Un líder en coma, otro atrapado por la depresión, un presidente ebrio durante una crisis nuclear. Estas no son escenas de una distopía, sino episodios reales documentados en un nuevo estudio de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda) sobre los efectos de la salud física y mental de los dirigentes de potencias nucleares. La investigación, publicada en BMC Research Notes, analiza los historiales médicos de 51 jefes de Estado fallecidos de los nueve países con armas atómicas. Su conclusión: las enfermedades graves y los trastornos psicológicos no han sido excepciones, sino una constante que ha puesto en riesgo la gobernanza y, potencialmente, la seguridad global.

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El trabajo se centra en los líderes de China, Francia, India, Israel, Corea del Norte, Pakistán, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos. Según el equipo dirigido por el epidemiólogo Nick Wilson, ocho de los líderes estudiados murieron de enfermedades crónicas durante su mandato y otros cinco fallecieron por infartos o accidentes cerebrovasculares mientras seguían en el poder. Pero más allá de las causas de muerte, el estudio alerta sobre un patrón preocupante: numerosos dirigentes sufrieron durante años demencia, trastornos de la personalidad, depresión, o abusos de alcohol y drogas mientras tenían acceso a los códigos nucleares.

En varios casos, estos problemas se ocultaron al público y al propio entorno de seguridad nacional. Estados Unidos es uno de los ejemplos más significativos. Dwight D. Eisenhower presentó su infarto de 1955 como una indigestión; la administración de John F. Kennedy ocultó su enfermedad de Addison y su dependencia de esteroides y anfetaminas; y en los años 80, el equipo de Ronald Reagan minimizó tanto la gravedad del atentado que sufrió en 1981 como los indicios tempranos de demencia al final de su mandato. El trabajo no se ocupa de un caso reciente como el de Joe Biden... o los vigentes de Vladímir Putin y Donald Trump.

Incapaces pero en el cargo

El estudio de Otago recoge también ejemplos reveladores fuera de Estados Unidos. En Israel, Ariel Sharon quedó en coma tras un derrame cerebral mientras ejercía como primer ministro, y Menachem Begin pasó el último año de su mandato encerrado en casa, sumido en una depresión. En Francia, François Mitterrand ocultó un cáncer de próstata avanzado durante años, hasta que su médico reconoció, al final de su segundo mandato, que ya no estaba en condiciones de gobernar.

La acumulación de estos casos, señala el profesor Wilson, plantea preguntas urgentes sobre los protocolos actuales en las potencias nucleares. "Con el aumento de la inestabilidad tras la invasión rusa de Ucrania, se vuelve crucial garantizar un liderazgo sólido en estos países", sostiene el investigador. La preocupación se agrava en sistemas como el estadounidense, donde el presidente puede, al menos en teoría, ordenar un ataque nuclear sin necesidad de consultar a nadie. A este modelo lo denomina "monarquía nuclear".

Salud mental, seguridad global

Entre las medidas que Wilson propone para mitigar el riesgo, destacan la eliminación del estado de alerta máxima para las armas nucleares, la adopción de una política de "no primer uso", la exigencia de autorizaciones múltiples para cualquier lanzamiento y el avance de tratados de desarme. A nivel interno, plantea que las democracias consideren límites de mandato, mecanismos de revocación y evaluaciones médicas y psicológicas obligatorias antes y durante el ejercicio del poder, algo que ya forma parte de la agenda legislativa de varios países.

El estudio no se limita al pasado: apunta también al desgaste cotidiano del liderazgo político. Según una investigación previa del mismo equipo con parlamentarios del Reino Unido, estos tenían un 34 % más de probabilidades de padecer problemas de salud mental en comparación con otros trabajadores de ingresos altos. "El estrés político es una amenaza sistémica", concluye Wilson, "y atender a la salud mental de quienes ocupan cargos de alta responsabilidad debería considerarse una medida esencial de seguridad global".

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