La escasa prensa libre que hay en Marruecos, si es que aún queda alguna, suele referirse a Mohamed VI como "el rey nómada" o, rozando los límites de la censura, como "el monarca que está fuera de cobertura", es decir, ilocalizable, en paradero remoto o desconocido. No es una exageración: el rey alauí pasa tanto tiempo fuera de palacio, de fiesta, de vacaciones o directamente en el extranjero que, cuando el rey Felipe VI fue de viaje de Estado al país vecino en febrero de 2019, los periodistas dijeron que el que realmente iba de visita oficial era el propio rey de Marruecos. 

En las esferas internacionales se cuentan por miles las anécdotas sobre la tendencia a las escapadas repentinas del MVI o M6, como lo apodan. Y es que ni Houdini se escaqueaba con tanta facilidad.

En el año 2000, tan sólo un año después de subir al trono, estuvo en España de viaje oficial y, en último momento, dijo que no iba a asistir a la cena oficial en el Palacio Real porque estaba cansado. Sin embargo, y como la propia reina Sofía desveló, aquella noche se marcó una señora juerga privada en el Palacio del Pardo, lugar donde se hospedan los dignatarios extranjeros de visita en nuestro país.

El expresidente de Francia Nicolás Sarkozy también podría explicar unas cuantas jugarretas y hasta la mismísima Condolezza Rice, la ultrapoderosa secretaria de Estado en tiempos de Bush, tuvo que sufrir un desplante: estaba previsto que Mohammed VI la recibiese en Rabat, pero finalmente tuvo que conformarse con el ministro marroquí de Exteriores, Fassi Fihri. 

Dicen las pocas biografías serias publicadas que Mohamed VI huye a la mínima porque es un hombre abrumado por el cargo, y que le gustaría vivir sin ataduras

Dicen las poquísimas biografías serias publicadas sobre él que, en el fondo, Mohamed VI huye a la mínima de sus responsabilidades porque es un hombre abrumado por el cargo, que nunca deseó ser rey y que le le gustaría vivir sin ataduras. 

Sin embargo, tampoco hay dudas de que es un ser volátil, consentido, irresponsable, impulsivo y exageradamente caprichoso. Un tipo que, cuando murió su padre, Hassan II en 1999, y él se convirtió en monarca y soberano prácticamente absoluto, se acostumbró pronto a las maquinaciones del poder y, sobre todo, a sus oropeles. Su vida, que había sido lujosa pero algo rígida por la férrea disciplina que le impuso su padre, pasó a unos niveles de hedonismo totalmente estrafalarios, donde el dinero se gastaba a espuertas y los asuntos de gobierno eran sistemáticamente abandonados. 

Dinero a su disposición, desde luego, tenía y sigue teniendo. La monarquía alauí es una de las más ricas del mundo y la que más dinero público recibe: unos 250 millones cada año del presupuesto público, bastante más que muchos ministerios.

Además, Mohamed VI es el mayor propietario de tierras del país, el principal empresario agrícola y el accionista mayoritario de la Sociedad Nacional de Inversiones, un verdadero holding que engloba propiedades en todo el país, empresas, bancos y propiedades y cuyo rendimiento le genera al soberano unos más que suculentos beneficios anuales. 

Por todo ello, la revista Forbes siempre ha colocado a Mohamed VI como uno de los diez monarcas más ricos del planeta y el rey más rico de África. Su fortuna, además, no para de crecer: si según Forbes, en el 2009 era de 2.500 millones de dólares, en el 2015 había subido a los 5.700.

Sus gastos personales básicos, como el mantenimiento de los 12 palacios reales y los salarios de 1.100 criados, están cubiertos por el gobierno. Así que invierte en caprichos como yates gigantescos

Con semejante tesoro a su disposición y teniendo en cuenta que sus gastos personales básicos —mantenimientos de los doce palacios reales en Marruecos, salarios de los 1.100 criados a su total disposición, etc.— están cubiertos por el gobierno, Mohamed VI se gasta el dinero en auténticos caprichos de multimillonarios, como yates gigantescos.

Normalmente usaba uno llamado El Boughaz I, un barco de 70 metros de eslora, pero en el 2019 también adquirió el Badis I, una embarcación de 90 millones de dólares y que está considerado uno de los barcos de vela más grandes y lujosos del mundo. Es tan grande que, en Marruecos, sólo puede atracar en tres puertos. En los demás, directamente no cabe. 

