Susana Díaz aspiró a convertirse en líder nacional del PSOE, pero tuvo que conformarse con gobernar Andalucía. Hace tan sólo un año y medio de las primarias en las que partía como clara favorita frente al que ella misma defenestró de la secretaría general, el hoy presidente Pedro Sánchez. Díaz no tuvo empacho en pedirle ayuda al ex presidente de Telefónica (César Alierta) para que le echara una mano con los medios (El País, El Mundo, etc.) en los que pudiera tener cierta influencia para que la apoyaran frente a su oponente,  que no contaba con las simpatías de los presidente del Ibex, y a los que ella frecuentaba tanto en Madrid como en el Palacio de San Telmo.

Aunque Díaz perdió con claridad frente a Sánchez (59.041 votos contra 72.223), sin embargo barrió en Andalucía, donde dobló en votos al ganador de las primarias (25.000 votos frente a 12.500). Con ello quedó demostrado que la presidenta de la Junta de Andalucía controla a la perfección el aparato del PSOE andaluz, seguramente la maquinaria electoral mejor engrasada de España.

La augurada victoria de Díaz en Andalucía en las elecciones del próximo domingo no será, por tanto, ninguna sorpresa, sino la consecuencia del cualificado manejo de un instrumento de poder que, de hecho, es el motor económico de la región: el gobierno de la Junta de Andalucía.

La mayoría de los sondeos le otorgan en torno al 32% de los votos (entre 38 y 40 escaños), suficiente para ganar,  sí, pero muy lejos del 51,7% que logró en 2004 Manuel Chaves, o del histórico 62% de los votos que obtuvo el incombustible Chaves (que fue seis veces candidato socialista a la Junta) en los comicios de 1990.

Díaz, por tanto, logrará un resultado discreto, aunque gane, bajando el porcentaje que ella misma obtuvo en 2015 (35,2%) y tendrá que hacer equilibrios para gobernar: podría hacerlo con Ciudadanos, pero tanto Juan Marín, como Albert Rivera han rechazado tal posibilidad; o bien, con Adelante Andalucía, pero Teresa Rodríguez se lo hará pasar muy mal ante de darle su visto bueno, si es que hace de tripas corazón.

Díaz siempre mira de reojo lo que ocurre en la política nacional, esperando que un tropiezo de Sánchez le proporcione una segunda oportunidad

Resulta sorprendente, cuando menos, que una persona que ha intentado dar el salto a la política nacional hace tan poco tiempo (ahora podría estar instalada en la Moncloa si Sánchez no le hubiera echado a perder sus planes), hable de Andalucía como si ella fuera la única con legitimidad para reclamar su nombre. La identificación de lo andaluz con el PSOE es algo que la presidenta andaluza ha explotado hasta la nausea. No sólo en los repetitivos discursos de sus mítines, sino en su atuendo (siempre al color verde o el blanco están presentes), o en la manera en la que pone en duda el andalucismo de sus contrincantes políticos. Para Díaz sólo existe un andaluz auténtico: el que vota al PSOE. Los que votan a la derecha, o bien defienden a los señoritos o no piensan en los andaluces. Esta semana, en el apretón final de la campaña, ha insistido en reclamar el voto "para que Andalucía siga avanzando y nadie frene su crecimiento". Dado que, según los sondeos, dos tercios de los electores no la van a votar debería reconsiderar su tesis: ¿dónde sitúa a esa inmensa mayoría de andaluces que no votarán por ella? Por no hablar de los que lo harán por Vox, que, según el ADN del andaluz auténtico (según el cual amar a Andalucía te lleva a votar al PSOE), deben provenir de Marte, aunque hayan nacido en Triana.

No está Díaz para presumir de gestión: Andalucía sigue siendo la comunidad con mayor nivel de paro de España (22,85%, el doble que Madrid), y su renta per cápita está a la cola del pelotón (18.470 euros), sólo por delante de Melilla y Extremadura. Pero maneja con soltura el fantasma de la derecha y los recortes, como advirtiendo de que un gobierno del PP o de Ciudadanos todavía sería peor para Andalucía. Aunque ella ha insistido en varias ocasiones en que "los andaluces tenemos memoria", debe referirse a una memoria lejana, histórica, como para identificar a la derecha con la carnicería Málaga de Arias Navarro o algo por el estilo.  La única memoria reciente de los andaluces no puede ser otra que la del PSOE acantonado en la Junta sin solución de continuidad, ya que, desde que murió Franco, nadie más que el PSOE ha gobernado en esa tierra. La memoria reciente parece flaquear: el juicio de los ERE, uno de los grandes escándalos de corrupción de la democracia, apenas si ha pasado factura al PSOE, cuya caída en expectativa de voto tiene más que ver con el desgaste de materiales que con el hartazgo ciudadano por una forma de administrar los fondos públicos propia de Rinconete y Cortadillo.

La sentencia del juicio de los ERE no se conocerá probablemente hasta finales de marzo o principios de abril y Susana quiere que la posible condena a Chaves y a Griñán no la pillen en plena negociación para formar su gobierno. Su problema es que, a partir del 2-D, ella ya no manejará los tiempos. Su íntima enemiga, la líder de Adelante Andalucía, la tendrá en sus manos y querrá hacerle pagar ninguneos y desplantes pasados.

La candidata del PSOE se juega mucho en estas elecciones, en las que ganar no será suficiente. Un buen resultado, acercarse a los 47 escaños que obtuvo en 2015, no le facilitaría las cosas para formar gobierno, pero le daría un plus de legitimitad política para futuras aventuras. La presidenta de la Junta de Andalucía siempre mirará de reojo lo que ocurra a nivel nacional, no sólo porque íntimamente mantiene sus aspiraciones, sino también porque su química con Sánchez no ha mejorado nada en absoluto, como le ha demostrado no dándoles opciones a sus seguidores en el núcleo duro del poder del PSOE-A.

Mientras le llega (si es que eso ocurre) su segunda oportunidad para asentar sus reales en Ferraz y optar a gobernar España, Susana Díaz se tiene que conformar con seguir en Andalucía, su feudo, el reducto de una forma de entender el poder que entronca con el más rancio caciquismo.