Mira que es difícil que el Vaticano, la diplomacia más refinada del mundo, se arriesgue a desmentir a un representante de un gobierno, cualquiera que sea éste.  Pero lo acaba de hacer en unos términos de una contundencia inusitada, además: "...en ningún momento [el cardenal Parolin] se pronunció sobre el lugar de la inhumación" de Franco. Para que la Santa Sede se decida a emplear esta expresión tan rotunda y tan alejada de los usos diplomáticos, en ningún momento, que supone un desmentido en toda la cara, ha tenido que sentirse extraordinariamente irritada ante la audacia de la vicepresidenta del Gobierno español que, recién llegada de su encuentro con el secretario de Estado vaticano, se apresuró a sugerir a los periodistas que el cardenal Parolin estaba de acuerdo en impedir que Franco fuera enterrado en la catedral de la Almudena.

Y que eso no fue así lo demuestra el tono cortante e indiscutible empleado por Greg Burke, director de la oficina de prensa de la Santa Sede.  La vicepresidenta se ha pegado un patinazo de los que hacen época y ha conseguido enfadar a quien era un interlocutor esencial para lograr sus propósitos y poder eludir sus errores porque, improvisando como siempre, este Gobierno no calibró, como era su obligación, las consecuencias y las derivadas de su decisión apresurada de sacar a Franco del Valle de los Caídos sin tener resuelta una cuestión que es tan decisiva como la de la exhumación: su inhumación posterior. Y no será porque no estuviera advertido por tres de los expertos que ya en tiempos de Zapatero estudiaron el posible traslado de lo restos de Franco de Cuelgamuros: que no lo hicieran hasta no haber cerrado un acuerdo con la familia de Franco y, por supuesto, también con la Iglesia.

Y es que sin la colaboración de la Iglesia y sin su disposición a intentar convencer a los nietos del general de que no lleven los restos de su abuelo a  la Almudena, donde tienen una cripta de su propiedad de por vida y donde está enterrada su madre e hija del dictador, Carmen Franco, el Gobierno no puede hacer absolutamente nada. Y una de las cosas que no puede hacer es perseguir a la familia Franco por los cementerios de España para impedir que la tumba del general sea objeto de homenajes porque esa es una estricta responsabilidad del Gobierno, no de la familia. El argumento de Carmen Calvo, según la cual lo que está haciendo al intentar evitar que el cuerpo del dictador acabe en la Plaza de Oriente -donde se celebraron los últimos fastos del régimen franquista- es cumplir el mandato de la ley, es una excusa que no se sostiene.

La vicepresidenta se ha pegado un patinazo de los que hacen época y ha conseguido enfadar a quien era un interlocutor esencial para lograr sus propósitos

Que se produzcan homenajes a la memoria del dictador es algo que tendrá que impedir el Gobierno si ése es su compromiso pero no es una responsabilidad de su familia, que tiene todo el derecho de dar uso a la cripta de su propiedad. No puede el Ejecutivo ahuyentar sus temores políticos interfiriendo en una decisión que compete en exclusiva a sus nietos y a la Iglesia católica. Si no quiere homenajes, que tampoco se sabe si van a tener lugar porque no lo han tenido habitualmente durante estos años pasados, que los impida pero no a base de intentar encontrar un lugar inaccesible para volver a enterrar a Franco.

¿O es que piensa el Gobierno que colocando los restos del general  en el cementerio de El Pardo las visitas que tanto teme no se van a producir, como se han producido últimamente y como reacción precisamente al anuncio de exhumación, las largas colas para visitar el Valle de los Caídos?  Da la impresión de que lo que no quiere es que se vean y, naturalmente, en la Plaza de Oriente se verían muchísimo. Así que por descuidado, por irreflexivo, por poco previsor, lo que le está pasando a este Gobierno es que ha acabado haciendo un pan con unas tortas.

