La ausencia del Rey emérito Juan Carlos de Borbón en el acto solemne en el Congreso de conmemoración de los 40 años de las primeras elecciones democráticas ha desatado una polémica que ha tenido el efecto de dejar en segundo plano el valor simbólico de la celebración y la importancia  el alcance del discurso del Rey. Pero que Don Juan Carlos no haya sido invitado a un acto que tenía por objeto celebrar, conmemorar y poner en valor lo que ha sido su obra política nos mueve hoy a recordar tan sólo una parte de la contribución del hoy Rey emérito a esta España próspera, pacífica y plenamente democrática e integrada en la Unión Europea que, también con todos sus innegables problemas y dificultades, disfrutamos hoy.

Para empezar, hay que decir que a Juan Carlos de Borbón el franquismo no lo quería

Para empezar, hay que decir que a Juan Carlos de Borbón el franquismo no lo quería. La Ley de Sucesión de 1947 dice que España se constituye en Reino y otorga a Franco la potestad de elegir a su sucesor a título de Rey o de Regente del Reino, sucesión que tendría que ser ratificada por las Cortes franquistas. Pasan 22 años hasta que Franco se decide a informar al entonces Príncipe de  España de que va a ser nombrado su sucesor, cosa que hace en enero de 1969. En ese tiempo Juan Carlos de Borbón, ya casado y con tres hijos, ha padecido en innumerables ocasiones la auténtica hostilidad del franquismo hacia la Monarquía, cosa que muchos manifiestan sin recato en su presencia. Tan es así que, cuando Franco decide por fin acudir a las Cortes el 22 de julio de 1969 para anunciar el nombramiento de su sucesor, una buena parte de sus ministros y de los procuradores con mayor influencia dentro del régimen intentan que Franco se ausente de las Cortes nada más anunciar su decisión para así dejar votar a los procuradores sin tener delante al general. Proponen además que la votación sea secreta. Éste no es más que el síntoma del nivel de desagrado que produce en muchos franquistas la idea de que a Franco le suceda un Rey y que ese Rey sea además Juan Carlos de Borbón, hijo del Conde de Barcelona y nieto de Alfonso XIII. Pero Franco no acepta tales  sugerencias y se queda presidiendo la sesión de las Cortes todo el tiempo que dura la votación, que se hace, además, nominal, de modo que cada procurador tiene que formular su voto delante de Franco cuando, uno a uno, se les llama por su nombre. Aún así, hay 491 votos afirmativos pero hay 19 negativos y 2 abstenciones.

De 1969 a 1973 la situación de los Príncipes de España es ambigua y poco fácil. Don Juan Carlos no tiene asignado papel alguno dentro del protocolo y por otra parte surgen corrientes dentro del propio régimen que apuestan por la candidatura de su primo Alfonso de Borbón, que se ha casado con la nieta de Franco y del que esos sectores tienen la casi seguridad de que sería un perfecto Rey del Movimiento, un rey rigurosamente franquista, continuador impecable de la obra de Franco en todos los órdenes. Franco está ya viejo y padece parkinson, pero resiste las fuertes presiones, hechas desde su entorno más próximo, para que cambie su decisión final y aparte al Príncipe Juan Carlos de la sucesión a la jefatura del Estado en favor de Alfonso. Es más, tras el asesinato por ETA  del presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, y durante todo ese delicadísimo período, don Juan Carlos no es consultado ni informado por Franco ni  por ninguno de sus próximos en las esferas del poder. Es evidente que el régimen no tiene interés alguno en adjudicarle un papel mínimamente relevante que desempeñar y que pueda ir integrándole en la función política a la que está destinado. Porque lo que en realidad se proponen quienes ocupan esas esferas de poder dentro del régimen es que, a la muerte de Franco, el Rey asuma un papel meramente simbólico y de lucida representación ante el exterior.

