Comerse un guardia civil andaluz, un civil de Morena clara, con bigote de charol, capote de ballenero y tricornio de concha de mejillón, tiene que ser peor que comerse aquella bota que se comía Chaplin en La quimera del oro. Aunque el hambre del indepe es profunda y poco exquisita. Se traga un procés que era un farol, un presidente que es una folclórica, una república que es un botellón y una supuesta cruzada democrática que es una larga y tibia noche de cristales rotos y cuchillos largos. Se podrían tragar un acerico, no sólo un guardia civil asado como un venado con impermeable. Los indepes son como faquires de las cuchillas, los plásticos y los trapos.

Igual que aquella bota de Chaplin era en realidad de regaliz, resulta que “guardia civil” es una manera más o menos tradicional de llamar al arenque salado. No sé si una manera de pescadero gracioso o malaje, pero desde luego una manera aprovechable o vistosa para el restaurante leridano Nova Font Blanca, que lo ponía a la brasa de carbón, con lo que el guardia civil quedaba ajusticiado y purificado como por un auto de fe. El guardia civil que es un arenque, el arenque que es una bruja, y la bruja que puedes comerte recién tiznada por la venganza, esa obscena venganza del puritano. Eso sí que es cocina artística, no esas canicas emplatadas que te ponen por ahí, en esos restaurantes que parecen acuarios de LSD.

Decir “guardia civil andaluz” en vez de “arenque de Huelva” no parece inocente

Cuando todo es comestible, cuando todo es carne en la picadora, cuando uno se puede comer al vecino argumentando que va provocando igual que un pavo de Carpanta, decir “guardia civil andaluz” en vez de “arenque de Huelva” no parece inocente, sino una manera más de llamar a esa hambre de gente viva y esa salud de muertos de palo tan del secesionismo catalán. Si el arenque estuviera solo en la carta, ahí como de imaginaria, todavía. Pero si lo acompañan “manos de jueces y fiscales del Constitucional” ya no es tan fácil tragarse la acepción culinaria, aunque uno se pueda imaginar a esos jueces y fiscales así como peces globo con huevo hilado.

Hay muchas maneras de cocinar a las bestias españolas, ésas que Torra nos descubrió con su cara blanquísima y sudorosa de food porn. Hay escraches en su salsa, acoso con acompañamiento de cubos de mierda, emulsiones de ciudadano expulsado de la sociedad, papillote de parlamento al gusto, picadillo de juez hostigado y otras muchas que se me ocurrirían si yo tuviera idea de cocina y la mente a la vez caníbal y faquir del indepe, que fantasea con asar gente pero que se alimenta de goma. Hay muchas maneras, ya digo, cuando hay ganas de convertir personas en animales y de comerte al enemigo o al tótem, viejo y salvaje ritual, como un malo de Indiana Jones. Y muchas más cuando tenemos un Gobierno al que todo esto le parece una explosión de libertad y creatividad, como cuando se metió el nitrógeno líquido en las cocinas para hacer croquetas espaciales. Una croqueta de pollo esférico, o un agujero en el Estado de Derecho que permite un Far West en Cataluña, vienen a ser lo mismo para este Sánchez que ha llegado para arreglar España acabando con el filete empanado del 78, esa cosa españolista y facha.

Los guardias civiles se los comen desabrochándolos como carabineros que son, los jueces y los fiscales se los imaginan con manzana en la boca y su sabor a castaña, y hasta las sogas pueden ser inocentes espaguetis. Habrán visto ese anuncio en una parada de autobús barcelonesa, con el lazo amarillo convertido en horca (siempre lo fue) y una de esas frases de calavera que tiene Shakespeare, ésta concretamente de Enrique IV: “Si vivimos, vivimos para pisar las cabezas de los reyes”. Algunas traducciones dicen “hollar cabezas”, aunque el original dice solamente “tread on kings”, o sea “pisar reyes”. Pero no se trata ni de la traducción, ni de la historia ni de la intención, sólo del sabor crujiente que tiene esa cabeza pisoteada, un poco como los lomos de quitina asados de guardia civil.

No se trata de cocina ni de literatura, sino del hambre que da la carencia sentimental

Esa frase la pronuncia Henry Percy ‘Hotspur’, que no era republicano ni mucho menos, sino un ambicioso noble que, como su padre, apoyaba o traicionaba a reyes (a veces el mismo rey, en este caso) según le convenía. El personaje de Shakespeare sólo alardea de quitar y poner gobernantes con su espada, así que la cita está más cerca de Puigdemont pisando las propias cabezas indepes que de una referencia republicanista contra Felipe VI. Pero ellos ya tienen bastante con poner a Shakespeare en algún sitio, sin saber que hacen su propia burla con gran autoridad literaria e histórica. No se trata de cocina ni de literatura, sino del hambre que da la carencia sentimental.
Colocan en su carta a guardias civiles, a jueces, a cualquier bestia jamona españolista. Pero el secesionismo no lucha contra el Estado, como fanfarroneó Torra, simplemente poniéndose bigotes de guardia civil con el dedo y cantando aquello de echarle guindas al pavo cuando cocinan a un españolito en efigie. No sólo vemos las persecuciones, sino que olemos la parrilla que ya
andan preparando entre la negociación, el despiste, la amenaza y el ajo picado.Ojalá su libro de cocina fuera imaginario como su república. O como el Gobierno de Sánchez. Pero no lo es.