La suya es una historia de supervivencia y victoria personal, una de las contadas biografías que en estos largos 13 años de guerra civil logró sobrevivir a las mazmorras, los interrogatorios y la tortura del régimen de Bashar Asad. Omar Alshogre tenía 15 años cuando fue arrestado por primera vez por el aparato policial sirio tras participar en una protesta antigubernamental al calor de las manifestaciones que germinaron con la Primavera Árabe. Entre 2011 y 2013 sufrió hasta siete detenciones. Pasó un año y nueve meses en la Unidad 215, un centro de detención de la inteligencia militar emplazado en el corazón de Damasco. Contra pronóstico y tras un vía crucis interminable de descargas eléctricas, palizas y atroces torturas, salió con vida y escapó del país.

Convertido en símbolo del tortuoso y doloroso camino de las víctimas, Alshogre reconoce en conversación con El Independiente que “la alegría es inmensa”. La mirada se le ilumina cuando se le pregunta por la caída de Asad, tras 24 años en el poder. “Imagínate lo que supone para mí ver que las cárceles donde me torturaron o torturaron a mis seres queridos han sido liberadas. Que el dictador que ha estado matando a la gente durante tantos años, bombardeando a su propio pueblo con armas químicas, ahora se ha ido. La gente tiene por primera vez una oportunidad real de libertad y democracia en Siria. Son los días más hermosos que he vivido”, relata, impactado por las imágenes que llegan del fin de la prisión de Sednaya.

Alshogre no ha olvidado el tiempo que pasó deambulando por el infierno. Lleva una década lidiando con los recuerdos y también con las pérdidas. Sus verdugos le encargaron retirar los cadáveres de los presos que habían muerto y asignarle un número, garabateado en sus frentes. Durante su cautiverio, vio agonizar a los primos con quienes había sido arrestado en noviembre de 2012; Rashad falleció tras sufrir torturas extremas: a Bashir lo consumieron las torturas y la tuberculosis. Fue Alshogre quien lo arrastraba hasta el baño cuando, en sus últimos días con vida, le fallaban las fuerzas para moverse.

Perdí la esperanza tantas veces dentro de aquel centro de detención. Nunca creí que sobreviviría a ese lugar

Unidad 215

“Estoy esperando aún a ver algunos videos y fotos de la unidad 215. Tengo recuerdos muy oscuros de allí. Nadie puede negar eso. Yo mismo no puedo negarlo. Fui torturado. Perdí la esperanza. Perdí la esperanza tantas veces dentro de aquel centro de detención. Nunca creí que sobreviviría a ese lugar. No por la tortura física, sino por la tortura mental, por la brutalidad de los guardias que se volvían tan creativos día tras día torturándonos mentalmente. Lo único que llegué a ver era gente muriendo. Nunca vi otra cosa que la muerte de la gente. Nunca oí de nadie que saliera de allí. Ahora sé de miles de personas que han podido salir en los últimos días y esto es realmente asombroso”, comenta quien ejerce ahora como uno de los directores de la Syrian Emergency Task Force (SETF), una organización con sede en Washington fundada en 2011 para apoyar a la oposición siria.

Las pesadillas siguen acompañándole. Las imágenes de sus captores extirpándole las uñas de los dedos se mezclan con el dolor y el sentimiento físico de hallarse a las puertas del final. Pero inesperadamente Alshogre sobrevivió a la unidad 215. Su destino resultó más aterrador: el complejo carcelario de Sednaya, el epicentro del sadismo de Asad. En las celdas, mientras a su alrededor se propagaban la tortura y las ejecuciones extrajudiciales, aprendió de “la universidad de los susurros”, como llama a las tertulias con el resto de presos. Un soborno de su madre, que había huido a Turquía, obró su liberación en 2015 tras superar un simulacro de ejecución. Al ser excarcelado, era un saco de huecos: pesaba 34 kilogramos y su esqueleto estaba carcomido por el hambre y la tuberculosis.

Omar Alshogre, durante su intervención en el comité de relaciones exteriores del Senado de Estados Unidos

Mucha gente ha estado implicada en torturarme a mí y a muchos sirios. Afortunadamente hoy vivo una vida normal. No se rompió nada que no se pudiera curar.

Alshogre duda cuando se le pregunta por sus captores y por quienes, con sus sesiones de torturas, le arrastraron hacia las tinieblas. “Es una pregunta difícil. Mucha gente ha estado implicada en torturarme a mí y a muchos sirios. Afortunadamente hoy vivo una vida normal. No se rompió nada que no se pudiera curar. Tengo mis dos ojos, tengo mis manos, tengo mis piernas. Eso me hace estar en mejores condiciones que muchos sirios que han sido torturados y han perdido partes de su cuerpo. Así que para mí, es mucho más fácil lidiar con la pregunta que otros prisioneros. Pero creo que es muy necesario procesar a las personas que tenían el poder de dar la orden de torturar”, replica.