Lo que yo querría es llegar a ser el rey de una república", dijo el ahora emérito

Pero el entonces Príncipe ya tiene otros planes, sobre los que se cuida muy mucho de no compartir con casi nadie. Lleva años soportando en silencio la especie, muy manejada entre los poderosos de régimen, de que es un joven tan largo de estatura como corto de ideas y ha tenido buen cuidado de no manifestar en público sus preferencias políticas para España aunque sabe que tendrá que conquistarse el respeto y la consideración de los países democráticos, que en esos momentos no otorgan la menor credibilidad a esa absurda y pintoresca fórmula de "Monarquía reinstaurada" que ha puesto en pie el dictador. Pero sus preferencias políticas están ya claras y hay una anécdota que demuestra que lo que aquí se dice es cierto. En 1972, en el curso de una visita oficial a la República Federal de Alemania, los Príncipes de España almuerzan con el presidente de la República, el socialdemócrata Gustav Heinemann. Fue un encuentro frío que, como periodista, cubre Miguel Vermehren, corresponsal en España de la cadena de televisión alemana ZDF: "Al presidente alemán no  le hacía ninguna gracia tener que recibir al "príncipe franquista" como él le llamaba, pero el gobierno había insistido. Terminado el almuerzo, ninguno de los presentes, que conocían el ambiente en que se estaba desarrollando el encuentro, se sorprendió lo más mínimo cuando se avisó enseguida de que los Príncipes iban a salir ya. Pero no salieron. Pasaron más de 40 minutos y por fin aparecieron los Príncipes y sus anfitriones muy sonrientes. ¿Qué había sucedido? Luego supimos, y el Príncipe me lo confirmó más tarde que, ya en los postres, Heinemann había preguntado en tono paternalista a don Juan Carlos por sus aspiraciones para el futuro. "Señor presidente, lo que yo querría es llegar a ser el rey de una república". Ahí se rompió el hielo y el sorprendido presidente alemán decidió profundizar más en esa conversación ".

Operaciones de aproximación

En 1974 el Príncipe de España hace, con la máxima discreción, una operación de aproximación, tenue, a las formaciones de la oposición templada al régimen. Al palacio de La Zarzuela acuden de manera casi clandestina, representantes de la política y del mundo sindical de nuestro país y del extranjero. Pero necesita algo más, necesita que las fuerzas de la oposición democrática empiecen a saber que "el sucesor franquista" se interesa por su existencia y por sus exigencias, lo cual le resulta esencial para ir intentado deshacer poco a poco falsas impresiones. Y toma entonces una decisión de cierto riesgo: se pone en contacto con su amigo de la infancia Nicolás Franco Pasqual de Pobil, sobrino del general, para que tantee entre las fuerzas de la oposición, incluidas las de la oposición democrática, todas ellas ilegales por entonces, para conocer su posición ante el futuro tras la muerte de Franco y, sobre todo, cuál es su actitud ante la Monarquía. El sobrino del dictador llega hasta el terreno de la izquierda socialista: habla con Tierno Galván y con Felipe González para quien el Príncipe "no ocupa ningún lugar en su visión de la España futura", recuerda Nicolás Franco. Y esa es una opinión general. En lo que se refiere a la consideración que los políticos tenían de don Juan  Carlos y de su posible papel en el futuro de España la conclusión no puede resultar para él más desoladora: "El Príncipe partía desde una posición de cero para la mayoría de ellos".

Pero a la particular encuesta de opinión elaborada por Nicolás Franco le falta un dato esencial: la opinión del Partido Comunista. El Príncipe quiere saber también qué opina del futuro Santiago Carrillo. Así que en el máximo secreto, porque aquí sí que se juegan todos mucho más que un disgusto, el sobrino de Franco se entrevista con el líder comunista en Paris gracias a la mediación de ciertas personas. "A mí me interesaba decirle" recuerda Carrillo, "que para nosotros la alternativa no era Monarquía o República sino democracia o dictadura" "El Príncipe" dice Nicolás Franco que le insinuó a Carrillo sin decirle claramente de parte de quién venía, "necesita seis meses de tranquilidad. Él va a traer la democracia pero necesita que no se le acorrale con incidentes que pueden tener gravísimas consecuencias que pueden impedir la consolidación de los avances hacia la democracia". "De todos modos", dice Carrillo,"Yo deduzco que en el régimen se están moviendo muchísimas cosas". Lo relevante de este hecho, además del hecho en sí, es que demuestra cuál es el propósito político de don Juan Carlos si un día llegara a reinar. Y también el riesgo que, con esta acción corre porque si se llega a saber que él es el inspirador de este encuentro del sobrino de Franco con la "bestia negra" del régimen, sus posibbilidades de acceder un día al trono se hubieran visto rápidamente reducidas a cero.

