Son el preludio de la primavera mediterránea. En febrero o marzo, cuando aún hace frío y los demás árboles de hoja caduca están pelados, los almendros florecen e inundan los campos y parques con su dulce aroma. En Cajas de Ciencia os contamos por qué.



A finales del invierno los almendros florecen, incluso antes de echar hojas. | Vídeo: M.V. y A.V.

 

Florecen temprano porque prefieren arriesgarse al azote de una eventual helada a finales del invierno que a las durísimas sequías del verano mediterráneo. Así disponen del agua necesaria para engordar el fruto.

Precisamente para evitar el riesgo de heladas, hay agricultores que utilizan variedades de floración tardía, que necesita más horas de frío (entre los 0 y 7 grados) acumulado durante el invierno para salir del letargo y florecer. Si la finalidad del almendro es ornamental, se suelen usar variedades de floración temprana.

Sin polinizadores no hay fruto

No obstante, las flores no son delicadas, aguantan hasta casi los 3 grados bajo cero. Eso sí, para que den frutos es imprescindible la presencia de polinizadores, de insectos que viajen de un árbol a otro, libando las flores de distintas variedades y mezclando su polen. Sin ellos, no habrá fruto.

Unos seis meses después de la explosión floral, entre agosto y septiembre, se recogen las almendras. España es el segundo productor mundial. El primero es Estados Unidos.

El almendro es de la familia de las rosáceas. Puede alcanzar hasta 10 metros de altura. Se da en zonas de climas templados y secos. Es originario del centro y sudoeste de Asia. Llegó a la península probablemente con los fenicios.

Estos días también florecen los cerezos. Sus flores son muy parecidas. A diferencia de los almendros los cerezos necesitan un cambio de temperatura brusco entre el invierno y la primavera. Eso sucede en lugares como Washington DC o en Japón, donde la floración es tal espectáculo que atrae a turistas de todo el mundo.