Todos deberíamos ser inversores a largo plazo. Bueno, casi todos. Toda persona con una edad inferior a los 70 años debería invertir a largo plazo. No digo que todo el patrimonio deba estar invertido con un objetivo de largo plazo, por supuesto. Cada uno debe evaluar su situación financiera y determinar el porcentaje que uno debe dedicar a constituir un patrimonio de largo plazo.

Pero, lo queramos o no, la mayoría de la gente (hablo de aquellas personas que pueden ahorrar o que tienen ya ahorrada una cierta cantidad de dinero) tiene un objetivo financiero de largo plazo. Para los más jóvenes, puede ser ahorrar para comprarse una vivienda, para los menos jóvenes, preparar su futura jubilación se ha convertido casi en una obligación, y para los ya jubilados (no olvidemos que la esperanza de vida en nuestro país supera los 80 años) el objetivo a largo plazo puede perfectamente ser el hacer fructificar un patrimonio al mismo tiempo que uno va rescatando dinero de él. En fin, motivos para invertir a largo plazo no faltan.

¿Entonces por qué el español medio no invierte a largo plazo? Primero porque no se incentiva fiscalmente el ahorro a largo plazo. Es cierto que los planes de pensiones se benefician de unas ventajas fiscales a la hora de aportar. Pero eso, desde mi punto de vista, no es fomentar el ahorro a largo plazo. Es fomentar la utilización de un producto financiero con un fin muy concreto, que es el de ahorrar para la jubilación, que para muchos será un objetivo de largo plazo, pero para otros no (aquellos, por ejemplo, que están a punto de jubilarse).

Fomentar el ahorro a largo plazo, significa que uno consigue unos beneficios si mantiene el dinero invertido durante un determinado lapso de tiempo. Podemos discutir si esos beneficios pueden aumentar a medida que vayan transcurriendo el tiempo, pero es imperativo que el beneficio no se limite a un producto financiero en concreto.

Otro de los motivos del porqué la gente no suele invertir a largo plazo tiene que ver con la psicología y el comportamiento humano. Queremos obtener beneficios a corto plazo, en el trabajo, en el deporte, y, por supuesto, en las inversiones. Es un fenómeno harto conocido y estudiado. Por lo visto nuestro cerebro produce una sustancia llamada dopamina que nos hace “sentir bien” cuando conseguimos una recompensa a corto plazo. Por eso, intentamos evitar a toda costa las pérdidas a corto plazo (que, irremediablemente, se producen si invertimos a largo plazo) y muchas veces esas pérdidas de corto plazo nos hacen desviar del objetivo de largo plazo.

Falta, sin duda, cultura financiera. Estoy convencido de que poca gente sabe, por ejemplo, que el riesgo de invertir en bolsa (es decir, el riesgo de sufrir una pérdida al final del periodo) disminuye con el tiempo. Es decir, uno tiene más posibilidad de perder dinero si invierte a 5 años que si invierte a 15 años. Parte de esta labor de cultura financiera debe, sin duda, recaer sobre las propias entidades financieras. Son ellas, en definitiva, las más interesadas en mantener satisfechos a sus clientes el mayor tiempo posible.


Fernando Luque es editor de la firma de análisis Morningstar.