia que estarán pasando. A mi peluquera se le ha quemado la casa y varios amigos no han podido aún volver a las suyas y andan recogidos por familiares y amigos. Aunque soy neófita en estos asuntos del fuego, me pregunto cómo puede quemarse un camping, por qué no había un cortafuego de 500 metros o de mil. Y lo mismo digo del camping Playa de Mazagón, a un kilómetro de mi casa. Cómo es posible que un pueblo entero tenga que ser desalojado por un incendio y que llegue a quemarse alguna de sus casas, como la de mi amiga. Mazagón está rodeado de bosque y mar, un auténtico privilegio, pero ese bosque, al igual que otros muchos, debe estar limpio. Un pinar con un sotobosque exuberante cerca de una población sólo es una bomba incendiaria de relojería que hay que desactivar porque si no, hoy, mañana o el año que viene, un pirómano, un malnacido o un imprudente puede convertir el inicio de un prometedor verano en un irrespirable infierno.

Antonia Villanueva, vecina de Mazagón, fue una de las desalojadas pues tuvo el fuego a 200 metros de su casa.