Agasajados con un almuerzo en el Palacio de Al Itihadiya y una cena con vistas a las majestuosas Pirámides de Giza, escoltadas por la esfinge de nariz mutilada a balazos. Recibidos por las principales autoridades del país, incluida el presidente Abdelfatah al Sisi. El viaje de Estado de Felipe VI y Letizia ha ocupado titulares y primeras planas en Egipto, un país de primaveras marchitas que gobierna con 'manu militari' el mariscal de campo.

La realidad más allá de la visita y el lujo de los palacios e instituciones que los Reyes de España han visitado esta semana, acompañados por el ministro de Exteriores José Manuel Albares, resulta menos agradable. Mucho más sórdida y difícil de digerir.

Policías en la ciudad egipcia de Ismailia. | EP

Prohibido disentir

El Egipto de Abdelfatah al Sisi sigue siendo un país con las libertades bajo cerrojo. A lo largo de 2025, lejos de abrir espacios de crítica, el régimen ha redoblado la represión. Periodistas, activistas y opositores políticos continúan engrosando las listas de detenidos arbitrariamente, tal y como ha sucedido desde que Al Sisi, entonces ministro de Defensa, firmara el golpe de Estado que hizo descarrilar la transición democrática en el país más poblado del mundo árabe allá por 2013. Luego, alegando la petición de un pueblo atormentado y condenado a la pobreza y el analfabetismo, Al Sisi colgó el uniforme y se convirtió en presidente vitalicio a golpe de elecciones consideradas una farsa y donde cualquier potencial candidato civil o militar fue perseguido y purgado, cuando condenado 'sine die' a cárcel.

Basta con un vídeo crítico en TikTok o una publicación incómoda en Facebook para terminar en un calabozo

Las redes sociales, que en su día sirvieron de altavoz a la Primavera Árabe, se han convertido en terreno minado: basta con un vídeo crítico en TikTok o una publicación incómoda en Facebook para terminar en un calabozo. O para desaparecer en un centro de detención. La salud del espacio público es incluso peor que en la era de Hosni Mubarak, cuando en ciertas etapas los Hermanos Musulmanes y la oposición fue semi tolerada en un Parlamento plagado hoy de leales y meapilas del caudillo egipcio.

Hace tan solo unos días Human Rights Watch alertó de una campaña masiva contra creadores de contenido digital: “Las autoridades egipcias han intensificado los arrestos y enjuiciamientos de personas por expresarse en línea, en un esfuerzo por sofocar incluso las formas más triviales de disidencia”.

Manifestantes antigubernamentales en unas protestas en El Cairo en 2019. | EP

Desapariciones forzadas y torturas

El aparato de seguridad mantiene la práctica de las desapariciones forzadas y la tortura. Amnistía Internacional documentó en su informe anual que “las fuerzas de seguridad sometieron a los detenidos a desapariciones forzadas y torturas, incluidas palizas, descargas eléctricas y violencia sexual”. La arbitrariedad se impone: detenciones sin orden judicial, juicios sumarísimos y condenas desproporcionadas, incluida la pena de muerte.

La crisis económica, mientras tanto, golpea a los más vulnerables. En enero de 2025, HRW señaló que “el gasto público en educación en Egipto, medido en relación con el PIB y el gasto total del gobierno, ha caído en la última década, debilitando el acceso y la calidad de la enseñanza”. Un diagnóstico que se repite en salud y protección social, mientras el régimen invierte miles de millones en megaproyectos como la capital administrativa de Egipto, un ciudad faraónica que crece en el desierto para sustituir a El Cairo.

Uno de los casos más atroces es el de Alaa Abd el Fattah, uno de los activistas más reconocidos de la revolución de 2011

Entre los más afectados figuran también los refugiados. El World Report 2025 de HRW denunció que “las autoridades egipcias detuvieron arbitrariamente y deportaron a personas refugiadas y solicitantes de asilo sudanesas, devolviéndolas a un contexto de conflicto y riesgo de abusos”.

La discriminación atraviesa también líneas de género y orientación sexual. El informe de Amnistía sostiene que “las mujeres y las niñas continuaron sufriendo violencia y discriminación, incluso en centros de detención, donde algunas fueron sometidas a registros corporales humillantes”. En paralelo, las personas LGBTI y las minorías religiosas siguen siendo perseguidas mediante leyes ambiguas contra la “inmoralidad”, en atroces cazas de la policía moral a través de aplicaciones de citas.

Si hay un caso realmente atroz en el Egipto visitado por los Reyes esta semana es el de Alaa Abd el Fattah, uno de los activistas más reconocidos de la revolución de 2011. Lleva años entre rejas por protestas pacíficas y simboliza este cierre férreo del espacio cívico. Según Amnistía, “su encarcelamiento por cargos falsos relacionados con la difusión de ‘noticias falsas’ constituye una detención arbitraria”. Naciones Unidas ha pedido su liberación inmediata, sin éxito.

Su familia ha firmado sin éxito sucesivas huelgas de hambre reclamando su liberación. El régimen egipcio lo ha convertido en cabeza de turco y un aviso a navegantes: quien sea capaz de rebelarse contra las injusticias de los militares debe asumir el sacrificio de ver su vida personal hecha trizas.

Egipto ha aceptado en la ONU recomendaciones para mejorar su historial de derechos humanos. Pero sobre el terreno, las promesas se desvanecen. Como resume Amnistía: “la impunidad por violaciones graves de derechos humanos continuó siendo la norma” en el régimen del terror de Al Sisi.