A Pedro Sánchez le escriben desde la cárcel los presos indepes, como novios canallas. Desde la cárcel, ya se sabe, salen cartas de enamorado, cartas de quinto, cartas de bandolero, cartas de tísico y cartas de poeta de la cebolla. Quizá los presos del JxCat siguen teniendo en Sánchez a su madre o a su choni o a su abogado chungo. O, simplemente, es que la cárcel da sobre todo para eso, para escribir cervantinamente o para criar gusanos de seda. Junqueras, sin ir más lejos, ha escrito un libro de relatos, Cuentos desde la prisión, que la Generalitat ha recomendado inmediatamente a sus escolares. Es posible que también se lo haya recomendado a Pedro Sánchez. Yo diría que, sobre todo, ése es un libro para Sánchez.

Nada hay más puro y más elevado que la literatura y la política que salen de la cárcel, pensarán. El libro con lágrimas de desconchones y lunas enrejadas de Junqueras pasa directamente a colocarse al lado de El guardián entre el centeno y de TV3 en la historia de la cultura universal. Y la cárcel se convierte en santuario de la buena gobernanza. Recuerden cuando Iglesias se fue al trullo, como el primo de un rumbero, a negociar la paz o la boda o el negocio de caballos con Pedro Sánchez. Y hace poco, Jordi Sánchez invitó a Cayetana Álvarez de Toledo a debatir también en el talego, como si quisiera hacer algo de Jesús Quintero. Quieren hacer en la prisión su carcelera flamenca, su horca literaria, su matar a un ruiseñor. Sánchez, con su cara de copla, se lo facilita.

La cárcel, en fin, inspira pero también ablanda. Los presos se ofrecieron a Sánchez, es decir, a apoyarlo para otro nuevo Gobierno siempre que “se comprometa a abordar el camino del diálogo y no niegue el referéndum de autodeterminación”. Puigdemont, que no ha pasado por las duchas alcalinas y ferruginosas de la cárcel, les desautorizó pronto: “¿Cuáles son las condiciones con las que hacemos política? Las del 1 de octubre. Es un mandato irrenunciable”. Torra también tuiteó que “Cataluña se autodeterminó el 1-O y proclamó la República el 27-O” y advertía a Sánchez de que “no renunciarían nunca”. Sí, es como una cadena perpetua.

Sánchez, en realidad, se mantiene fundamentalmente ininteligible, y no sólo porque lo viéramos hablar muy bajito ante unos jubilados (su campaña es de tono bajo en el sentido de que no se le oiga o se le entienda nada, o nada especialmente relevante). Un 155 pero no eterno, constitucionalismo pero insistiendo en más autogobierno y sin perder de vista el horizonte del “reconocimiento del carácter plurinacional”, líneas rojas que Iceta borra de repente con un meneo, y en ese plan. Sánchez no quiere a los indepes, que vienen como con cadenas y bolas gordas de preso de tebeo, pero aún no puede descartar que los necesite. Por eso habla así, que no llega ni al sonotone de los viejos.

Sánchez tiene novios, más blandos o más macarras, en la cárcel o en exilios achampanados

Sánchez tiene novios, más blandos o más macarras, en la cárcel o en exilios achampanados, pero no son los únicos. Y no sólo me refiero a un Iglesias deseando coger alguno de los feos ministerios de la Castellana para sovietizarlo aún más. En realidad, yo creo que Sánchez suspira por Rivera, a quien vimos haciendo campaña con unos moteros. Iba con esa equipación que llevan los moteros cuando entran en un bar (más completa y espectacular que la del motero que simplemente va a coger la moto) y yo pensé en cómo le sentaría, a pesar de todo, el sidecar del PSOE de Sánchez. Ese sidecar empujaría al centro a los dos y los alejaría de podemitas y voxistas. Pero ya no se lleva el sidecar, donde además nunca se montaría un guapo. Y a Rivera no lo vemos de Robin de un Sánchez al que considera más peligroso que los rancios de potaje de perdigones de Vox. Están Rivera y Sánchez más para un duelo de hachas que para vacaciones en Roma.

Los duros de talego se ablandan con las cartas y los bocadillos de la novia, se rinden ya ante Sánchez, se hunden en la melancolía de la litera aplastados por su armónica como por una locomotora. Pero es fuera donde los partidos se están volviendo patibularios, chulánganos y punkarras. Ayer conocimos que Ciudadanos va a presentarle una moción de censura al PP en el Ayuntamiento de Málaga. No es que sea lo más heavy de la campaña, pero es que en el texto se les coló que lo hacían para “tocar los cojones”. Los chungos del patio escriben cuentos donde se montan en aviones de papel (es la portada del libro de Junqueras) y mandan cartas con corazones en las íes y perfume de champú para barbas. Fuera es donde vemos cuero, navajeo y huevamen. Hasta unos cojones de puta mili en una moción de censura. Cojones municipales, cojones de concejalillo, cojones de primo del guardia urbano, pero cojones de campaña también.

Sí, en realidad no dejan de tocarnos los cojones, todos. Los presos como chulos tristes de la cárcel o Puigdemont con testiculario imperial y ridículo de huevo de Fabergé; los guapos de chupa al viento, los machos alfa de la izquierda y los otros de coquilla oxidada de conquistador. Pero seguro que entre tanta testosterona, tanto roce de jabón y tanta balada de la cárcel surgirá el amor o la necesidad, que en estos ambientes viene a ser lo mismo.