Mientras la fecundidad española caía en picado (el año que murió Franco el número de hijos por mujer era de 2,8 y en 1998 había bajado a 1,1), la sociedad española sufría el ataque del paro, como consecuencia de la crisis que se inició con la subida del precio del petróleo en los primeros años setenta.

En España, los efectos endémicos del paro ocultaron el profundo hoyo demográfico que se estaba cavando durante un largo periodo (1976-2000). Un agujero irreversible, cuyos efectos hoy están muy claros y cuya presencia será inexorable, al menos, en los treinta próximos años.

Algunos datos pueden dar una idea aproximada de lo que nos espera. En cinco lustros, la fecundidad española pasó de ser una de las más altas de Europa a la más baja del mundo, y ahí sigue. Es éste un cambio profundo. Un grave riesgo para el futuro de cualquier sociedad, pues inexorablemente producirá más envejecimiento y, de seguir en estos niveles, la disminución de la población (hoy ya presente). Salvo fortísimas migraciones, claro está.

De mantenerse la situación actual, tanto en lo que se refiere a la fecundidad como a la mortalidad, y sin migraciones, dentro de 50 años, España tendría una población de 28 millones de habitantes (39,4 millones en 1998), de los cuales el 39,5% sobrepasaría los 65 años. Como bien se ve, las variables demográficas actuales, de mantenerse, conducirían a una sociedad insostenible.

Se ha ido retrasando la edad de la emancipación y, por supuesto, la del matrimonio

Al inicio del siglo XXI, la relación por cociente entre el número de los potencialmente activos y el de los jubilables (personas de 65 años y más) era 4,2. Mantener esa relación (4,2) en el año 2050, exigiría alcanzar en ese año una población de 160 millones de habitantes, de los cuales el 80% habrían de ser de origen inmigrante. Un imposible.

A la vez que caía la fecundidad, y siendo en parte causa de esa caída, se ha ido retrasando la edad de la emancipación y, por supuesto, la del matrimonio. En alguna medida, este retraso se debe a la ampliación de los estudios, pero, sobre todo, es el resultado, otra vez, de la precariedad existente en el mercado laboral, es decir, se debe a las dificultades que han tenido y tienen los jóvenes españoles para encontrar un primer empleo y más si el empleo se pretende estable.

Es cierto que las pautas que rigen muchos de los comportamientos relacionados con la reproducción humana han cambiado rápida y hasta contradictoriamente en España: extensión y uso de anticonceptivos eficaces, adelantamiento de la edad en la cual las prácticas sexuales se consideran normales y retraso en la edad de la emancipación. Sin olvidar la mayor inestabilidad de la vida en pareja, junto a las conocidas dificultades para conciliar trabajo y maternidad.

El freno para tener hijos está en la imposibilidad de prever con alguna certeza el futuro laboral

Todo ello ha ido unido a una deseable y creciente igualdad social entre varones y mujeres y la consiguiente ruptura con los papeles tradicionales que a unos y a otras se atribuía antaño. En fin, con razón podría pensarse que todos estos cambios dan como resultado una fecundidad más baja de la observada en el pasado, pero desde luego no tan baja como para haber alcanzado los ínfimos niveles que se han establecido en España desde hace ya casi dos décadas.

En el campo de la fecundidad existe, además, una notable diferencia entre lo que se desea y lo que se realiza. Tal aserto se comprueba al ver los resultados de la ya vieja y última encuesta sobre fecundidad realizada por el INE. Las mujeres encuestadas entonces deseaban tener, de media, 2,2 hijos, exactamente lo mismo que deseaban los varones. Esta cifra (2,2) no representa una fecundidad elevada, pero sí es superior a la considerada de reposición (2,05) y es algo menos del doble de la fecundidad que hoy se practica. En otras palabras, los cambios en los usos, pautas, relaciones entre varones y mujeres, etc., arrojarían, de no haber limitaciones externas, una fecundidad casi el doble de la existente.

¿Dónde radica la limitación, el freno que impide a las españolas tener los hijos que desean? No parece arriesgado afirmar que la clave está en la inseguridad, en la imposibilidad para prever con alguna certeza el futuro laboral. La inestabilidad laboral, el hoy errático destino del empleo, está detrás del retraso en la emancipación y, por ende, del emparejamiento, sea éste matrimonial o no. Ésa es la causa principal de que los planes sobre la descendencia incluyan un aplazamiento que con frecuencia adquiere el carácter de definitivo.