Han pasado nueve meses desde que Pedro Sánchez ganara las primarias. En este periodo, el partido no ha consolidado su imagen como alternativa de gobierno, al tiempo que la inyección de optimismo que supuso esa victoria para los votantes socialistas se ha ido difuminando hasta derivar en apatía.

Sánchez parece todavía enfrascado en la lucha interna por el poder. A pesar de controlar férreamente la Ejecutiva y el Comité Federal, federaciones como Valencia, Castilla-La Mancha, Aragón y, sobre todo, Andalucía siguen siendo tierra hostil para el renacido secretario general.

El último Comité Federal aprobó un reglamento de estatutos de 150 páginas milimétricamente estudiado para que no se vuelva a producir un golpe desde dentro como el que le derribó en octubre de 2016. Sánchez se ha blindado frente al poder territorial dando a las bases una capacidad de decisión que antes no tenían: fueron las bases las que le devolvieron al poder contra todo pronóstico en su enfrentamiento con Susana Díaz.

Hacia fuera, la sensación es que el PSOE ha perdido punch, capacidad para marcar la agenda política. En un momento marcado por Cataluña, Sánchez ha reducido su mensaje al apoyo que ha dado al gobierno en la aplicación del artículo 155. Pero, mientras que Ciudadanos ha sabido capitalizar su posición en favor de la unidad de España, el PSC no ha rentabilizado el batacazo electoral de En Comú Podem.

Al secretario general socialista le incomoda el debate de Cataluña, casi le molesta. De hecho, en el Comité Federal del pasado sábado ni siquiera abordó el asunto, que es el principal problema político de España en estos momentos.

En lugar de pelear por el centro izquierda, Sánchez sigue pensando que su caladero de votos está en los desencantados de Podemos

Mientras que el PP sigue cayendo en los sondeos y Podemos no levanta cabeza, el PSOE permanece estancado en intención de voto en el entorno de un modesto 20%. Hasta tal punto se le percibe como irrelevante, que el secretario general del grupo parlamentario de Ciudadanos, Miguel Gutiérrez, ha reclamado para su partido el papel de "líder de la oposición". Aunque las encuestas digan lo contrario, hoy por hoy, el PSOE tiene 85 escaños mientras que el partido de Rivera sólo cuenta con 32.

Sin duda, estar fuera del Congreso está haciendo mucho daño a Sánchez. Pero esa falta de foco tampoco la está compensando con una presencia mediática regular. Y cuando aparece lo hace sin convicción, repitiendo mecánicamente eslóganes y lugares comunes.

Pero, en su círculo íntimo nadie parece darse cuenta de ello. El líder del PSOE vive parcialmente bunkerizado en Ferraz, rodeado de un pequeño grupo de fieles: Adriana Lastra, José Luis Ábalos, Cristina NarbonaJuanma Serrano, Maritcha Ruiz...

En Ferraz se tiene el complejo de vivir en El Álamo, con la sensación de que los medios de comunicación maltratan al partido y a su líder. Incluso se deslizan algunas teorías conspiratorias sobre el apoyo que recibe Rivera en periódicos, radios y televisiones. El diario El País, histórico medio de referencia para los socialistas, se ha convertido en el enemigo que sólo busca azuzar las rencillas internas.

El líder del PSOE se ha bunkerizado y lo peor es que muchos de los que le apoyaron han perdido la ilusión y el empuje con el que le ayudaron a recuperar el poder en mayo de 2017

Parece innegable que el PSOE ha perdido sex appeal. Sus alternativas no llegan a la gente, que percibe al viejo gran partido como una organización dubitativa, que no sabe dónde quiere ir. En lugar de pelear por el centro izquierda, Sánchez sigue pensando que su caladero de votos está en los desencantados de Podemos. Sin embargo, esa táctica de arrimarse a los postulados clásicos de la izquierda para robarle clientela a Pablo Iglesias se está demostrando un fracaso. Los propios estudios demoscópicos que maneja Ferraz demuestran que los jóvenes que dejan de votar a Podemos se marchan a la abstención, no al Partido Socialista. Mientras tanto, Ciudadanos se come, sin prisas, pero sin pausa, el voto de centro.

Ha habido falta de reflejos, tanto en la defensa de las mujeres en el debate de la brecha salarial como en la batalla por unas pensiones dignas. El PSOE parece que va a remolque de los acontecimientos.

La situación del grupo parlamentario no ayuda al partido a dar esa imagen de máquina implacable contra los errores del gobierno que le convirtió en indudable alternativa durante decenios. Margarita Robles hace lo que puede ante un bloque parlamentario que quedó dividido tras la defenestración de Sánchez y que no ha logrado aún recuperarse de aquel cisma.

Hablo con dirigentes que lucharon para que el secretario general recuperase el liderazgo del partido y encuentro coincidencia en los calificativos: "apatía", "desilusión", "falta de proyecto", "débil organización", "ensimismamiento". Eso es lo peor para Sánchez: ya no se trata del susanismo, sino de la gente que le aupó al poder la que le reclama una actitud más decidida, claridad de ideas y, sobre todo, liderazgo.

A sólo quince meses de las elecciones municipales y autonómicas, el PSOE vive una crisis de identidad que le puede hacer perder incluso la segunda plaza como partido más votado. Y si eso llegara a suceder en mayo de 2019 Sánchez no tendría más remedio que plantearse su continuidad. La vida nunca da una tercera oportunidad.