El pasado 3 de agosto se cumplió el décimo aniversario del genocidio yazidi, trágico acontecimiento que tuvo lugar en la ciudad y en el distrito de Sinjar, en Irak. La conmemoración se hizo a las diez de la mañana, en el “Memorial del Genocidio Yazidi”, inaugurado hace poco, el 18 de octubre de 2023, y situado en la villa de Solagh, a las afueras de la ciudad de Sinjar. Este memorial es un monumento, de una considerable dimensión, dedicado a todas las personas que murieron o que fueron víctimas del ataque y ocupación de Dáesh (Estado Islámico de Irak y el Levante).
Tras la caída de Mosul, el 3 de agosto de 2014 el Dáesh atacó el distrito de Sinjar, antes de desplazarse a otras regiones de Irak para perpetrar lo que Naciones Unidas ha calificado de “crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o genocidio” (Resolución 2651, 2022, del Consejo de Seguridad de la ONU). Se calcula que más de 200.000 personas huyeron del distrito de Sinjar hacia el vecino Kurdistán Iraquí, al menos 5.000 personas fueron asesinadas, 6.000 mujeres y niños fueron esclavizados y más de 2.800 personas siguen desaparecidas en la actualidad. El objetivo de Dáesh era eliminar a la población, la cultura y la religión yazidíes, ya que consideraban que el yazidismo era una religión hereje y basada -falsamente- en la adoración al diablo.
El ataque del Dáesh provocó la inmediata huida de unos 250.000 yazidíes al monte Sinjar (algo parecido a una montaña sagrada para esta comunidad), donde estuvieron cercados por las milicias de Dáesh bajo temperaturas superiores a 40 grados centígrados. Cientos de personas perecieron antes de que una operación de rescate coordinada en la que participaron voluntarios yazidíes, fuerzas kurdas sirias (YPG), unidades del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y una coalición internacional liderada por Estados Unidos, permitiera abrir un paso seguro desde el monte Sinjar a Siria, del 7 al 13 de agosto de 2014.
A partir de este momento se crean más de una veintena de campos de desplazados internos a lo largo del Kurdistán Iraquí (al noreste del Distrito de Sinjar), en donde han venido viviendo aproximadamente 200.000 yazidíes. Otros miles consiguieron emigrar al exterior, muchos de ellos irregularmente, fundamentalmente a través de las rutas que pasan por Turquía y Grecia.
La liberación de la ciudad de Sinjar tuvo lugar en 2015 y la derrota definitiva de Dáesh en todo Irak se produjo en julio de 2017, con la reconquista de Mosul. A partir de ahí, y a pesar de la devastación producida, se esperaba que la población fuera retornando desde los campos de desplazados internos del Kurdistán Iraquí. Además, en 2020 se firmó un ambicioso “acuerdo de reconstrucción”, que, entre otras cosas, contemplaba dar importantes ayudas a las familias que retornaran. Por otra parte, como consecuencia de su actividad petrolífera, Irak es un país de ingreso medio-alto (según el Banco Mundial), que, en principio, se podría permitir financiar esas ayudas. Sin embargo, parece que muy poco de esto se está haciendo efectivo y, por ejemplo, el centro histórico de la ciudad de Sinjar sigue totalmente en ruinas. La percepción más generalizada entre la población pone de manifiesto dos cosas: no hay oportunidades de empleo y persiste una situación de gran inseguridad. Ambos aspectos están relacionados y parece que están dando lugar a que algunas de las familias retornadas estén abandonando de nuevo la zona.
¿Qué falla? Un grave problema de baja gobernanza y de unas instituciones políticas y económicas muy frágiles y deficientes
¿Qué falla? Sin entrar en detalle, se trata, como en tantas zonas del mundo, de un grave problema de baja gobernanza y de unas instituciones políticas y económicas muy frágiles y deficientes. Todo esto es común al conjunto de Irak, pero es todavía peor en áreas como el distrito de Sinjar. Aquí concurren dos factores: en primer lugar, en esta zona hay dos legalidades o soberanías políticas solapadas y en conflicto (soterrado o no tanto…): la del Estado Federal Iraquí y la del Kurdistán Iraquí (que es, de facto, una entidad política semi-independiente dentro de Irak). El distrito de Sinjar, al igual que otros, como el de Kirkuk, es una zona que oficialmente no pertenece al Kurdistán Iraquí, pero que está controlada de facto por el Gobierno Regional del Kurdistán desde la caída de Sadan Husein (2003). A estos territorios se los denomina “zonas en conflicto”.
Y, en segundo lugar, aunque aquellas dos son las entidades políticas oficiales, en la práctica el territorio está controlado por dos tipos de milicias (o, para entendernos, por dos bandas o grupos paramilitares, por definición, ilegales): las milicias controladas por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las milicias chiitas o “Fuerzas de Movilización Popular” (Hash’dAl-Shaabi). El PKK es considerado una organización terrorista por Turquía, la UE y Estados Unidos. Siguen un modelo de “lucha armada” similar al de las guerrillas que surgieron en América Latina tras la revolución cubana. Controlan sobre todo los municipios situados al norte de la montaña de Sinjar. Una de sus principales fuentes de ingresos puede que sea la exportación de petróleo de contrabando hacia el Kurdistán sirio, que hace frontera con la comarca de Sinjar. Como esta zona de Sinjar es considerada por el gobierno autocrático turco como uno de los santuarios en los que se refugian los militantes del PKK, se han venido produciendo bombardeos de la aviación turca en algunos puntos de ella. Por su parte, las milicias chiitas controlan la ciudad de Sinjar y buena parte del sur y del este de la comarca. Tras la derrota de Dáesh y tras el fallido referéndum de independencia del Kurdistán (en 2017), estas milicias, que colaboraban con el ejército federal iraquí y actualmente están integradas de facto en él, se fueron introduciendo (calladamente) en el territorio de Sinjar (y en muchas otras áreas de Irak). Desde el comienzo del conflicto en Gaza, algunas de estas milicias, controladas por Irán, han constituido la denominada “Resistencia Islámica en Irak”, la cual ha lanzado ya más de 170 ataques con cohetes y drones contra las unidades militares estadounidenses que todavía quedan en Irak y Siria.
