Que la muerte del perpetrador de la pizza con piña haya coincidido con el acto de presentación del referéndum independentista ha pasado injustamente inadvertido.

Sam Panopoulos empezó a mezclar el jamón y la piña en 1962, en un restaurante de Ontario. Confesó a la BBC que lo hizo porque "era nuevo en el negocio y hacía muchos experimentos". La Historia demuestra que lo que es una genialidad para unos hay otros que no pueden ni ver. Igual que tener a Pep Guardiola como portavoz del movimiento independentista catalán. Genialidad para unos, pizza con piña para otros.

Al leer el manifiesto de la ANC y Òmnium en la movilización celebrada en defensa del referéndum del 1 de octubre, Guardiola pidió ayuda a la comunidad internacional contra "los abusos de un estado autoritario" (en perfecto inglés, catalán y castellano). También acusó al Gobierno el ex jugador de la selección española de fútbol de "poner en marcha una persecución política impropia de una democracia en la Europa del siglo XXI". Se refería a España, por cierto.

Lo malo de ponerse a hacer mezclas muy locas es que es difícil saber dónde parar. Y una vez que se puede mezclar la piña con el jamón o el independentismo con el fútbol es fácil caer en la tentación de reprocharle al ex entrenador del Barça que si no tiene nada que decir de los millones que ha cobrado de Qatar, Estado no precisamente democrático, al que apoyó para celebrar el Mundial y patrocinador estrella de su equipo del alma que es més que un club.

Sin embargo, estos matices no aparecen en la prensa internacional, donde Guardiola ha logrado dar mucho más eco a este mensaje del que tuvo Puigdemont la semana pasada al anunciar la fecha del referéndum.

Mientras, el Gobierno de Rajoy se limita a decir que hay que cumplir la ley. Como si ésta fuera la única manera de acabar con lo que a uno no le gusta. También lo intentó el presidente islandés cuando propuso este año prohibir la pizza con piña. Al final tuvo que reconocer que no tenía poder suficiente para hacerlo.