Mientras tanto, al Príncipe Juan Carlos no le hace caso nadie en España. Desde luego, no le hace ni caso el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, pero tampoco se lo hacen la oposición democrática ni la oposición moderada. No tiene el apoyo de los monárquicos, que consideran, con razón, que el titular de los derechos dinásticos es su padre, don Juan de Borbón. Tampoco lo tiene de la oposición de izquierdas, que es abiertamente republicana y defiende en cualquier caso la ruptura total con el régimen, lo cual incluye la monarquía franquista encarnada por él. No lo tiene, como ya se ha explicado, del propio régimen. Y no lo tiene de la población española para la que este Príncipe es fundamentalmente un desconocido. Cuenta, eso sí, con el respaldo efectivo de un amplio grupo de jóvenes políticos de procedencia mayoritariamente democristiana y también con el de los llamados reformistas del régimen, o aperturistas, gentes procedentes del Movimiento pero que apuestan por una evolución del sistema que lleve al país a unas mayores cotas de libertad y democracia.

Franco muere el 20 de noviembre de 1975 y nadie del Gobierno informa del hecho a su sucesor

Franco muere el 20 de noviembre de 1975 y nadie del Gobierno, de su presidente para abajo, se toma la molestia de informar del hecho a su sucesor. Es el médico personal de Franco, el doctor Pozuelo, quien le transmite la noticia. Muerto Franco, el ya Rey hereda todos los poderes de su antecesor, lo cual significa que podría haberse convertido en una auténtica rara avis, en el representante de una monarquía absoluta del tipo de las que dejaron de existir en Europa en el siglo XIX. Pero el Rey no pretende eso sino todo lo contrario: pretende devolverle los poderes al pueblo. Pero como de momento es un Rey que en teoría gobierna, aunque su radio de acción está limitadísimo por los franquistas, que siguen ocupando todos los resortes del poder, sí interviene algo en la composición del nuevo Gobierno de Carlos Arias, a quien no ha tenido fuerza suficiente para poder sustituir.  Y logra incluir en el nuevo equipo a unos cuantos ministros, que que aportan un acento más liberalizador: José María de Areilza, Joaquín Garrigues Díaz Cañabate, Manuel Fraga (considerado un peligroso reformista por los ortodoxos del régimen) y un puñado de los "hombres del Rey" que le apoyaron cuando era Príncipe: Alfonso Osorio, Adolfo Suárez, o Leopoldo Calvo-Sotelo.

Este es el Gobierno que va a intentar hacer una reforma política que no llegará a término, entre otras coas porque su presidente Carlos Arias Navarro, es incapaz de dejar de sentirse el albacea de Franco lo cual e inhabilita para abordar un proceso de apertura política hacia la democratización del país. Pero mientras el Gobierno se debate entre sus propia contradicciones y cada ministro hace su política en la dirección que cada un cree más conveniente, el Rey vuelve a ponerse en contacto por vía interpuesta con Santiago Carrillo. Esta vez es Manuel de Prado y Colón de Carvajal quien acude, sin credenciales de ningún tipo a decirle al presidente rumano Nicolae Ceaucescu, por entonces muy apreciado en las cancillerías occidentales y amigo del líder comunista español, que transmita a éste un mensaje del Rey: "El Rey está decidido a devolver las libertades a su pueblo y sabe que esas libertades sólo pueden recuperarse para todos a través de un sistema democrático. El Rey está convencido de que la democracia en España sólo se puede construir con la integración y la ayuda de todas las tendencias políticas del país y se compromete a que las instituciones consideren la legalización de todos los partidos, incluido el suyo. No hay plazo, quizá un año o dos, pero el Rey pide que el señor Carrillo cese en sus ataques a la institución monárquica y en sus descalificaciones al proceso político que se va a poner en marcha". La operación es, de nuevo, muy arriesgada porque, de haberse conocido en ese momento, la frágil institución monárquica habría quedado pulverizada a manos de los franquistas que, no se olvide, seguían ocupando todos los grandes centros del poder de España.