“Como sirios, no creo que podamos llevar ante la justicia a todos los que cometieron crímenes, a todos los que torturaron a otras personas. No podríamos hacerlo porque el número es enorme. Tendríamos que llegar a la conclusión de que enviaremos a los tribunales a los que tenían el poder de dar una orden y tenemos que aceptar vivir en un país con personas que cometieron crímenes, que fueron nuestros verdugos, pero que se comprometen a hacerlo mejor porque nosotros, como sirios, tenemos que avanzar. Tenemos que seguir adelante. Tenemos que perdonar, si podemos, o simplemente seguir adelante sin perdonar pero sin actuar sobre la ira que teníamos contra ellos porque esto es lo mejor para Siria. Así es cómo podemos construir un país para el futuro”.

Omar Alshogre, antes y después de pasar por el centro de detención

El futuro de un país herido

El joven, refugiado primero en Suecia y más tarde estudiante de la prestigiosa universidad Georgetown de Washington, elabora a conciencia su alegato para pasar página cuando el país digiere aún la partida de Bashar Asad y el derrumbe de un régimen que sigue estando físicamente en Damasco, con sus funcionarios y altos cargos cambiando velozmente de lealtades, en una transición tan incierta como esperanzadora para un país en el que desde 2011 ha muerto más de medio millón de habitantes y ha visto a más seis millones huir.

“Como persona podría perdonar las cosas por las que pasé, porque las cosas por las que pasé me dieron las cosas hermosas que tengo hoy y tengo una vida que amo y que me importa. Por eso puedo perdonar, pero no puedo perdonar a la gente que murió, a mi primo que murió torturado”, esboza. “Lo más importante es que no voy a encerrarme en una caja de odiar a alguien y estresarme, preocuparme, enfadarme por cualquier cosa. Prefiero vivir una vida encantadora, porque disfruto de las cosas sencillas de mi vida. Pero también tengo que pensar en esta cuestión ahora que la justicia es más posible que nunca”.

Alshogre sostiene que, en tiempo récord, el pueblo sirio ha evitado caer en la sed de venganza. “Te voy a contar una hermosa historia. Mi hermana vive en la costa de Siria y ha estado escondida allí durante mucho tiempo porque el régimen la habría matado de todos modos si hubiera conocido su paradero. Cuando salió a celebrar la caída del régimen en mi ciudad, rodeada por la mayoría de alauíes que han estado muchos de ellos implicados en los crímenes del régimen de Asad, los alauíes se sumaron a los festejos. Cogieron los micrófonos y se disculparon. Dijeron que sentían que el régimen les utilizara durante tantos años y que esperaban que todos pudieran perdonarles. La gente se abrazó y la gente bailó junta y celebraron juntos la caída del régimen. Tengo muchas esperanzas en que el pueblo sirio sea maduro y sepa que quiere tener libertad y una vida mejor y sepa lo que tiene que hacer para conseguirlo”, narra emocionado.

La gente ha luchado con su sangre, su vida, sus hijos y con todo lo que tenía durante 14 años para conseguir la libertad. No la regalarán

Cuando la sombra de los fracasos de Libia e Irak se proyecta sobre Siria, Alshogre responde confiado. “Creo que el pueblo sirio, después de 14 años de lucha, no se conformará con resultados que no satisfagan al pueblo. La gente ha luchado con su sangre, su vida, sus hijos y con todo lo que tenía durante 14 años para conseguir la libertad. No la regalarán. No la perderán por algunas decisiones estúpidas”, vocea. Durante la última década, el joven ha restañado heridas y ha llevado su mensajes por los pasillos del poder, desde la administración estadounidense hasta la ONU. Su testimonio es poderoso y enérgico, capaz de superar los pronósticos de mal agoreros y cínicos. “Nos encontramos en un momento muy delicado en lo que respecta a Siria y creo que lo más necesario para nosotros, como sirios, es asegurarnos de que seguimos participando en la política de lo que está sucediendo hoy, para que exista una transición fluida del poder a los miembros y un parlamento que realmente pueda representar al pueblo sirio”, dice.

Impermeable al desaliento, ahora -dice- “no se puede desfallecer”. “Ahora no podemos descansar. Es el momento de que hagamos el trabajo. Porque es muy fácil pensar que tras 14 años de guerra, destrucción y lucha es hora de descansar. Pero no podemos. Si descansamos, perdemos lo que acabamos de ganar: la libertad. Tenemos que mantener nuestra libertad y nuestra democracia, y la libertad y la democracia sólo pueden funcionar si la gente está comprometida. Así que tenemos que seguir comprometidos y ser los que tomen las decisiones del país”, concluye.