"Es Torrevieja un espejo…" comienza una habanera mediterránea de Ricardo Lafuente. Tristemente, a veces, de basura marina. Ese espejo mediterráneo refleja su tradición salera, de pesca y de veraneos políglotas. Pero la imagen que devuelve no siempre es la actual. El mar fosiliza los recuerdos del barco vaporero y de los polos de limón. La Tierra tiene memoria en forma de basura, esa es la parte mala. Y los recuerdos de plástico (casi) nunca se borran.
"Todo empieza en la Cofradía de Pescadores de Torrevieja y la de Santa Pola en 2014", explica el doctor en Ciencias del Mar Santiago García Rivera. "Pedí que la basura que los pescadores capturan y suelen tirar de nuevo al mar la empezasen a traer a puerto. Junto con datos de la Campaña MEDIT del IEO, pude hacer la tesis doctoral durante tres años, caracterizando la basura marina del Mediterráneo". Su tesis se convirtió en artículo científico para la revista Marine Pollution Bulletin.
En total, 6.400 kg de basura recogida entre Alicante y Cabo de Palos en siete meses. A eso se suman otros 2.200 kg recogidos durante 11 años en la campaña del IEO, que llega desde Tramontana hasta el Mar de Alborán, una de las zonas que más basura acumula.
La sorpresa llegó entre la basura recogida por un pesquero en Cabo de Palos. De vuelta al puerto de Torrevieja, Santiago pudo observar el envoltorio de un polo flash de limón. "Se había borrado algo de la tinta, pero estaba casi intacto", recuerda. Lo justo para observar la fecha de caducidad: diciembre de 1989. El plástico era, como mínimo, tan antiguo como esa fecha. Y que aparezca un envase de hace 30 años intacto es un problema, pero podría ser peor.
"El plástico va rompiéndose y rompiéndose, particulándose, y se forman los famosos microplásticos. Se han encontrado en estómagos de animales y a veces tienen sustancias como el bisfenol A, que es un disruptor endocrino".
La presencia de plásticos es particularmente frecuente en la zona cercana a la costa barcelonesa, Alborán y el Golfo de Alicante. Por densidad, la concentración de plásticos más grave se da en el Mar de Alborán, con hasta 20kg por kilómetro cuadrado. La plataforma continental es estrecha en esta zona, de manera que se puede encontrar basura a apenas 50 metros de la costa o hasta los de 800 metros mar adentro. Afortunadamente, la tendencia apunta a una disminución de los residuos acumulados en esta zona.
El cemento no sólo está en la costa
Llama la atención que el segundo elemento contaminante con mayor presencia en las aguas mediterráneas es un subproducto con el que se hace cemento: el clínker (caliza calcinada). Lo curioso es que no tiene que ver directamente con la construcción, sino que es el fósil de las rutas comerciales del siglo XIX.
Cuando se popularizaron los barcos de vapor, el Mediterráneo se llenó de carbón. Las calderas de los buques se lo tragaban como si no hubiese mañana. "No sólo se quemaba eso. Se quemaba todo lo que se podía. Lo que quedaba se convertía en un residuo pesado, caía al fondo del mar". Sus restos aparecen un siglo después en forma de un rastro coincidente con las rutas mercantes de aquel tiempo.
Madera ("menos preocupante"), metal y vidrio completan el menú de basura que ofrece el Mediterráneo a las redes de arrastre pesqueras. Sabemos que viene de antiguo, pero no de lejos. "Es muy difícil llegar al origen. [El vidrio de ] un quinto de cerveza puede venir de un barco recreativo, un mercante o una rambla, en tierra. Pero con estos trabajos se pone de manifiesto las cantidades que hay".
Pescadores más concienciados
Sí de algo ha servido este estudio (que, por el momento, carece de financiación para tener una segunda parte) es para concienciar. "Es importante que la sociedad sepa que la basura se queda ahí y por mucho tiempo". En concreto, a las personas que trabajan en el mar.
El estudio fue posible gracias a los pescadores. "Le dábamos unos sacos. Unos eran más reacios que otros a recoger la basura que encontraban para entregárnosla a nosotros. Al final, uno me confesó: nosotros es que antes, por nuestras costumbres, toda la basura que venía –incluso la nuestra– la tirábamos. Y ese barco pasó a comprar sus propias bolsas, con su presupuesto semanal, para reciclar parte de su basura", explica García Rivera.
Por ley, ningún residuo se puede arrojar al mar, aunque es difícil poder controlar lo que se hace a varias millas de la costa. La clave, para este investigador torrevejense, es "sacar lo que hay y entender que cada residuo vale dinero". Merece la pena llevar la basura a puerto para su reciclaje. Por ejemplo, "una empresa, desde 2015, se queda con el PET, con el que genera un hilo para confeccionar prendas".
Podríamos imaginar que en el mar de 2049 aparecieran los restos de un unicornio flotador de cuantos hoy pueblan el océano de Instagram. Para que la estampa del flash no se repita –contemporaneizada– "hay que recoger la que existe y, desde luego no tirar más", sentencia el investigador. Será la única forma de que el presente no anegue de recuerdos de plástico un futuro.
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