"O liquidas a Arias  esto se acaba". Esto es lo que le dice a su hijo el Rey, su padre, Don Juan

"O liquidas a Arias  esto se acaba". Esto es lo que le dice a su hijo el Rey, su padre, Don Juan de Borbón. Y es que la necesidad urgente de prescindir del presidente del Gobierno se comenta ya entre los propios ministros, está presente en los medios de comunicación y es tema frecuente de conversación en el palacio de La Zarzuela entre el Rey y su mentor de juventud y ahora presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda, el único nombramiento que le ha sido posible hacer al Rey tras asumir la jefatura del Estado. Por eso en el mes de abril Dn Juan Carlos toma una decisión insólita: critica abiertamente a Carlos Arias Navarro en un artículo publicado por un periodista belga en la revista Newsweek en el que se recoge que el Rey de España considera que su presidente del Gobierno "es un desastre sin paliativos que se ha convertido en el abanderado de ese poderoso sector de franquismo llamado el bunker".  Pero Arias no se da por aludido y no presenta la dimisión.

El Rey hace en junio un viaje oficial a Estados Unidos y ante el Congreso y el Senado norteamericanos reunidos en sesión conjunta dice esto: "La Monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de distintas alternativas de gobierno según los deseos del pueblo libremente expresados". Ya sólo queda echar a Arias del Gobierno, cosa que sucede el 1 de julio de 1976. El día 3 el país se entera estupefacto de que el nuevo presidente del Gobierno es un segundón de la política, un tal Adolfo Suárez, hasta entonces ministro Secretario General del Movimiento que, además, compone un gobierno de segundones como él.  El desprecio y el desencanto es general pero el Rey preside el primer Consejo de Ministros de ese Gobierno y les dice: "Obrad sin miedo". Y así lo hacen. En el segundo semestre de 1976 la realidad política cambiará con  rapidez y estará dirigida a dos cosas esenciales: a lograr el acercamiento con las fuerzas de la oposición  democrática y a abrir defintivamente el camino de España hacia la democracia.

Nadie duda ni por un momento de que el Rey está detrás de todos y cada uno de los muchos movimientos que hace ese Gobierno y, en particular, del presidente Suárez, lo cual significa que un fracaso de Suárez y de sus ministros en su compromiso asumido públicamente de llevar al país a una democracia plena será también, y en la misma medida, un fracaso del Rey y de la Monarquía que él encarna. La apuesta es inmensa y nadie sabe si se va a poder ganar. Pero aquí el Rey sabe que se la juega a todo o nada.

En el mes de septiembre el presidente Suárez acude a la televisión para presentar la Ley para la Reforma Política elaborada por Torcuato Fernández Miranda. Esa ley es la llave destinada a abrir la puerta que da al camino a la democracia. Pero, de acuerdo con el propósito del Rey y de su Gobierno, toda modificación legal deberá hacerse por la vía de la reforma, "de la ley a la ley pasando por la ley" lo cual significa que, de acuerdo con el artículo 10 de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, la quinta Ley Fundamental del franquismo,  esa ley deberá ser aprobada primero por las Cortes franquistas y luego refrendada por el pueblo español.

Finalmente la Ley es aprobada por los procuradores de Franco y refrendada por los españoles. Eso supone un respaldo formidable a la vía reformista decidida por el Gobierno pero también supone un importante refuerzo a la Monarquía puesto que, dado que  el Rey es citado en varias ocasiones dentro del texto legal, la institución adquiere desde entonces un respaldo democrático que la fortalece de manera muy considerable.

