"Escudo del Este". Así se llama el proyecto destinado a construir "una frontera segura" entre Polonia y Bielorrusia, que acaba de anunciar este sábado el primer ministro polaco, Donald Tusk. El gobierno de Varsovia destinará unos 10.000 millones de zlotys (unos 2.400 millones de euros) a reforzar su frontera oriental. El temor a que Bielorrusia vuelva a recurrir a la guerra híbrida, como hizo hace tres años con el envío de migrantes ilegales hacia Polonia, se incrementa dado que la guerra que libra Rusia contra Ucrania, lejos de acercarse al final amenaza con extenderse.

Con motivo del 80º aniversario de la batalla de Montecassino, una de las cuatro batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial en la que el Ejército polaco desempeñó un papel crucial para abrir la vía a Roma, el primer ministro polaco anunció que el objetivo es que "la frontera polaca sea segura en tiempos de paz, y para que sea una frontera infranqueable para el enemigo en tiempos de guerra". El enemigo es Rusia y su aliado el bielorruso Aleksander Lukashenko, que aplastó la revuelta democrática en su contra en el verano de 2020, tras unas elecciones fraudulentas.

"Estamos listos para defender nuestra frontera", decía en noviembre de 2021 el ministro polaco de Defensa, Mariusz Blasczak, después de que Bielorrusia facilitara la concesión de visados a refugiados de Irak, Siria y Afganistán con el objetivo de que cruzaran ilegalmente a Polonia y provocaran una crisis migratoria. Después de aquella crisis, que comenzó en agosto de 2021, el gobierno de los nacionalpopulistas de Ley y Justicia construyó una valla metálica de 180 kilómetros de largo y 5,5 metros de altura en la frontera con Bielorrusia, con un coste de 350 millones de euros.

Ahora, un gobierno de signo político diferente, formado por una alianza de liberales (Plataforma Cívica), la Izquierda y Tercera Vía (cristianodemócratas), quiere terminar esa valla hasta los 400 kilómetros de frontera. En febrero pasado, el gobierno polaco publicó por primera vez el número de devoluciones en caliente de migrantes y solicitantes de asilo que trataron de cruzar irregularmente la frontera con Bielorrusia. Hubo 6.000 devoluciones entre julio de 2023 y enero de 2024. El Ministerio del Interior añadía que desde que empezó el gobierno de Tusk habían descendido un 81%.

Sin embargo, como ha quedado en evidencia en el nuevo Pacto Migratorio y de Asilo de la Unión Europea, cada vez son menores las diferencias entre nacionalpopulistas y conservadores moderados o incluso socialistas en lo referido a la cuestión migratoria.

Y menos aún cuando estamos de nuevo en campaña electoral: esta vez son las elecciones europeas, que se celebran entre el 6 y el 9 de junio, donde los nacionalpopulistas vuelven a defender el cierre de fronteras y la protección de los nacionales, frente a un discurso ambiguo de otras fuerzas políticas tradicionales. Será otra ocasión en la que veremos cómo la polarización no es ya una excepción, sino una peligrosa norma.

Los vecinos autoritarios del Este o del Sur saben que abrir la espita de la migración es una forma de desestabilizar al vecino demócrata al que esas crisis ponen en evidencia. El respeto a los derechos humanos salta por los aires. Es lo que resalta la película de la cineasta polaca Agnieszka Holland titulada Zielona Granica (Frontera verde).

En la obra, que se estrena en España el 7 de junio, se entrecruzan las vidas de una familia siria que aspira a llegar a Suecia cruzando esa frontera verde entre Bielorrusia y Polonia; Jan, un joven guardia fronterizo; y Julia, una activista que ha dejado su cómoda vida para echar una mano a los necesitados. En Polonia se interpretó como una crítica a la actuación del gobierno del PiS en aquella crisis de finales de 2021.

Aquí termina la Unión Europea

El linde entre Polonia y Bielorrusia por el voivodato de Podlaquia es un paraíso verde donde se encuentra el bosque de Białowieża, un bosque primario patrimonio de la Unesco. Hay reservas que son el sueño de los ornitólogos y lugares donde aún se ven bisontes.

Son escasas las señales que indican al viajero que se aproxima a otro país que en realidad es otro mundo. Esa valla metálica es un nuevo Telón de Acero porque al otro lado el sistema político es cada vez más cerrado y represivo, y la economía está cada vez más hundida. En unos años será como Corea del Sur y Corea del Norte, si todo sigue igual, o peor.

Solo queda un puesto fronterizo operativo en Terespol, para el tráfico de pasajeros, y en Kukuryki, donde se introducen restricciones. En estos pasos no hay tráfico turístico. El resto están vigilados y son rutas cortadas. En la ruta se ve un cartel que indica que no se puede seguir avanzando. Los lugareños advierten que son zonas vigiladas y que como mínimo el riesgo es tener que pagar una multa.

Hay que preguntar a los que conocen la zona para llegar a algún punto desde donde ver la valla sin riesgo de ser interceptado. Un cementerio a pie de carretera sirve de coartada para hacer algunas fotografías, bajo la vigilancia de una patrulla junto a la valla. A un lado el bosque, al otro la campiña, y en medio una frontera como las que ya no acostumbramos los que cruzamos de un país a otro sin siquiera enseñar el pasaporte. Unos metros antes un radar avisa de que estamos en un área sensible. Varios jóvenes corpulentos practican deporte cerca de las instalaciones.

Hace unos años los bielorrusos pasaban a Polonia a realizar compras de viandas igual que españoles y portugueses cruzan la frontera para buscar lo que resulta más barato al otro lado. Tras las protestas de 2020 muchos opositores salieron del país.

El riesgo de quedarse cuando se ha plantado cara a Lukashenko es enorme: el periodista bielorruso de la minoría polaca Andrzej Poczobut lleva más de tres años en prisión, culpado por "incitación al odio". Poczobut se ha negado a aceptar el perdón de Lukashenko. En las calles de Białystok, capital de Podlaquia, se pide su liberación.

La más conocida opositora bielorrusa, Svetlana Tijanovskaya, candidata a la Presidencia en 2020, vive en Lituania, y muchos otros en Polonia. La persecución del régimen de Lukashenko, que cumplirá tres décadas en el poder este mes de julio, es cada vez más brutal. En una entrevista en El Mundo, Tijanovskaya decía la pasada semana: "Bielorrusia es un enorme gulag y la gente vive como en la época de Stalin".

En uno de los hoteles cercanos a Białystok trabaja Olga, originaria de Bielorrusia. Hace seis años decidió salir. "Como Lukashenko no se iba, decidí irme yo. Y mis hijas vinieron conmigo". Un país en el que su hija, doctora en medicina, ganaba el equivalente a 250 dólares (unos 230 euros) no tiene futuro, a su juicio. En Polonia el salario medio supera los 2.150 dólares brutos (unos 2.000 euros). Ha podido convalidar sus estudios y tiene empleo en Polonia. Su hija menor también estudia Medicina.

Son muchos los bielorrusos que han dejado su país y han montado negocios en Polonia. Ahora Olga solo regresa para ver a su madre, ya octogenaria. "Cada vez que voy la situación es peor. Es difícil imaginar cómo acabará".