A Mauricio Antón le susurran los huesos. Restos óseos fosilizados en las profundidades de terrenos de todo el mundo le cuentan su historia. Le relatan la expresión de su rostro, el color de su mirada o su rotundo caminar. Mauricio es un paleoartista. De los mejores del mundo. Encadena la ciencia más precisa con el arte más evocador. Resucita con su trazo seres petrificados que ningún humano moderno ha visto jamás.
De niño quedó fascinado por las ilustraciones que veía en revistas y libros de ciencia naturales. Imágenes de maestros del siglo pasado como Rudolph Zallinger, Charles R. Knight y Zdenek Burian impactaron en su retina. Eran animales del pasado, como dinosaurios, reptiles voladores o dientes de sable abalanzándose sobre mamuts. “Era mucho más que ver un dibujo bonito. Era como una ventana que se abría a un mundo de misterio, pero que no era solo fantasía; había algo real”, describe. Esas escenas quedaron grabadas en su cerebro y en su corazón para siempre. Por eso estudió Bellas Artes.
“Por aquél entonces era impensable ganarse la vida como reconstructor de animales prehistóricos. No existía la profesión de paleoartista”, reconoce. La especialización llegó de una manera insólita. Estaba exponiendo sus obras surrealistas en una galería de Madrid cuando escuchó a dos chicos comentando uno de sus cuadros en los que aparecía un tigre dientes de sable. "No pude resistirme y me acerqué para hablar con ellos. Eran estudiantes y trabajaban con el principal especialista en dinosaurios en aquellos años en España: José Luis Sanz", relata. "Empecé a colaborar con él y desde entonces mi dedicación ha sido plena al paleoarte".
Hoy sus obras han recorrido medio mundo mediante exposiciones en museos, casi una veintena de libros, documentales y publicaciones científicas. Suya es la reconstrucción del Homo antecessor descubierto en el yacimiento de Gran Dolina, en Atapuerca (Burgos). “El reto era casi perverso porque los restos hallados son fragmentarios y de un ejemplar juvenil”, asegura. Tan limitada era la información que la resurrección artística sigue en marcha. “Con la reconstrucción de homínidos hay que hilar muy fino. Hasta que las excavaciones lleguen de nuevo al nivel TD6 Aurora y aparezcan restos craneales de individuos adultos, nuestra visión del rostro de Homo antecessor seguirá siendo muy provisional”, reconoce.
Antón no ha parado de aprender sobre anatomía y paleontología desde que comenzó a trabajar con fósiles hace más de 20 años. “Mi gran escuela de anatomía humana ha sido trabajar un año entero con Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez preparando el libro La especie elegida (Editorial Temas de Hoy). Cada uno de los dibujos que figuran ha supuesto ir a la facultad y consultar con los antropólogos para conocer todos los detalles de los homínidos que íbamos a representar", rememora.
Su primera portada en National Geographic llegó en 2002. La mirada gris cristalina de un Homo georgicus cautivaba a aquel que se cruzaba con un ejemplar. “No sabía que iba a ser portada, pero en una fantasía delirante quise hacer un homenaje a la mítica portada de la chica afgana de ojos acuáticos", relata. Quiso recuperar esa mirada “que inquiere” y situarla en uno de nuestros antepasados hace casi 2 millones de años. “Son esos detalles en los que tienes libertad para crear. Hasta que no haya un análisis genético no podremos saber de qué color los tenía”, ilustra.
El ser que aparece en la portada está creado a partir del cráneo número 3 de Dmanisi, una joya paleontológica de hace 1,8 millones de años. Su estado de conservación es exquisito. El equipo del paleoantropólogo David Lordkipanidze, director general del Museo Nacional de Georgia, descubrió el cráneo en 2001 en las ruinas de un castillo medieval a unos 60 kilómetros de Tiflis. Es un punto caliente para los científicos desde la aparición del primer resto humano en los noventa. Los georgicus son los primeros humanos que salieron de África. “Chris Sloan, el director de arte de la revista, quiso explorar el límite entre lo humano y lo bestial, por eso nos decidimos por un gesto que enseña los caninos prominentes”, relata.
Averiguar el aspecto de estos seres del pasado es un trabajo de precisión científica. “Es crucial mantenerse fiel a lo que indica el hueso, es lo único tangible, ahí están los datos reales”, subraya. “Averiguo cuál es la zona de inserción de los músculos y voy añadiendo capas. Los músculos más internos, luego los más superficiales, a continuación la grasa y luego la piel", detalla el experto.
No es tarea fácil. "En el 99% de los casos los fósiles son fragmentarios y están deformados por el peso de las toneladas de sedimentos que han reposado sobre ellos", explica con la seguridad de quién se ha enfrentado a reconstrucciones difíciles. Gracias a los programas de ordenador que han nacido en los últimos años (Mimics, Rhinoceros, Maya...) es posible devolver a estos fósiles sus proporciones originales con agilidad.
Aun así, lo digital no domina las obras del artista. “Primero hago un boceto y luego lo escaneo. Luego el color y la textura las hago en ordenador", comenta. No ha renunciado al placer de hundir sus manos en materiales de modelado para dar vida a las criaturas. Antón sujeta una cabeza de dientes de sable y observa sus lindes: “Añado con plastilina los músculos de la masticación, la nariz cartilaginosa, el tejido del hocico y lo duplico en resina”, explica. Esa morfología basada en datos reales será su modelo. "Lo retrato con distintas iluminaciones para resaltar los rasgos que quiero. Juego con él desde un punto de vista más artístico. Puedo interpretarlo con la estética que yo quiera”, dice.
Para hacer una propuesta lo más rigurosa posibles del color del pelaje, plumas o piel se fija en parientes evolutivamente cercanos al animal que está resucitando. "El papel que desempeña el animal es importante. Si es un depredador seguramente su pelaje serviría para camuflarle", apunta Antón. A su vez el paisaje que arroparía al animal se reconstruye de manera multidisciplinar. "Los distintos expertos ponen en común los datos de paleobiología, sedimentología, polen fósil, orografía y clima", señala. Con todo sobre la mesa dibuja el escenario fantasma.
Mauricio lleva tantas décadas escuchando el musitar de los fósiles que hay noches que habitan sus sueños. “Ese día habíamos hallado en el yacimiento de Batallones 1 los restos fragmentarios de un Promegantereon, un félido dientes de sable del que no se conocía ni un sólo cráneo entero en el mundo”, recuerda. En su fantasía lo encontraban. Exultante, el artista sostenía la pieza entre sus manos. Como si fuera una premonición, poco después el sueño se hizo realidad. Su próxima resurrección paleoartística no es un sueño sino un secreto bien guardado por la comunidad científica. En unos meses, su trazo maestro nos hará de nuevo vibrar.
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