El riesgo que corre el Rey, protegiendo y alentando en todo momento la actuación política de Adolfo Suárez, se pone especialmente de manifiesto en el período que va  desde el mes de febrero de 1977 a la Semana Santa de ese mismo año. Porque es en febrero cuando el presidente del Gobierno toma la decisión de entrevistarse en el más absoluto de los secretos con el secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo. La operación es extraordinariamente arriesgada no sólo porque el PCE es un partido ilegal sino, sobre todo,  porque ese partido es considerado por el franquismo el gran enemigo del régimen y de los altos mandos militares que, en su mayoría, habían luchado al lado de Franco durante la guerra cvil y que tenían muy a gala el haber "derrotado al comunismo internacional".  El Rey es de los muy pocos que están al tanto de lo que Suárez se propone hacer y es de los poquísimos que le apoya en esta peligrosa iniciativa. Don Juan Carlos sabe bien que si llega a saberse que el presidente del Gobierno celebra un encuentro clandestino con el líder de los comunistas españoles, el presidente y su Gobierno podrían no durar ni dos días y que ese "error" podría acabar arrastrando también a la Corona. Pero, a pesar de que conoce perfectamente los riesgos que esa acción comporta, el Rey respalda a su presidente. Él ya ha asumido ese riesgo en el pasado y sin ningún apoyo. Adolfo Suárez acudirá a esa entrevista con el suyo.

El país recibe estupefacto el 9 de abril la noticia de que el Gobierno acaba de legalizar al PC

El país recibe estupefacto el 9 de abril la noticia de que el Gobierno acaba de legalizar al Partido Comunista de España. Una extraordinaria indignación recorre imediatamente las salas de  armas de los cuarteles españoles  porque casi todos los generales que hicieron la guerra consideran una afrenta y una humillación que su bestia negra, el comunismo, a la que habían derrotado hace  37 años, se cuele de nuevo en España y encima por la puerta grande, de la mano de una decisión del Gobierno.  La consecuencia inmediata es que el ministro de Marina, el almirante Pita Da Veiga, presenta su dimisión y los otros dos ministros militares dudan si hacer lo mismo. Ningún almirante acepta sustituirle. Finalmente un almirante en la reserva asume el cargo. La situación política en España se convierte en explosiva. Pero lo que importa destacar aquí es que el Rey tuvo que emplearse muy a fondo esos días para calmar los encendidos ánimos de los altos mandos militares. Finalmente lo logra en buena medida a pesar de que el Consejo Superior del Ejército hace público un duro comunicado, que es la versión suavizada del comunicado original, en el que se afirma que  "La legalización del Partido Comunista ha producido una repulsa general en todas las unidades del Ejército"  y en el que se  recuerda al Gobierno que "El Ejército, unánimemente unido, considera obligación indeclinable defender la unidad de la Patria, su bandera, la integridad de las instituciones monárquicas y el buen nombre de las Fuerzas Armadas". Pero finalmente la actuación del Rey consigue que las aguas vuelvan poco a poco a su cauce.

El 77,1% del censo vota en 1977

El 15 de junio de 1977, cuyo 40 aniversario acabamos de conmemorar, es más que ninguna otra posterior una jornada de iniciación a la libertad y, por eso, es una auténtica fiesta para los españoles. El 77,1% del censo acude a las urnas. Es una participación masiva, especialmente en un pueblo que acaba de salir de cuatro décadas de inmovilización política. Y es un éxito de todos los españoles pero indudablemente lo es de quien, desde la jefatura del Estado y aún mucho antes de llegar a ella, tuvo el propósito decidido de devolver al pueblo en democracia los poderes que él había heredado de Franco.

El 22 de julio las flamantes Cortes democráticas celebran su primera sesión solemne y conjunta. En su discurso el Rey dice: "Este solemne acto de hoy tiene una significación histórica muy concreta: el reconocimiento de la soberanía del pueblo español [...] La democracia  ha comenzado pero saben perfectamente que falta mucho por hacer aunque se hayan conseguido en corto plazo metas que muchos se resistían a imaginar. Ahora hemos de tratar de consolidarla, [...] La Corona desea, y cree interpretar las aspiraciones de las Cortes, una Constitución que dé cabida a todas las peculiaridades de nuestro pueblo y que garantice sus derechos históricos y actuales".

Bien, hasta aquí el relato somero de la aportación del Rey Juan Carlos de Borbón al proceso de Transición a la democracia, cuya culminación queda apuntada en los dos últimos párrafos de este texto. No es él el único autor de lo conseguido pero nadie se atreverá a discutir que ha sido el autor principal y el promotor potentísimo de un proceso modélico. Esto y mucho más, que no procede contar aquí, es lo que tenemos que reconocerle y que agradecerle. Por todo ello, su ausencia en la ceremonia de conmemoración de lo conseguido hace 40 años dejó abierto un hueco infinito imposible de llenar.