Tres documentales y dos libros. Innumerables investigaciones paralelas, programas de radio y televisión y varios pódcast para tratar de explicar unos asesinatos que nunca se han resuelto y que llevan tres años revolviendo a Estados Unidos. Este miércoles, el caso ha vuelto a la primera línea porque el responsable ha sido condenado a cadena perpetua, pero ni siquiera ahora nadie sabe por qué Bryan Kohberger mató mientras dormían a cuatro estudiantes universitarios una noche de otoño.
El caso acaparó en 2022 toda la atención porque jamás se encontró ninguna relación entre el asesino y ninguno de los asesinados, tampoco con personas cercanas a estos, incluidas las compañeras de piso que sobrevivieron al ataque. Solo se sabe que el joven profesor universitario Kohberger entró a aquella noche en casa de seis estudiantes en Moscú (estado de Idaho) y apuñaló a cuatro de ellos, terminando con su vida, y se marchó. Después, el ADN encontrado en la funda de un cuchillo llevó a los investigadores hasta el ahora condenado a pasar su vida en prisión.
El joven se dedicaba profesionalmente a estudiar a asesinos en serie y parecía muy interesado en la lucha contra el crimen. Pero ninguno de sus conocidos y antiguos amigos podían imaginar que terminaría convirtiéndose en un asesino. Katherine Ramsland, una de las mayores expertas en asesinos en serie con la que él trabajaba, aseguró que siempre era educado, respetuoso y comprometido con la idea de convertirse en investigador, e incluso llegó a declarar que debía haber habido alguna equivocación, porque el Kohberger que ella conoce no habría hecho eso.
A principios del mes de julio, Kohberger confesó los asesinatos para evitar la pena de muerte. El hombre, que ahora tiene 30 años, tiene un graduado en la Universidad DeSale en Pensilvania de 2020 y un máster en justicia criminal en 2022. Sus antiguos amigos han asegurado que durante el instituto tenía sobrepeso y sufría bulling, pero todos los posibles indicios han llevado a caminos sin salida, y a día de hoy, los investigadores ni siquiera tienen una teoría sobre por qué mató a los universitarios.
“Creo que lo hizo para saber qué se sentía, para experimentarlo”, ha dicho su antiguo amigo Jack Baylis, de 31 años, al periódico de Idaho Statesman. “Si quería escribir un paper sobre cómo se sienten los asesinos cuando matan, para ser preciso, tenía que experimentarlo para verdaderamente entenderlos”, ha asegurado, contribuyendo a la especulación.
Los investigadores tampoco han establecido ningún tipo de relación entre él y las víctimas, y él no ha explicado las razones para asesinarlos, para frustración de las familias. En ese sentido, el juez Steven Hippler, que tampoco ha conseguido encontrar ninguna explicación razonable para los crímenes, ni falsa ni verdadera, conforme avanzaba el juicio ha expresado sus dudas sobre la utilidad de seguir interrogando al ahora asesino convicto. “Porque incluso si pudiese forzarlo a hablar, algo que legalmente no puedo hacer, ¿cómo podemos asegurarnos de que lo que dice sea verdad?”, se ha preguntado.
El fiscal del condado de Latah, Bill Thompson, ha dicho ante el tribunal que no hay ninguna prueba que apunte que se produjo ningún tipo de abuso sexual hacia ninguna de las víctimas. No hay pruebas de que se conociesen en persona, de que hubiesen interactuado en redes sociales ni de que se hubiesen visto en un restaurante, como algunos de los rumores más extendidos han sugerido. Asimismo, la policía tampoco sabe si los universitarios constituían un objetivo concreto o si simplemente Kohberger escogió esa vivienda por una cuestión de ubicación, de distribución, o cualquier otro tipo de motivo práctico. El arma del crimen tampoco se encontró.
A cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional
Este miércoles, Kohberger se sentó en la sala del tribunal en Boise, Idaho, durante tres horas. Los presentes aseguran que apenas expresó emoción alguna pese a los duros discursos de quienes narraban sus historias, tampoco mientras lo condenaban a una vida en prisión y sin posibilidad de libertad condicional. Entre quienes intervinieron estuvieron las dos compañeras de piso que sobrevivieron a su paso aquel noviembre. Era la primera vez que hablaban en público al respecto.
“Si lo hubiese sabido, por supuesto que hubiese llamado al 911 inmediatamente”, se lamentó Bethany Funke. “Entiendo que no habría cambiado nada, ni siquiera si los médicos hubiesen estado todo el tiempo en la puerta de la casa”. Posiblemente, Funke nunca podrá saberlo, porque Kohberger ha rechazado explicar razones de un crimen que aún seguirá dando que pensar a muchos durante años.
Cuando entró a la casa aquella noche, Kohberger fue directo a la tercera planta y allí mató primero a las amigas Kaylee Goncalves y Madison Mogen, ambas de 21 años. Después, en la segunda planta, mató a Xana Kernodle y a su novio Ethan Chapin, de 20. Mientras, las otras dos compañeras de piso, Dylan Mortensen y Bethany Funke se mensajearon. “¿Qué está pasando?”, escribió Mortensen un poco antes de las 4:30 a.m. “Estoy entrando en pánico”.
Mortensen había escuchado ruidos y visto a un hombre enmascarado en el pasillo que daba a su dormitorio, y escribió a todos sus compañeros de piso, pero no obtuvo respuesta de ninguno de los asesinados. Ambas se metieron en la habitación de Funke, se durmieron y no llamaron a emergencias hasta siete horas más tarde, algo que también ha provocado mucha especulación. Mortensen argumentó que estaba borracha y no tenía claro qué era real y qué era un sueño, y que hubo un momento en el que pensó que el desconocido del pasillo era un bombero.
Por eso, no fue hasta las 10:30 de la mañana cuando volvió a escribir a todos sus compañeros de piso, que no contestaron. Algo más tarde, un amigo llegó a la casa y descubrió a una de las fallecidas. Llamaron a emergencias diciendo que se había emborrachado la noche anterior y no conseguían despertarla. Cuando llegó la policía, descubrieron los otros tres cuerpos.
Las víctimas y el asesino
Desde entonces, han trascendido todo tipo de detalles sobre las víctimas con el objetivo de poder establecer relaciones con el asesino. Que la noche anterior, los cuatro habían ido a apoyar equipo de fútbol de la Universidad de Idaho, los Vandals. Que Goncalves y Mogen eran amigas de la infancia porque crecieron juntas en Idaho. Que Goncalves iba a trabajar en una empresa de marketing tras graduarse, y que Mogen también se estaba especializando en el mismo sector. Que Chapin, procedente de Conway, estado de Washington, era trillizo y estaba cursando una especialización en turismo, deportes y ocio, o que tenía una relación con la cuarta víctima, Kernodle, que creció en Idaho pero también vivió en Arizona.
Del lado del asesino, se sabe que era estudiante de doctorado en justicia criminal y criminología en la Washington State University que empezó ese 2022, y que parecía interesado en aprender a atrapar a criminales como luego resultó ser él. En esa etapa, solicitó unas prácticas en el departamento de policía de la ciudad de Pullman, y fue despedido del puesto de profesor asistente tras choque con otro docente, poco después de los asesinados pero antes de ser detenido ese diciembre.
Durante su adolescencia, que fue complicada, sufrió depresión y se convirtió en adicto a la heroína. Diferentes medios han publicado que cuando tenía 16 años escribió en un foro en internet que se sentía como un “saco de carne sin valor” y que no podía encontrar alegría en la vida. En 2018 contó a un amigo que llevaba dos años sin usar la heroína y en 2018 dijo que solo la consumía cuando estaba en un “profundo estado suicida”. Sus abogados han declarado que tiene un trastorno del espectro autista.
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