Los coches son un capítulo aparte: se calcula que tiene 600 vehículos de alta gama, algunos heredados de su padre y abuelo (como los Rolls-Royce y los Cadillacs) y otros de nueva adquisición, como los Ferraris, Bentley y Aston-Martin.

Y luego está, claro, el vestuario (gran parte del cual corre a cargo del gobierno). Comencemos por los relojes: tiene centenares, desde Rolex a modelos repletos de diamantes. Sus chilabas llevan botones de oro y su gusto por las chaquetas llamativas con estampados imposibles ha sido calificada como de influencer aunque lo más correcto sería tildarla directamente de hortera.

La prensa afín al régimen ha dicho con finezza que el monarca se inspira en las estrellas del rock y, muy especialmente, del hip hop, pero que le añade toques de color y motivos geométricos típicos de Marruecos. El resultado no puede ser peor. 

La modernidad que nunca llega

Desde luego, Mohamed VI se afana por dar una imagen de modernidad absoluta, incluso de instagramer. De hecho, desde que subió al trono, se empeñó en que su nombre fuese sinónimo de progreso y nuevas ideas en Marruecos, de flamante renovación y avance en el mundo árabe, de punta de lanza del Magreb y África. Pero todo se queda en una mera fachada, porque el país no ha avanzado demasiado en ámbitos clave para su desarrollo. 

Además, lo de venderse como adalid de cambios que nunca llegan ya es algo que los marroquíes conocen de sobra. Ya en el reinado de su padre, Hassan II, que mandó con mano de hierro de 1961 a 1999, Marruecos se vendió al mundo como un lugar moderno que sabía conjugar su alma islámica con los últimos avances tecnológicos.

Sin embargo, Hassan II, llamado príncipe de los creyentes (la tradición musulmana establece que el monarca de Marruecos es descendiente directo del profeta Mahoma), fue también un hombre que aplastó revoluciones, golpes internos e intentos de revueltas. 

Por no decir que anexionó el Sáhara Occidental porque le dio la real gana y no tuvo inconveniente alguno en usar a 350.000 marroquíes, algunos de ellos niños pequeños, como avalancha humana (la famosa Marcha Verde) frente a la cual el ejército español se negó a tirar ni un solo tiro. Los españoles nos retiramos cuarenta quilómetros al sur para evitar un conflicto armado y, poco después, cedimos la soberanía del lugar, una parte a Marruecos y la otra a Mauritania (luego Marruecos también anexionó esta parte). 

Muchos saharauis se negaron a vivir bajo los marroquíes y así nació el Frente Polisario. En 1991, la ONU estableció que se diese un referéndum para que el pueblo saharaui decidiese su futuro. Aún no han podido votar. 

Hassan II vendió al mundo que su Constitución reconocía a Marruecos como un Estado democrático pero destruyó cualquier oposición a su poder absoluto

Hassan II vendió al mundo que la Constitución que él mismo promulgó en 1962, un año después de subir al trono, reconocía a Marruecos como un Estado democrático, plenamente respetuoso con la ley. Sin embargo, la bonita frase se quedó en una promesa hueca: aunque se creó un Parlamento y se instituyeron elecciones donde podían votar (supuestamente) hombres y mujeres libremente, Hassan II no dudó en destruir cualquier oposición a su poder absoluto, a encerrar a todos aquellos que consideraba enemigos (y el término se empleaba con excesiva ligereza) e incluso envió al exilio a familiares de los cuales no se fiaba en exceso. Corrió tanta sangre durante aquellos años que el período aún se recuerda como "los días oscuros".

Sin embargo, a pesar de ser un auténtico dictador y también un tirano, Hassan II fue un diplomático consumado que supo jugar muy bien sus cartas en un tablero de juego increíblemente frágil, fragmentado y peligrosamente inflamable.

Su especialidad era lo que más tarde se llamaría triangulación y que consiste en hacerse amigo de países que son enemigos entre sí. Coqueteó abiertamente con la URSS, pero sus relaciones con Estados Unidos eran excelentes. Tuvo algún periodo de enfriamiento con Francia, pero lo supo solucionar rápido.

Marruecos luchó contra Israel en los Altos del Golán (dentro de la Guerra de los Seis Días), pero en 1994 se restablecieron las relaciones y, a partir de ahí, la amistad fue estable. Con la Unión Europea también hubo sintonía y en 1995 se firmó un acuerdo de comercio. 