Tanto el gobierno iraquí como el Kurdo quieren acabar con la presencia de estas milicias (bandas armadas), pero se muestran bastante impotentes ante el control que éstas ejercen. Como prueba de esta incapacidad, cabe destacar que el gobierno de Irak decretó hace meses el cierre de los 22 campos de desplazados internos que hay en el Kurdistán iraquí, prometiendo más ayudas a quienes retornaran a Sinjar. El plazo límite para el desalojo era el 30 de julio. Sin embargo, la población yazidi de estos campos no ha querido abandonar estos asentamientos dado el estado de inseguridad que hay en Sinjar. Ante esta situación, hace unos días el Gobierno Regional del Kurdistán revocó la medida del Gobierno de Irak, de manera que los campos seguirán abiertos.
En este entorno -bastante desolador-, hay una serie de ONGs que han venido haciendo una labor compensadora (de los fallos del estado) bastante útil y positiva, aunque lógicamente incompleta. Hay presencia de ONGs relativamente grandes, la mayoría con sede en EEUU: la “Nadia’s Initiative”, fundada por la Premio Nobel de la Paz y víctima del Dáesh, Nadia Murad, que, por ejemplo, ha hecho una encomiable labor de reconstrucción de colegios y hospitales; Yazda; y Free Yezidi Foundation. Entre las más pequeñas cabe destacar a dos ONGs británicas: “One and All Aid” y “YES” (Yezidi Emergency Support), que financian, con la colaboración de la española “Amigos del Pueblo Yazidi” (APY), el funcionamiento de dos escuelas que siguen el modelo de “Child Friendly Space” desarrollado por UNICEF. No obstante, parte de esta ayuda puede estar declinando en la actualidad, una vez que ya ha quedado atrás la fase de “ayuda de emergencia” que caracterizó los primeros años de esta crisis y que atrajo a centenares de ONGs internacionales. Además, el surgimiento de nuevos conflictos/tragedias, como las de Ucrania o Gaza, acentúan esa retirada de ayuda internacional privada.
Ante la difícil situación en Singar y en los campos del Kurdistán Iraquí, muchos yazidíes optaron desde el principio por la emigración. Varios miles entraron como refugiados en Turquía y Grecia durante la época de la “crisis de refugiados”. La mayoría de ellos y ellas, tras un largo proceso de espera, están hoy día residiendo legalmente en países como Alemania, Estados Unidos, Canadá o Australia. Vienen a la mente casos como el de Najla, que llegó con su familia en 2014, con 14 años, al asentamiento de Uğurca (Batman, Turquía). Allí solicitaron emigrar a Australia. Tras unos interminables nueve años de espera, finalmente, en 2023, la familia recibió el permiso para emigrar a Australia, en donde están iniciando una nueva vida en Brisbane. Según señala un estudio reciente, como consecuencia de estas barreras a la emigración legal, se sigue manteniendo un flujo de emigración irregular en condiciones muy precarias y peligrosas. La mayoría de quienes consiguen llegar se encuentran en un limbo legal en Grecia y en otras zonas de Europa, en un contexto dificultado con la reciente aprobación del Pacto Europeo de Migración y Asilo que, según CEAR, “será devastador para los derechos humanos”.
¿Qué se puede hacer? Cuando Rusia se democratice y solicite la entrada en la UE, cuando China deje de tener una autocracia de partido único, cuando en Irán triunfe una revolución liberal, cuando Erdogán pierda las elecciones en Turquía (y cuando el PKK abandone las armas) y cuando convivan los estados de Palestina e Israel, a lo mejor Irak también solucionará sus problemas de gobernanza, podrán funcionar sus instituciones y eso permitirá que la población de la comarca de Sinjar pueda tener una vida “normal”. Como, lamentablemente, estos acontecimientos parece que no están a la vuelta de la esquina, a corto plazo habrá que apoyar más a las frágiles instituciones democráticas iraquíes y kurdas e intentar que se den avances, ya; habrá que mantener la ayuda de las ONGs que actúan sobre el terreno; y habrá que apoyar a los emigrados yazidíes (y a todos los demás) que están en Europa. Viendo los rostros de quienes estaban en la ceremonia del 3 de agosto se entienden mejor las palabras de Emmanuel Lévinas: “el yo frente al otro es infinitamente responsable”…
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hace 1 mes
Oportuno recordatorio del calvario que está sufriendo una minoría que ha mantenido las tradiciones mesopotámicas en medio de conflictos étnicos y religiosos sin fin. Me llama la atención su pacifismo, que quizás sea debido a que ninguna potencia les apoya. Más razón para simpatizar con su causa.