Recuerdo una época en la que lo normal era vivir sin internet. Ahora casi todo está conectado. Eso nos permite encender la calefacción antes de llegar a casa o poner la alarma mientras vemos las cámaras de seguridad desde nuestro rincón de vacaciones. Ya hay neveras que prácticamente hacen la compra. Es tan apetitoso, y sobre todo tan comercial conectar dispositivos a la red, que las empresas compiten ferozmente por saber quién va a ofrecer la prestación más original y cómoda al que está dispuesto a pagarla.

Pocos hablan de que eso nos hace más dependientes. Internet se caerá. Es cuestión de tiempo.

Forbes España coloca a Esther Paniagua entre el top 100 de las personas más creativas en los negocios y en el top 100 de las mujeres líderes en España. Ella publicó un libro del que deberíamos estar todos hablando llamado Error 404 ¿Preparados para un mundo sin internet?

¿Qué pasará cuando se caiga la Red? ¿Cuándo ocurrirá? ¿Podremos vivir con relativa normalidad cuando eso ocurra? Hacía ya algún tiempo que quería preguntar todas estas dudas a mi entrevistada, hasta que, por fin, saca un hueco en un día a día frenético para responderme.

Pregunta.- Captar la atención es una tarea cada día más difícil debido a la saturación mediática. Comprendo que sea crucial empezar con algo que impacte o, al menos, que llame la atención. ¿Hasta qué punto afirmar que se va a caer internet y viviremos oleadas de pánico es una exageración?

Respuesta.- Es una predicción basada en lo que dijo el científico Daniel Dennett en una entrevista hace algunos años, y que me inspiró a investigar para mi libro. Una caída masiva de Internet podría acercarnos a un caos, que es algo que ya hemos experimentado en menor escala. Por ejemplo, el 4 de octubre de 2021 se cayeron Instagram, Facebook, y WhatsApp, y muchísima gente entró en pánico, especialmente los jóvenes. Pero también los adultos, debido a nuestra dependencia de la conectividad.

P.- Recuerdo cuando lo raro era tener Internet… 

R.- Yo era la rara de mis amigos. En 1996, cuando tenía 10 años, mi madre se mudó a Estados Unidos y la forma más eficiente de comunicarnos era a través de Internet. Así que me compraron un ordenador y lo conectaron a Internet, algo muy novedoso en aquel entonces. Nadie en mi entorno tenía ni ordenador ni mucho menos conexión a la red. Desde joven fui una de las primeras en adoptar esta tecnología, lo que me permitió explorar y aprender de forma autodidacta algunos conceptos básicos de programación.

P.- ¿Una chiquilla programando? Todo un ejemplo.

R.- Sí, cosas muy básicas, principalmente juegos y pequeñas aplicaciones para divertirme. Pero eso me ayudó a entender cómo funcionan estos dispositivos y los algoritmos detrás de los programas informáticos y la inteligencia artificial.

P.- Que haya mujeres jóvenes programando es una buena noticia. ¿En el ámbito de la tecnología, existe una clara desigualdad de género?

R.- Así es, las cifras son contundentes. Por ejemplo, en la inteligencia artificial, sólo una de cada cuatro empleados es mujer, y esta desigualdad es aún más marcada en los puestos de liderazgo. Aunque en algunas ingenierías los números han aumentado, en otras áreas, como las ciencias de la computación, hemos visto una disminución notable. Muchas veces las mujeres sienten que la tecnología no es para ellas debido a los estereotipos con los que crecen, especialmente durante la adolescencia. Sin embargo, hay muchas iniciativas que buscan animar y apoyar a las mujeres en este campo, como el Technovation Challenge, que incentiva a las niñas a crear aplicaciones móviles o proyectos de inteligencia artificial para resolver problemas sociales. Es crucial destacar que, aunque la tecnología a menudo se usa para beneficios sociales, esto no debería ser exclusivo de un género.

