A las 10 de la mañana ha llegado al complejo de la Moncloa. Pedro Sánchez lo esperaba para recorrer unos metros juntos y ser recibido con honores militares y el saludo risueño de los ministros socialistas del Ejecutivo, ante la sonora ausencia de Sumar. Ha sido una acogida calurosa en una mañana gris y fría en Madrid que contrasta con los dardos que en octubre recibió Aziz Akhannouch, el primer ministro de Marruecos, en las calles de su país. Las protestas de la Generación Z, duramente reprimidas por el aparato policial marroquí, pidieron sin éxito su cabeza y le convirtieron en rostro de las corruptelas que anidan en el establishment de Mohamed VI.

"Capitalismo de amiguetes"

En un país como Marruecos, arrasado por los abismos sociales y la fractura entre centros urbanos y zonas rurales, Akhannouch representa el “capitalismo de amiguetes”, el rostro que detenta el poder político al mismo tiempo que controla amplios sectores de la economía local, sometiendo doblemente a los castigados súbditos al otro lado del Estrecho. “Es un personaje odiado por la población, y probablemente el primero que debería ser sacrificado”, reconocía hace unas semanas a El Independiente el disidente marroquí Abdullah Abaakil.

Akhannouch, 64 años, es al unísono una de las mayores fortunas de Marruecos y desde 2021 su primer ministro. Multimillonario, estudió administración de empresas en la Universidad de Sherbrooke, en Canadá. Su riqueza personal se estima entre 1.400 y 2.000 millones de dólares en un país donde la juventud, sin esperanzas, abraza el deseo de emigrar.

Compagina la presidencia de Akwa, su gran conglomerado empresarial, y la Reagrupación Nacional de Independientes, su partido político. Es uno de los peces gordos de la monarquía de Mohamed VI, otrora apodado el “rey de los pobres” y hoy ampliamente ausente de la escena local, promotor del ascenso a las más altas esferas de sus compañeros de clase y sus amigos más cercanos.

El emporio del primer ministro

El emporio de Akhannouch, que fue ministro de Agricultura y Pesca entre 2007 y 2021, tiene intereses en energía e hidrocarburos, repartidos en Afriquia -distribución de combustible con una notable red de gasolineras-; y Afriquia Gaz, Tissir Gaz -distribución de butano, propano y GLP-; productos químicos y producción industrial como lubricantes, petroquímicos y diversos productos industriales; inmobiliario y turismo, entre ellos grandes promociones en la marina de Agadir o en la ciudad saharaui de Dajla ocupada militarmente por Rabat; medios de comunicación como La Vie Eco, Aujourd’hui le Maroc o La Nouvelle Tribune. Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras han denunciado que su control mediático le permite una capa adicional de influencia y de controlar el panorama público de un país donde la libertad de prensa está completamente cercenada.

Akhannouch nunca ha sido condenado penalmente, pero se enfrenta a acusaciones persistentes por parte de opositores políticos, periodistas, economistas y activistas de la sociedad civil. Se le culpa de conflictos de intereses, comportamiento monopolístico o uso del poder político para proteger sus vastos intereses económicos.

Los ejemplos de sus maniobras son múltiples a lo largo de la última década. Así, en 2015 Marruecos liberalizó los precios del combustible. A partir de ese momento, medios de comunicación independientes documentaron aumentos significativos en los márgenes de beneficio de los distribuidores de combustible. Las sospechas públicas apuntan a que las grandes empresas -incluida su compañía Afriquia- se beneficiaron de manera desproporcionada de la desregulación. Las decisiones políticas del Gabinete del que forma parte favorecieron a las empresas de combustible.

Un reguero de acusaciones de corrupción

Un escándalo al que sectores de la opinión pública marroquí respondieron lanzando una campaña  de boicot en 2018 a nivel nacional contra Afriquia, Danone y Sidi Ali. Afriquia fue objeto de críticas explícitas debido a su vínculo con Akhannouch. Una situación que volvió a repetirse hace tan solo unos meses en mitad de las manifestaciones juveniles, sofocadas con cientos de arrestos.

Entre 2022 y 2023, en mitad de la invasión a gran escala de Ucrania por Rusia y la fuerte subida de los precios del combustible, las campañas en las redes sociales acusaron a Akhannouch de beneficiarse personalmente, dado que su empresa es uno de los principales actores en la distribución de combustible.

Sus oponentes, entre los que se encontraban figuras del partido nacionalista Istiqlal, lo acusaron de malversación de fondos públicos o de permitir la corrupción en los programas agrícolas. Una importante acusación pública -nunca probada en los tribunales- sostuvo que miles de millones de dirhams de fondos de compensación se gestionaron mal o se asignaron incorrectamente. La falta de independencia del sistema judicial marroquí ha abortado cualquier ejercicio de rendición de cuentas contra una figura altamente impopular.

Varios medios independientes han denunciado, además, que el partido de Akhannouch utilizó importantes recursos financieros para atraer a candidatos de otros partidos; influir en los votantes y dominar el panorama político mediante el poder financiero.

En el último año y medio las acusaciones han sido suscitadas por la adjudicación de un proyecto de desalinización de agua de mar por valor de miles de millones de dirhams a un consorcio que incluía empresas vinculadas a Akhannouch. El castigado activismo marroquí voceó su inquietud: un primer ministro no debería tener intereses comerciales que se beneficien de los contratos estatales; la adjudicación socava la licitación competitiva y la confianza pública; y las instituciones políticas se ven comprometidas cuando el poder económico y político se concentra en una sola persona.

Su llegada a primer ministro estuvo precedida por unas “elecciones” en las que se denunció el uso masivo de dinero para comprar votantes, explica a este diario Hicham Mansouri, periodista de investigación marroquí en el exilio. “Multimillonario y amigo del rey, el primer ministro goza de una popularidad muy baja debido a su implicación en escándalos financieros relacionados con flagrantes conflictos de intereses en los que está involucrado y también por su escaso carisma en materia de comunicación”, reconoce el reportero.

Akhannouch es la punta visible de un iceberg de grandes proporciones. Un país sometido a una pequeña élite económica que se solapa en gran medida con la autoridad política. Akhannouch es el ejemplo más emblemático de este fenómeno, el icono perfecto de lo que durante un tiempo en España Irene Lozano -biógrafa de Sánchez- bautizó como “amigantes”, la fusión descarnada de amigos y mangantes. El primer ministro, cortejado este jueves en Moncloa, representa como pocos los males del país vecino: el nulo control institucional de los conflictos de intereses; el descarado favoritismo hacia las empresas cercanas al Gobierno;  el aumento de la desigualdad y responsabilidad limitada; y la corrupción sistémica. Entre sus propios súbditos, Akhannouch arrastra, además, la fama de adoptar la estrategia del avestruz para sortear las críticas.  “Ante cada crisis, prefiere permanecer en la sombra y esconderse detrás del rey en lugar de dar explicaciones a los ciudadanos. La Covid-19 y la sequía han agravado las crisis económicas y sociales, y las desigualdades siguen aumentando”, concluye Mansouri.