Porque el Ejecutivo ha actuado con una precipitación incompatible con su responsabilidad, hasta el punto de que el pasado mes de julio Pedro Sánchez abrió comparecencia ante el Congreso para dar cuenta de su programa de gobierno y lo primero que dijo es que estaba decidido y se comprometía a trasladar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Fue un anuncio que no tenía nada de tal porque el Gobierno llevaba con este asunto desde el primer momento de su constitución pero a estas alturas sigue sin estar nada claro que puedan encontrar la vía para llevar a cabo su propósito hasta terminar la operación, es decir, hasta volver a enterrar a Franco.

Y lo que ha hecho Carmen Calvo en su afán de salir del cepo en el que el Gobierno se ha metido él solito ha sido meter la pata hasta el corvejón y provocar  algo tan insólito como un desmentido radical por parte del Vaticano. Ahí es nada. Y, no contenta con haberse equivocado una vez, la vicepresidenta, que ha demostrado que no se arredra ante nada, se ha permitido además encararse con Parolin y desmentirle a su vez. Eso es lo nunca visto.

En sus declaraciones ayer noche a la cadena SER la señora Calvo intentó pasarle la pelota a la Iglesia española. Otro error de bulto porque el problema y los temores los tiene el Gobierno, no los obispos que, de si algo no tienen que hacerse cargo es de asumir el orden público en los alrededores de sus templos. Eso ha sido siempre cosa de la Policía. Pero si hay manifestaciones de exaltación a Franco, como teme la vicepresidenta, será en todo caso como reacción a una política del señor Sánchez que ha intentado desde el comienzo hacer de este asunto una cuestión a la que sacar réditos electorales. Y le está saliendo mal el cálculo.

Es evidente  por otra parte que la vicepresidenta no ha recibido ni siquiera un mínimo barniz de los usos habituales de la diplomacia en los países civilizados y se ha comportado como si estuviera respondiendo a la oposición en una sesión de control  en el Congreso de los Diputados. Pero resulta que estaba tratando cuestiones muy delicadas con el representante de la diplomacia más vieja del mundo al que pretendía arrancarle algunos acuerdos en el que el Gobierno tiene mucho interés pero el Vaticano ninguno, pero ninguno en absoluto.

Estamos hablando de cobrar el IBI a los edificios de la Iglesia católica donde no se celebre culto, de las propiedades sobre las que la Iglesia ha cerrado su inmatriculación en los últimos años y, finalmente, de cómo la Iglesia puede ayudar a un Gobierno que, con su salida de guatemala se ha metido en guatepeor. Como se comprende con la enumeración de asuntos que han llevado a la vicepresidenta a Roma, el Vaticano tiene nulo interés en ayudar al Gobierno a que le meta una y otra vez el dedo en los ojos a la Iglesia española.

Y tampoco tiene ningunas ganas de formar parte en un enfrentamiento entre el Ejecutivo español y los nietos de Franco que, como dijo algún obispo cuando se empezó a conocer la intención de la familia de inhumar de nuevo a su abuelo en la cripta de la catedral de La Almudena, era católico y estaba bautizado, con lo que la Iglesia no podría rechazar sus restos.

Esperemos que el Gobierno de Pedro Sánchez no vuelva a cometer más torpezas y no persista en desmentir al secretario de Estado de la Santa Sede. Al contrario, que se esfuerce en soslayar lo antes posible la magna estupidez cometida que no hace sino complicarle aún más las cosas. Pero lo que ha quedado claro es que el Vaticano está muy de acuerdo, cómo no, en que la vicepresidenta llegue a un acuerdo con la familia del difunto. Y en nada más. Buenos son los curas para que les lleven a donde no quieren ir.

Así que, si asumimos el lenguaje del talante exhibido en Madrid por la señora Calvo, podríamos traducir que lo que le ha dicho Su Eminencia Reverendísima cardenal Parolin ha sido esto: "Oye, pues convence a los nietos o montatelo como puedas, pero a mí no me líes".

En fin, es un problema en el que ha mancato ogni elemento di finezza , lo cual le puede complicar todavía más las cosas a este Gobierno tan atrevido y tan poco, tan poquísimo diplomático.