En especial, Hassan II supo vender con maestría a Occidente que él y, por extensión, la monarquía, eran el mejor baluarte para la estabilidad política y la mejor barrera de protección contra el islamismo político que ya por aquel entonces dominaba Algeria, Egipto y varios países de Oriente Medio. Fue él quien dio a entender que Marruecos era el estandarte de un país sin sobresaltos, con una visión moderada del Islam y cierto pragmatismo hacia Israel. 

La gran esperanza

Mohamed VI aprendió de su padre que su supervivencia como monarca dependía de lo bien que se llevase con líderes internacionales. De hecho, su formación como heredero enfatizó desde muy pronto su faceta como diplomático. 

Mohamed VI nació el 21 de agosto de 1963 en Rabat y recibió una formación exhaustiva, aunque no fue ni de lejos un buen estudiante. A los cuatro años ya estaba en el Collége Royal de Rabat y, con tan sólo diez años, en abril de 1974, representó por primera vez a su padre en el extranjero. Fue en las exequias solemnes por el presidente francés George Pompidou en Note-Dame.

Seis años más tarde ya estaba inmerso en viajes oficiales por África y, después de estudiar Derecho en Rabat, obtener un Certificado de estudios superiores en Ciencias Políticas y lograr un diploma en Estudios Avanzados en Derecho Público, se fue a hacer prácticas a Bruselas. Allí pudo ver en acción a Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea. 

Aparte de adquirir un conocimiento diplomático pormenorizado, Mohamed también quedó fuertemente occidentalizado, con lo que muchos países creyeron que cuando se convirtiese en rey comenzarían reformas profundas en Marruecos.

De hecho, cuando finalmente subió al trono en el 1999, con tan sólo 36 años, toda la prensa internacional creyó que Mohamed supondría un golpe de aire fresco y muchos comenzaron a hablar de una posible transición democrática a la española. 

Comenzó con buen pie: permitió que el histórico opositor comunista Abraham Serfaty regresara del exilio

La verdad, todo hay que decirlo, es que comenzó con buen pie: permitió que el histórico opositor comunista Abraham Serfaty regresara del exilio y despidió al ministro del Interior Driss Basri, responsable directo de muchas violaciones de Derechos Humanos. En el 2004 reformó el Código de Familia y se consagró en la Constitución la igualdad entre hombre y mujer. 

Cuando se casó en el 2001 con Salma Bennani, en vez de ocultarla, como había sido la tradición hasta entonces, decidió darle el título de princesa y permitió que ejerciera de primera dama. Salma, una mujer educada y moderna, con formación universitaria, representó a un nuevo tipo de mujer marroquí: mucho más occidental, sin velo y muy implicada en la vida pública.

Con ella, Mohammed tuvo dos hijos: el príncipe heredero Moulay Hassan, que acaba de cumplir 18 años, y la princesa Lalla Khadija, de 14 años. Salma abandonó la vida pública en 2017 y en marzo de 2018 la revista Hola daba en exclusiva la noticia de su divorcio.

El heredero, que ya podría acceder al trono sin consejo regente, está muy unido a su madre. Mohamed VI tiene serios problemas de salud: ha sido operado dos veces de una cardiopatía y padece EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). La abdicación es una seria opción.

La esperanza perdida

A pesar del buen arranque, enseguida el ritmo de reformas se ralentizó y pronto regresaron los malos hábitos del pasado. Los marroquíes vieron con consternación —aunque no con excesiva sorpresa— cómo el nuevo monarca, que se había llamar príncipe de los pobres y que se vendía como próximo al pueblo, era en realidad un hedonista que derrochaba tanto o más dinero que su padre, el cual ya tenía fama de despilfarrador. 

Además, las supuestas libertades reales no acababan de llegar y los buenos deseos se quedaron en papel mojado. Ni tan siquiera la Primavera Árabe (que en Marruecos fue bastante insignificante) consiguió cambiar gran cosa. Es cierto que Mohamed VI vio la barbas de sus vecinos remojar y, por ello, volvió a reformar la Constitución, reforzó el pluralismo y reconoció más derechos y libertades.

También es verdad que renunció a muchos de sus poderes en virtud del Parlamento y del Gobierno, y que ahora Marruecos escoge a su presidente del gobierno entre el partido mayoritario que haya ganado las elecciones legislativas. 

