Hay un sitio en el que está el colchón de Rajoy, incluso su gorro de dormir como el de Mr. Scrooge o el del Pato Donald; ese colchón en su cementerio automovilístico de somieres, con toda la chatarra somnolienta de Rajoy y de España, con el arriolismo saltado como un muelle, haciendo la hoguera de San Juan de los trastos de la Gürtel que prendió Sánchez para inaugurar su era; el colchón simbólico y duchampiano haciendo también la escultura modernita que es Sánchez. Hay un sitio en el que San Juan de la Cruz y Fray Luis de León son como Ortega y Gasset, siameses intercambiables, dioscuros borrosos o idénticos de esa intelectualidad española siempre escasita, que son un café, que son cuatro, cuatro que uno acaba confundiendo.

Hay un sitio en el que Einstein dice las cosas que dice Hemingway, y Hemingway quizá las que dice Churchill, y todos las que dice Wilde, que todas las citas son iguales cuando se ven en un sobre de azúcar. Hay un sitio en el que Sánchez, personalmente, salva a 600 ahogados, con su túnica húmeda y plisada de Noé de calendario o de monje barométrico. Hay un sitio en el que el Rey Felipe le pone a Sánchez un zapato de cristal, mientras canta la vajilla como un coro de iglesia, y los dos se reconocen en la tarea del héroe, mirándose con su mirada de constelaciones vivas, de dioses olímpicos. Hay un sitio en el que pasa esto, y es en la cabeza de Sánchez, la cabeza que ha gobernado España, que la está gobernando, que puede volver a gobernarla.

El colchón de Rajoy, en realidad, ya se donó a una ONG, porque ni eso, ni la cama de las pesadillas de La Moncloa, ni las toallas del sudor del gobernante, se quedan allí para que el siguiente presidente se sienta como en un hotel de cuernos. No tiene que llegar Sánchez, manchado de pintura, con camiseta de Naranjito y pizza fría, a cambiar nada, como si fuera el episodio piloto de una serie americana. Esto en sí no tiene mucha importancia. Sánchez, o Irene Lozano, o los maestros pasteleros de las editoriales, querían empezar el libro con un chiste, y el colchón de pulgas ideológicas de Rajoy sacado o desinfectado por Sánchez les parecía un comienzo a la vez político e íntimo. Tampoco es tan importante equivocarse en una cita o dos, porque ya nadie coge la cita de un libro que ha leído, sino de un meme o de una taza de regalo. Tampoco Suárez leía, y la verdad es que, entre nuestros presidentes, sólo Calvo Sotelo ha sido intelectual de los de libro de cuero y piano macizo. Todo esto es simpático, como digo, pero lo que cobra importancia en Sánchez es ver a un gobernante secuestrado por sus fantasías infantiles.

El libro de Sánchez es humillante. Como el dormitorio de un adolescente, con sus espinillas y sus jugos.

El libro de Sánchez es humillante. Humillante como el dormitorio de un adolescente, con sus espinillas y sus jugos. Lo que ocurre es que la íntima vergüenza de un adolescente no suele buscar la publicidad ni el aplauso, pero Sánchez sí lo hace. Para que el ego, el narcisismo, sea capaz de superar esa zurrapa de calzoncillo de la mente juvenil, tienen que intervenir otras fuerzas psicológicas que yo no me atrevo a calibrar. Todo lo que le hemos visto a Sánchez de pisaverde, de galán de sala de fiestas, de pobretón harto de pan, de rapero de la política, ha culminado en este libro que es un grito estremecedor y mórbido. El friki que se dibuja en cómics como héroe cósmico o cíborg del amor no exhibe su ego sino sus carencias y sus inseguridades. Ese cómic se guarda en el cajón con el porno, pero no se edita en un libro con fiesta de botadura. Sánchez es como el protagonista de la serie Vergüenza. Lo que nos saca de quicio de ese personaje es su incapacidad para darse cuenta de la vergüenza ajena que produce.

El héroe cósmico, el cíborg del amor, el que se disfraza de detective en su cuarto de baño, de aviador en los ascensores y de man in black por Times Square; el que es capaz de relatar esa escena digna de Maxwell Smart o de Clouseau en la que un taxista lo reconoce a pesar de llevar gafas de sol; el que se hace una telenovela igual con el Rey que con sus peleas de partido, no es un púber que le está escribiendo a su querido diario, es un presidente del Gobierno. Sánchez, todo percha, todo cartón como su libro tetra brick, no sólo ha demostrado que puede empeñar el país para seguir yendo de zapaterías, sino que su mente adolescente carece siquiera de ese último freno que es el pudor. Y esa mente del adolescente desencadenado resulta que dirige un país.

La presentación de su libro será el primer acto de campaña. Él no ve vergüenza, sino promoción. Él se mira en el mundo como en el espejo de un anuncio de desodorante, pero lo malo es que mira la gobernanza de la misma manera. Este libro de cocinero televisivo con negro, su prosa infantil, su estilo casi de WhatsApp, sus meteduras de pata, su autoerotismo… Pero lo que hay que pensar es que el sitio en el que está esa colchonería de mentiras, toda esa polución indecente de fantasías y delirios, es la cabeza que nos gobierna.