Vladimir Vladimirovich Putin lleva en el poder desde hace más de un cuarto de siglo. Nunca ha ocultado que la peor catástrofe que afrontó su país fue el desmantelamiento de la Unión Soviética y de su esfera de influencia. Su vida está dedicada a que la Federación Rusa vuelva a ser una potencia militar y política, aunque económicamente sea un país con un PIB similar al de Italia. En su misión es vital la pieza de Ucrania. Sin Ucrania Rusia nunca será ese imperio que ansía Putin. La guerra contra Ucrania se gesta desde el momento en que Ucrania sueña con ser Europa.

En Trump ha encontrado una contraparte que le reconoce como hombre fuerte. Para Putin es una posición cómoda negociar de igual a igual con la primera potencia global sobre el destino de Ucrania, una nación que, a pesar de haber volcado el presupuesto a la máquina de la guerra, no ha logrado doblegar. Donald Trump quiere pasar a la historia como un pacificador y ha puesto su mirada en Ucrania. Putin le ha hecho creer que él también quiere la paz.

Las primeras conversaciones en Riad, entre la delegación rusa, encabezada por el astuto Serguei Lavrov, el jefe de la diplomacia más experimentado del mundo, y la estadounidense, Marco Rubio, antes senador por Miami, se saldaron con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Washington y Moscú. Lavrov y los suyos hicieron creer a los estadounidenses que tenía un objetivo común en Ucrania.

Pero lo que llaman paz los rusos es la capitulación de Ucrania. Y hasta para Donald Trump resulta abusivo que dejar caer a un país que lleva tres años defendiéndose del agresor. Rusia, y eso hay que tenerlo presente, no ha ganado la guerra a Ucrania. Ni logró conquistar Kiev en los primeros días, ni tampoco después de tres años ha logrado controlar más del 20% del territorio. Y, sobre todo, al contrario de lo que pretendía Putin, la identidad nacional ucraniana es más fuerte cada día.

Trump, obsesionado con el alto el fuego

Donald Trump busca que callen las armas. Esa insistencia en el alto el fuego hizo fracasar su encuentro con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, el pasado 28 de febrero. Zelenski trataba de decirle que Rusia no respeta los altos el fuego, que no es de fiar, y que había que asegurar de alguna forma que cumpliría. Aquello le sonó a excusa a Trump y la conversación desbarró gracias al vicepresidente JD Vance, fascinado por el Kremlin. Zelenski tuvo que marcharse de la Casa Blanca a toda prisa y con las manos vacías.

Sin embargo, Zelenski no está solo y cuenta con el apoyo de los líderes europeos, de la mayoría salvo el húngaro Viktor Orbán, y el eslovaco Robert Fico. La diplomacia británica, encarnada en Jonathan Powell, asesor de Keir Starmer, acudió a su auxilio. A su vuelta de Washington, Starmer y el francés Macron aconsejaron a Zelenski buscar la manera de recuperar la relación con Trump. Para ello, tenía que mostrarse abierto a concesiones como el alto el fuego. Gracias a la mediación de Starmer y Macron, los ucranianos volvieron a la mesa de negociaciones.

Así llegaron al encuentro de las delegaciones ucraniana y estadounidense en Yeda, el pasado miércoles. Tras ocho horas de conversaciones el secretario de Estado, Marco Rubio, explicaba que Ucrania estaba dispuesto a aceptar un alto el fuego de 30 días como paso previo a una tregua. Hablaron de garantías de seguridad, de territorios, de la participación europea... Rubio salió de la reunión con la impresión de que había disposición a una salida pacífica por parte de los ucranianos. Al día siguiente EEUU restablecía su ayuda militar y de inteligencia.

Paz rápida, paz justa y capitulación

Lo que busca EEUU, una paz rápida, y lo que espera Ucrania, una paz justa, podía tener un denominador común. Ucrania sabe, aunque no lo diga explícitamente aún que habrá de renunciar a territorios, y que es difícil que ingrese en la OTAN, pero lleva tres años luchando por su soberanía así que no va a renunciar a ser independiente y convertirse en otra Bielorrusia. Trump es un negociador y sabe que todos han de ceder y que nadie puede salir como ganador, pero tampoco como claro perdedor, de una buena negociación.

La pelota estaba en el tejado de Putin, como dijo Marco Rubio. Y el líder ruso escenificó la respuesta junto a su aliado el bielorruso Lukashenko, el espejo en el que le gustaría que se mirara el próximo líder ucraniano. No rechazó el alto el fuego, sino que dijo que tenían que discutirse las condiciones y las bases sobre las que se asienta. "Ha de conducir a una paz duradera y abordar las causas profundas de la crisis", dijo el líder ruso. Putin vuelve así a su obsesión, que le lleva a plantear condiciones maximalistas.

¿A qué se refiere con las causas profundas de la crisis? Putin está hablando de rediseñar la arquitectura de seguridad de Europa, aquello que explicó en la conferencia de Munich de 2007 y que expuso en su artículo del verano de 2021 (Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos) y luego en diciembre de 2021 cuando ya tenía todo preparado para invadir Ucrania.

Sus exigencias podrían incluir la desmilitarización de Ucrania, el fin de la ayuda militar occidental y el compromiso de mantener a Kiev fuera de la OTAN. Moscú también podría presionar para que se prohíba el despliegue de tropas extranjeras en Ucrania y el reconocimiento internacional de las reivindicaciones de Putin sobre Crimea y las cuatro regiones ucranianas que Rusia se anexionó en 2022, así como la celebración de elecciones en Ucrania.

Putin incluso podría demandar que la OTAN detenga el despliegue de armas en los Estados miembros que se unieron después de 1997, cuando la alianza comenzó a expandirse a los antiguos países comunistas. Es lo que persigue.

De este modo, Putin busca conseguir en una mesa de negociación con Trump lo que no ha logrado en el campo de batalla.