Montoro con su mejor cara de dentista vampiro. Rajoy diciendo que llamará la semana que viene como todo buen hijo ocupado. Pedro Sánchez como el nieto zangolotino que viene a la hora del chocolate. Pablo Iglesias fantaseando y acomunando ya repúblicas y Shangri-Las de ancianos sabios, guerreros y hermosos como dioses nórdicos. Albert Rivera jugando al camelo del amor sincero, de la verdad, dejando de tratar a sus mayores como niños dados la vuelta por el pañal y devolviéndoles la auténtica dignidad, quizá un poco de la propia juventud encerada de Rivera, entre el bróker y la primera comunión. Algo tienen que hacer. Ellos y hasta algunos periodistas, que han visto que les luce mucho la melena o la bufanda (o la melena bufanda) retratando a los viejos como ese noble y poderoso ejército de terracota del desagravio y la revancha, un ejército levantado para echar a bastonazos y lechugazos a los corruptos y los ladrones, a los que tienen huevos en Suiza, bigotes remojados en la Gürtel, risas con los bancos, sobres con doble fondo y pensiones vitalicias por estar mirando el dinero como un pollo dorándose.

Algo tienen que hacer los partidos y los plumillas. No ante las pensiones, claro, que es algo muy complicado. Eso no lo sabe ni lo quiere resolver nadie. Habría que mover desde la manera en que la gente desayuna hasta la macroeconomía, que es como un dirigible de piedra (y están Rajoy y Arriola para mover piedra). Aunque sobre todo lo del desayuno es muy delicado. Pero las pensiones, cambiar de modelo económico, recaudatorio, de distribución, eso que no va a salir hasta el telediario de dentro de cien años, si sale, no le interesa a nadie. Algo hay que hacer, claro. Pero no con las pensiones, sino con los pensionistas, que están en la calle como zombis sin dientes.

Pues a lo mejor los mata esta demagogia de la petanca contra el capital o de la limosnita contra el buen gobierno de lo público

Para Montoro, hay que hacer una rebaja fiscal, que es lo único que se le ocurre cuando se pone tierno (y más siniestro aún). Al pensionista que cobra 500 euros no le sirve para nada, claro, pero la palabra rebaja ya abriga como un jersey de madre. Para otros, simplemente hay que subirlas. ¿Cómo? Pues sacándoselo a los bancos y a los ricos, directamente, como quitándole el reloj de oro a ese rico gordo y con chistera que sale en las viñetas, en el Monopoly y en las dianas de las fiestuquis de la izquierda. La izquierda se cree que todo el dinero lo tienen los bancos y los ricos, en unas como bóvedas de Tío Gilito, muy física y pesadamente. Pero los bancos tienen un dinero que no es suyo, sino nuestro; y ricos, en realidad, no hay tantos para todos los pobres. Están los que piden sensatez sin hacer cuentas y los que piden solidaridad sin hacerlas tampoco. Las cuentas, en general, son muy poco españolas. Es mejor la garrota o el caramelito.

Algo hay que hacer, a ver. Se acercan ejércitos de tacatacas bombarderos, carritos de la compra como catapultas de puerros, abuelas de Caperucita con guisos de carne sin carne, luchadores de sopa de cebolla y sabañón de posguerra (luchadores de cuando se luchaba), héroes que han cuidado a hijos como a soldados, todos los que salen en La Sexta contando que con 400 euros tienen que dar de comer a sus chavales en paro y a sus churumbeles hambrientos como los de El Piyayo, los que deben elegir entre guisar y ducharse. Toda esa provisión de croquetas de sobras, lucha, dignidad, trabajo, sacrificio, miseria y bravura que acaparan, no sabemos muy bien, los pensionistas, pero no los trabajadores. ¿Qué pasa con los trabajadores y parados de ahora, sin la ternura briosa de la Superabuela?

Como en aquello de Chicho Ibáñez Serrador, ¿quién puede matar a un jubilado? Pues a lo mejor los mata esta demagogia de la petanca contra el capital o de la limosnita contra el buen gobierno de lo público. Y, de camino, también nos matará a los demás, que ni siquiera venimos amenazando con una prótesis de cadera, como un Terminator que da de comer a las palomas.