Si bien Mohamed VI ya no es oficialmente una persona sagrada, es obligatorio mostrarle respeto y una reverencia que bordea la adoración

Sin embargo, también es cierto que los grandes partidos son todos afines al Rey, que el monarca puede nombrar y cesar ministros a su antojo, que la administración apenas funciona y que la corrupción es sistemática y masiva. La separación de poderes es una auténtica quimera y, si bien Mohamed VI ya no es oficialmente una persona sagrada, es obligatorio mostrarle respeto y una reverencia que bordea la adoración.

Dado que toda oposición ha sido represaliada durante décadas, no hay líderes nuevos ni tampoco se saben vehicular las críticas ciudadanas a través de estructuras políticas estables o eficientes. De vez en cuando, los marroquíes se echan a la calle, pero sus esfuerzos, aunque bienintencionados, no producen ningún resultado, porque más allá de gritar proclamas y enarbolar banderas, no hay nadie que los defienda ni que sepa llevar sus peticiones a buen puerto.

Un buen diplomático

A pesar de que Marruecos no ha avanzado en términos reales prácticamente nada en muchos ámbitos, Mohamed VI se ha asegurado que sus aliados internacionales lo vean con buenos ojos y hablen bien de él. A veces, incluso muy bien: cuando Hillary Clinton era secretaria de Estado en la Administración Obama, llegó a decir que Marruecos estaba consiguiendo "un cambio hacia la democracia que debería ser un modelo para otros países de la región". 

Estados Unidos trata a Marruecos y, por antonomasia, a Mohammed VI, como uno de sus principales aliados en el convulso norte de África, su principal interlocutor fuera del ámbito de la OTAN y, desde el 11-S, las relaciones entre Rabad y Washington son constantes, fluidas y en los mejores términos.

En los últimos años, la cooperación militar entre ambos países se ha reforzado, Estados Unidos ha ayudado a Rabat a reforzar su propia industria militar y no es difícil ver a soldados estadounidenses y marroquíes haciendo maniobras conjuntas. 

También lo son las relaciones con París: en el año 2012, Mohamed fue el primer jefe de Estado recibido por el entonces recién escogido presidente Hollande y con Emmanuel Macron los contactos son también estrechos. 

Como su padre, Mohamed VI ha aprendido a llevarse bien con todos y a diversificar socios. Desde hace unos tres o cuatro años, hay un progresivo acercamiento de Marruecos hacia Moscú y Pekín, y en menor medida, hacia América Latina.

Los contactos con países subsaharianos se ha fortalecido mucho: su padre abandonó la Unión Africana en 1982 por discrepancias con el Frente Polisario, pero Mohamed VI decidió volver a unirse en el 2017. En poco tiempo, Rabat ya se ha convertido en el primer inversor de África Occidental y el segundo del continente, por detrás de Sudáfrica. 

También hay una creciente sintonía con Arabia Saudí y sus adláteres. Con el resto de países árabes, en cambio, hay un enfriamiento. De hecho, fue sonadísima la ausencia de Mohamed VI en la 28ª Cumbre de la Liga Árabe en Amán en 2017. Del Magreb, directamente, no quieren saber nada y las relaciones con Argelia han llegado a puntos peligrosos. 

Hace poco Mohamed VI se alzó con un gran logro político: después de dos años de discretas negociaciones, Trump reconocía la soberanía marroquí sobre el Sáhara

Hace poco, además, Mohamed VI se alzó con un gran logro político: después de dos años de discretas negociaciones diplomáticas, los Estados Unidos de Donald Trump reconocían la soberanía marroquí sobre el Sáhara. El día 4 de noviembre del 2020, para ser exactos, Trump rubricaba su aprobación. Pocos días más tarde, el yerno del entonces presidente, Jared Kushner, llegaba a Rabat con una delegación americana y también israelí para rubricar varios acuerdos económicos (3.000 millones para proyectos de inversión privada en el país) y firmar una Declaración Conjunta Marruecos, Estados Unidos e Israel. 

Con España, sin embargo, la cosa cambia. Desde su llegada al trono, la presión por Ceuta y Melilla se ha incrementado: Mohamed lleva tiempo aplicando presiones comerciales y, desde el año 2018, se llevan a cabo grandes obras para cercar estos dos enclaves. 

Aunque lo peor, como ya todos sabemos, llegó hace apenas unos días. Mohammed VI, sintiéndose fuerte tras sus recientes logros electorales, puso a España contra las cuerdas. Empleando a su propia población como mera mercancía, y aprovechándose de la desesperación absoluta de gran parte de sus ciudadanos, lanzó un pulso diplomático como pocas veces se había visto en la última década. 

En los próximos días, veremos si ha ganado.