En la que hacía la tarde número 30 de toros sin parar en Las Ventas, en una feria marcada antes y durante por dos jornadas con todas las elecciones habidas y por haber, 30 tardes después, la política, la sociología, la mala educación, como quieran llamarlo, se hizo presente en la plaza.
Aparte de otros condimentos, la presencia del Rey en la corrida de la Beneficencia alteró sin duda los sentíos. De tal forma que cuando Su Majestad aún estaba en los pasillos del 1, antes de subir al palco, se montó una suerte de protesta espontánea de quienes eran víctimas del corredor de seguridad que impedía momentáneamente todo movimiento, como si estuvieran vociferando por la invalidez de un toro: palmas de tango en los pasillos antes del paseíllo; inaudito.
Se aparece el monarca finalmente en el palco, suena el himno, la normalidad. El respeto.
Sin embargo, por el devenir de la tarde que no acaba de romper, el alarido de Viva España y/o Viva el Rey se amontona. Fuego amigo desde cualquier rincón del tendido, grada o andanada. Viva España. Viva el Rey, 50 veces.
La cosa cansa.
Hasta que una voz aguda, desde los altos del 7, rompe y rasga el ambiente con un Viva la República.
Un sindiós. Las cabezas se giraron, los brazos señalaron y las gargantas se desbocaron: ¡¡Fuera, fuera!!.
Contrarréplica en aumento: Viva España, viva el Rey. Urdiales, entretanto, sin prestar atención al guirigay, sudando para ensamblar los ritmos con el toro de Joselito que iba y venía. Le faltó clarísimamente el arrebato de decir aquí estoy yo, un respeto para espantar de una toda la bacanal de vivas.
Como cualquier otro desahogo que no se corrige, faltaba la guinda: Ábalos, dimisión. Es indispensable recalcar que todo esto sucedía cuando Urdiales toreaba de muleta al sexto bis. El capo del PSOE y ministro en funciones sonrió con fair play, qué más se podía hacer. Al menos no siguió la cosa con un fuera, fuera al ministro.
A Urdiales prácticamente ni caso en este fragor de ocurrencias.
La libertad intrínseca al hecho de ir o no ir a los toros no debe ser cercenada porque esté el Rey y se aclame la República en un quejío que sonó más a cansancio por tanto viva España que a proclama revolucionaria antisistema. E igual de inoportuna la una y las otras mientras el torero está fajándose con la muleta.
A vuelapluma, la temporada 2019 transcurre con dos noticias a bordo: un año especialmente triunfal por la cantidad y calidad de buenas actuaciones en las grandes ferias y, en segundo lugar, una muy saludable puesta en escena en las plazas sin haber sido abducidas por el simplismo de que todos los que vamos a los toros somos de Vox. Santiago Abascal ha ido varias tardes a Las Ventas, se ha hecho muchas fotos, ha recibido muchas felicitaciones pero hasta ahí. Ni un gramo de protagonismo extra.
Monarquía, República, Vox o Podemos. Que prime la libertad, la educación, lo que los toros han sido siempre.
Curiosamente, ya entrada la noche, en Costa Leandro se hablaba de los 80 en Madrid, pura progresía, pura izquierda, Movida estudiada en los libros, y allí, entre los más venerados, el torero cincuentón del mechón.
El taurino ministro en funciones de Fomento tiene que volver a Las Ventas, o la vicepresidenta Calvo tal y como suena. En libertad; y, si no quieren, que no vengan. Pero una vez dentro, no les echemos.
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