Durante mucho tiempo pensé que mi padre siempre había sido eso, mi padre. Y a veces se me sigue olvidando que antes de nosotros, de mi madre, de mi hermano y de mí, vivió 24 años siendo otra persona.

El artículo de la edición digital de ayer de El País sobre por qué no recordamos el contenido de los libros, pero sí qué estamos haciendo o dónde mientras los leemos, me recordó la primera vez que descubrí su otra vida. Tendría como 12 años y me dejó un libro, en la primera página ponía una fecha -que ahora no recuerdo- y una anotación: “Regalo de Marian”. Ahí se quedó. Con esa edad cualquier tema relacionado con tus padres te parece aburrido.

Pero unos años más tarde me encontré el mismo nombre en otro libro. ¿Quién era Marian y por qué le regalaba libros a mi padre? ¿Lo sabía mi madre? Entonces empecé a pedirle más y más, y en muchos de ellos volvía a aparecer ella como protagonista. Además, en otros tantos la letra estaba escrita como cuando coges el bolígrafo con la otra mano.

Le regalaba libros cada mes, y lo hizo durante años

Estuve varios días revisando las primeras páginas de todos los libros de su biblioteca y descubrí que quiso a Marian y que ella aún le quiso más. Le regalaba uno cada mes, y lo hizo durante años. Antes de irse de vacaciones, cuando iba a verla a la residencia donde ella vivía en Madrid y en cada fecha importante. Todo apuntado por mi padre en cada primera página e incluso dedicados por ella. 

También me di cuenta de que las anotaciones con esa letra casi ilegible eran todas de un periodo determinado y que durante aquella época los regalos venían de más personas. Estaban sus amigos, sus padres y sus hermanos. Resulta que mi padre había tenido un accidente y se había quedado con el brazo izquierdo inmóvil (es zurdo), además de las dos piernas rotas. Tardó más de 8 meses en recuperarse y se los pasó leyendo.

Su nombre no está en ningún libro desde 1986

Así, por fin, me enteré de que la cicatriz enorme que le iba desde el hombro hasta el codo no era, como él llevaba años asegurando, del mordisco de un tiburón blanco, sino de un accidente de moto. También, indagando más con mi abuela sobre la historia, supe que Marian y él lo dejaron poco tiempo antes de que conociese a mi madre. Su nombre no está en ningún libro desde 1986. Sin embargo, el de mi madre, el mi hermano y el mío no han desaparecido de esas primeras páginas desde entonces.

Mi padre pide libros en todos su cumpleaños, en Navidad y en el Día del Padre e intenta no deshacerse de ninguno. Para él, olvidarse del contenido de una novela, de una biografía o de alguna batalla que cuentan esos volúmenes históricos que le encantan es la mejor forma de recordar todo lo demás.