P.- Y volviendo al fin del mundo…

R.- El fin del mundo tal como lo conocemos podría no ser tan lejano si consideramos los riesgos asociados a la dependencia de la tecnología. Por ejemplo, la caída de grandes plataformas de internet puede causar un caos considerable, como hemos visto en casos recientes. Pero más allá de eso, la posibilidad de ataques cibernéticos se ha incrementado con las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, que facilitan tanto los ataques como la defensa.

P.- En eso, ¿los malos, al no ceñirse a ningún marco regulatorio, siempre nos llevarán ventaja?

R.- Exactamente. En Europa, por ejemplo, tenemos un sistema muy garantista. Si la policía necesita investigar algo, tiene que pedir permiso a un juez y obtener los datos de las empresas de telecomunicaciones, lo cual protege nuestros derechos civiles y nuestra privacidad. Pero los criminales no están sujetos a estas restricciones y eso les da una ventaja considerable.

P.- Señalas que la combinación de inteligencia artificial con computación cuántica puede ser demoledora. ¿Esto se nos está yendo de las manos?

R.- Esa es una gran pregunta. Sam Altman de OpenAI ha mencionado que su herramienta GPT parece estar fuera de control, lo cual parece en parte una táctica para disminuir su responsabilidad si algo sale mal. Sin embargo, también hay algo de verdad en ello, ya que la tecnología se ha liberado en una etapa temprana y estamos sirviendo como sus conejillos de indias globales. La combinación de estas tecnologías con la computación cuántica, que aún está en desarrollo, podría crear nuevos retos significativos. La computación cuántica tiene el potencial de romper nuestros sistemas actuales de cifrado, lo que podría tener implicaciones serias para la seguridad de nuestros datos personales. Sin embargo, en el otro lado, la inteligencia artificial podría ofrecer soluciones a estos problemas, al menos teóricamente.

P.- Esto lleva a una pregunta crítica, que es la que titula tu libro. ¿Estamos realmente preparados para un apagón de internet a nivel individual, corporativo o incluso gubernamental?

R.- Desafortunadamente, la respuesta es que no estamos tan preparados como deberíamos. A pesar de que la guerra en Ucrania ha motivado un aumento de la inversión en ciberseguridad, aún queda mucho por hacer, especialmente a nivel gubernamental y corporativo. En cuanto a los individuos, hay una gran falta de conciencia y educación sobre cómo usar responsablemente estas nuevas herramientas y entender sus riesgos.

P.- Entonces el reto no es simplemente tecnológico. ¿El reto está en fomentar más debate y educación sobre estos temas?

R.- Exactamente. El debate, la educación y la capacitación son fundamentales. No sólo necesitamos leer y estar informados, sino también comprender profundamente cómo interactuar con la tecnología de manera segura y responsable. Además, es crucial que como sociedad exijamos a nuestros gobiernos y corporaciones que protejan mejor nuestra información y nuestros derechos digitales. Necesitamos un marco ético robusto que guíe el desarrollo y la implementación de la IA, asegurando que se respeten los derechos humanos y se minimicen los daños potenciales.

P.- ¿La solución es renunciar a esos avances o dar un paso atrás?

P.- ¿La solución es renunciar a esos avances odar un paso atrás?

R.- No tenemos por qué renunciar. La IA ya está ayudando a avanzar en el campo de la biología o la ciencia de materiales, donde puede ser una gran aliada para el descubrimiento de nuevos medicamentos o de soluciones para luchar contra el cambio climático. Eliminar todas estas posibilidades no parece el mejor camino. El problema es que estos avances que antes salían de los centros de investigación, ahora proceden mayoritariamente de gigantes digitales que son quienes tienen la tecnología y los recursos para hacerlos posibles. Recursos que ni siquiera las universidades más punteras del mundo tienen. Ello genera una gran dependencia de estas empresas, y alguna forma se privatiza el descubrimiento científico. 

P.- Entonces ¿qué mensaje debemos dar? 

R.- Como sociedad, debemos ser proactivos en guiar el desarrollo de la IA hacia resultados que beneficien a todos, no solo a unos pocos. Esto requiere participación activa, debate público y una regulación efectiva. El futuro depende de nuestras elecciones para asegurar que el impacto de la IA sea positivo y equitativo, y que el progreso tecnológico se traduzca en progreso social.