Ni siquiera acepta que su país se llame Arabia Saudí. “Mejor hablemos de la Península Arábiga”, dice al inicio de la entrevista, la primera que concede a un medio de comunicación desde que comenzara su destierro español. Marzoq al Otaibi rompe su silencio en estas líneas para lanzar un grito contra la Casa de Saud, la tribu que tras más de dos siglos de guerras con los clanes rivales y los invasores extranjeros estableció hace 90 años la actual Arabia Saudí, bendecida por el hallazgo del petróleo.

Al Otaibi, un licenciado en Bioquímica que se formó entre algunas de las más prestigiosas universidades de Canadá y Francia, es un activista políglota que huyó de Riad en septiembre de 2018. Desde entonces reside discretamente en una ciudad española cuyo nombre exige mantener a buen recaudo por miedo a represalias. “Escapé porque mi vida estaba en peligro. Me estaban persiguiendo. Pasaba meses pensando que el peligro estaba al otro lado de la puerta”, relata.

Desobediencia civil

Accede a hablar con El Independiente para tratar de arrojar luz sobre la tragedia que padece Nourah, una opositora saudí con la que cofundó la Iniciativa Nacional para el Cambio, una organización que aspira a derrocar a la monarquía saudí y democratizar el país. Nourah, de 50 años, ha sido condenada a 45 años de cárcel por su activismo en redes sociales, acusada de “difundir mentiras a través de los tuits”.

“Nunca llegué a conocerla en persona, pero siempre me impresionaron sus habilidades para dirigir las reuniones y su claridad al hablar. Entendió rápidamente la teoría del movimiento, basada en la desobediencia civil”, comenta Marzoq, que antes de escapar fue condenado a seis meses de cárcel y un año de prohibición de abandonar el país además del cierre de cuentas y la prohibición de publicar artículos o hablar en público.

Al disidente le une con Nourah la crítica a “una monarquía medieval” que más allá de su apuesta por del deporte como lavado de cara -de la Fórmula 1 al Dakar, o los exóticos megaproyectos urbanísticos que lidera el heredero- niega a sus súbditos sus libertades políticas y firma graves violaciones de los derechos humanos. “El problema reside en la familia real. Los príncipes son educados desde pequeños en la humillación del resto de gente. La relación entre el pueblo y la familia real se ha basado siempre en ese principio”, denuncia.

Los príncipes son educados desde pequeños en la humillación del resto de gente. La relación entre el pueblo y la familia real se ha basado siempre en ese principio

Orden de callar

La justicia saudí acusa a Marzoq de “amenazar el orden público y el tejido social del país”. “Son siempre acusaciones vagas, que ni siquiera tienen una definición clara sobre el papel”. Marzoq, que durante años fue columnista de varios periódicos saudíes hasta que sus llamadas a elaborar una Constitución le borraron del mapa, se sabe superviviente. “Ni siquiera queda rastro de esos artículos de opinión. Los han eliminado del archivo”, lamenta. “Siempre he pensado que mi país necesita un contrato social que no deje indefensos a sus ciudadanos, como sucede ahora frente al poder. Sería un paso hacia el reconocimiento de la libertad de expresión, opinión, asamblea y la libre circulación. En estos momentos hay al menos dos millones de ciudadanos saudíes bajo prohibición de viajar”.

En el verano de 2018 el opositor, antiguo profesor de biología de la Universidad Rey Saud de Riad,  interrumpió unas vacaciones en España para regresar a Riad y acudir a una citación judicial. “Era la última sesión del juicio. Debía regresar y cerrar algunas cosas antes de escapar. Hice las maletas y me despedí de la familia. Tuve suerte y no me habían prohibido abandonar el país, para sorpresa del juez”, evoca. Durante sus últimos meses en tierras saudíes, Marzoq temió por su suerte. “Me despertaba cualquier ruido de pasos por el pasillo. Sabía que para algunos yo hablaba demasiado y temía un arresto”.

Os empobrecieron, humillaron, saquearon vuestras riquezas, usurparon lo que es vuestro derecho

DECLARACIÓN DEL MOVIMIENTO QUE DIRIGE MARZOQ

El primer manifiesto con el que la organización irrumpió en la escena pública resulta revelador: “A nuestro pueblo en la Península Arábiga, durante todo un siglo y desde que el régimen saudí ocupa nuestro país, la Casa de Saud os han sometido a toda clase de opresión, injusticia, humillación y agresión. Jugaron con la religión y atacaron a los rituales del islam sin ninguna consideración por todos vosotros. Arrestaban a mujeres en sus dormitorios; también a eruditos y religiosos, y les hacían pasar por tormentos en las cárceles. Os empobrecieron, humillaron, saquearon vuestras riquezas, usurparon lo que es vuestro derecho y os lo quitaron”.

Desde entonces, más de una decena de miembros del grupo han sido detenidos. Para complicar la tarea de represión del aparato de inteligencia, los integrantes del exilio interior participan en conversaciones sin identificarse. “Tenemos el acuerdo de no proporcionar datos personales. Incluso muchos de los que están fuera del país prefieren mantener su identidad en el anonimato”, comenta. “Sabemos que en el grupo hay infiltrados de la Seguridad del Estado. En una ocasión uno tomó la palabra para decirnos que todos merecíamos ser despedazados con una sierra, como traidores que éramos”.

El saudí es un régimen de ocupación y de control de la población. Tratan a la gente como lo hacían las potencias coloniales

Contra el futuro rey saudí

Marzoq, que ha encontrado su sitio en la geografía española, no duda. “El saudí es un régimen de ocupación y de control de la población. Tratan a la gente como lo hacían las potencias coloniales. Tienen una riqueza que no les corresponde”, replica. Los miembros del movimiento que encabeza “no hablan de religión”. Los asuntos privados en un país que alberga los lugares sagrados del islam es una línea roja. “Nos unen unas aspiraciones políticas y la creencia de que la única solución para que la península Arábiga sea un país respetado y con una buena relación con el mundo entero es que pudiésemos derrocar al régimen actual”.

Sus dardos van dirigidos al líder “de facto”, el treintañero Bin Salman, que protagonizó un meteórico ascenso tras el golpe palaciego de 2017 que apartó al resto de ramas de la familia real y le catapultó a la primera línea sucesoria. Un jaque que le allanó el camino hacia el trono que ostenta su padre octogenario. “Es mi enemigo y terminará cayendo”, sostiene. “Estoy convencido de que no será jamás rey. El pueblo vive en un estado de miedo sin precedentes y no creo que pueda soportar así mucho tiempo, con el aumento de la pobreza. Sus relaciones con el mundo occidental son complicadas. Es una persona agresiva que amenaza la seguridad y la estabilidad de nuestra sociedad y del mundo”.

“Bin Salman ha hecho algo bueno: destruir a la familia real”, desliza Marzoq. “Ahora tienen divisiones internas y han perdido poder, dinero y libertad” explica. Para cimentar su dominio absoluto, Bin Salman llegó a arrestar a decenas de miembros de la familia real saudí, acusados de corrupción, y les mantuvo durante semanas en el hotel Ritz Carlton de Riad, convertido en una jaula dorada. Su liberación, a cuentagotas, fue negociada a partir de cesiones económicas y empresariales.

Bin Salman ha hecho algo bueno: destruir a la familia real

De Yemen a la persecución de la disidencia saudí

Las órdenes del príncipe heredero también han afectado de lleno a los yemeníes, víctimas de los bombardeos saudíes desde 2015, y a los opositores saudíes. En el último año, denuncia Amnistía Internacional, la persecución se ha recrudecido contra quienes usan los espacios virtuales para expresar sus opiniones. Hasta 15 personas fueron condenadas en 2022 a penas de prisión de entre 10 y 45 años por actividades pacíficas en internet.

“Es lo que hemos percibido recientemente. La duración de las condenas es cada vez mayor. Es parte de una táctica más brutal que incluye también el incremento de las ejecuciones”, advierte el activista. El caso sin resolver que mayor conmoción internacional ha causado en este último lustro es el brutal asesinato y desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul en octubre de 2018. El destino del cuerpo, probablemente incinerado en la residencia del cónsul, sigue siendo un enigma.

Marzoq, sin embargo, no cree correr el peligro que ahogó la voz crítica de Khashoggi a pesar de las amenazas que recibe en las redes. “Era una persona más conocida e importante para ellos. No creo que se atrevan a hacerlo con otros disidentes”, replica consciente de sufrir las consecuencias de su órdago a la élite saudí. “Ya estoy pagando el precio. He perdido a mis amigos, uno a uno, en las cárceles; dejé mi trabajo y también a mi familia y mi país. Pensar que mis compañeros están siendo torturados a diario es también parte de la factura. Pero estoy dispuesto a seguir pagándola, incluso con mi propia vida”.

El futuro debería responder a las ambiciones del pueblo: democracia, libertades y un buen nivel de vida para todos

En mitad del destierro, el disidente asegura no haber extraviado la esperanza. “Si la hubiera perdido, no sería lógico lo que estoy haciendo y las cosas por las que sigo luchando”, responde. A pesar de las derrotas que ha ido encajando, Marzoq continúa soñando con una patria distinta a la que hoy controla el clan de los Saud y a cuya rehabilitación internacional dedican una fortuna en agencias de relaciones públicas occidentales. “El futuro debería responder a las ambiciones del pueblo: democracia, libertades y un buen nivel de vida para todos. Una Constitución debería devolver al pueblo sus derechos”.

Sus palabras son fieles al manifiesto de la organización de Marzoq: “Ha llegado el momento de que te levantes y restaures tu soberanía, tu dignidad, tu tierra y tu destino. Tus derechos no serán devueltos hasta que elimines al régimen que gobierna la Península Arábiga y controla su destino y el de su gente, conspirando contra ti y tu religión”.