A la Guardia Civil había que sacarla de la leyenda negra y de los perfiles de toro de Osborne, había que quitarle el capote de fantasma de ahogado y el barniz de los bigotes y el cigarro que enciende y apaga el alba, había que borrarle la sombra de luna del ciprés y el plomo lorquiano y el pavo con guindas. Y para eso, lo mejor es la ortografía. Se creerán ustedes que no, pero el guardia civil moderno ha dejado esa cara de torero muerto, de enterrador al vuelo, de cuervo de hierros, sin duda gracias a la ortografía. Ni quitarles el tricornio de yunque, ni ponerles el uniforme de enfermero, ni sacarlos de acompañar a El Lute para acompañar a los corredores de la vuelta ciclista, que parecen otro Lute despeñado con gallinas. La ortografía es lo que los ha puesto en Europa y lo que les ha quitado el clavo de la calavera. Y lo que los tiene acojonados. Ahora los aspirantes a guardias civiles no temen al sargento primero cabrón, ni a la noche de huesos que tiene el oficio, ni al terrorista con trapos en la bomba y en el alma. No, temen a la ortografía, con sus balas de señorita, balas del 22, en exámenes que parece que ponen unos justicieros de la historia.

El que diseña los exámenes puede hacerlo con el veneno del ego, pero también puede ser otro analfabeto, otro incompetente, o incluso el sobrino del analfabeto o el incompetente

La ortografía, una mili de ortografía tienen que hacer ahora los guardias civiles. Aquí en este periódico podrán ver ustedes el test de ortografía que, al alba de los paredones y de los exámenes, les ponen a las criaturas. Yo creo que detrás del examen está el Ministerio del Tiempo. El aspirante temblón y virgen de cuartel que los aprueba, porque sabe lo que es franjear o un jabeque, o el frange del escudo de armas o el brial del Guerreo del Antifaz, y sabe reconocer al abate y alejarse de los efebos (babilonios, sobre todo), no ingresa en el Cuerpo, sino que se va directamente al Ministerio del Tiempo, donde tiene que saber hablar así o se juega la vida. Reclutadores del Ministerio del Tiempo o redactores de la Enciclopedia de Diderot están haciendo los exámenes a esos aspirantes que, si acaso, están pensando en su curva de acecho, en su cono bien puesto, en su tabaco para el sargento, en su guardia sin novia, en su ciclista belga, en su cazador de patos, o incluso en su Gürtel o en su asesino cabañuelista. Pero nada, la escala básica de la Guardia Civil es una tapadera para volver a luchar con catapultas e intrigar entre dulcinistas y franciscanos. El latín, el latín es lo que les falta, ese guardia civil infiltrado de centurión o de obispillo con los Borgia podría cambiarlo todo. Y aquí estamos, cachondeándonos de los exámenes que la autoridad les pone para salvar el mundo.

Sin embargo, mientras encontramos los pasadizos del Ministerio del Tiempo por entre aljibes y preparamos bastos sayales para las misiones, mejor será considerar que estamos ante las viejas instituciones patrias de la incompetencia y de la vanidad. A lo mejor un burócrata o un chusquero se leyó algo de Pérez Reverte, que escribe entre marino mercante y actor del Tren de Cervantes, y lo quiso poner en el examen en el que creía, como pasa tantas veces, que se examinaba él, de listo, de guay y de puñetero. Aquí, que tengamos guardias civiles eficientes, como licenciados eficientes, como funcionarios eficientes, es lo de menos. Tumbar con un latinajo, con una referencia recóndita, con una ecuación retorcida, es lo que da prestigio aquí en las cátedras y en los púlpitos. El que diseña los exámenes, ya digo, puede hacerlo con el veneno del ego, pero también puede ser otro analfabeto, otro incompetente, o incluso el sobrino del analfabeto o el incompetente, que suelen llegar alto y lejos aquí. Así es como se va haciendo esta España de guardias civiles medievalistas pero universitarios ágrafos, y de estudiantes y opositores acojonados por si les toca el típico examen que ha hecho un graciosillo o un pedante o un rebotado o un heredero del aula o del paraninfo.

La Guardia Civil, ya ven, está preparando ahora templarios o tercios de Flandes. O es que España quiere enterrar, como decía, la leyenda negra, el guardia civil como gárgola de las noches de lobos y furtivos, haciendo que sus agentes te reciten un rosco de Pasapalabra en vez del Código de Circulación. Ha cambiado mucho el Cuerpo, y está bien que cambie el temario. Ahora, se han incluido hasta los delitos contra la Constitución, para que eso de la rebelión no se trate sólo en las tertulias chancleteras de la tele. Pero un guardia civil no se puede quitar las gafas oscuras con resol de charol como si Sánchez Dragó se quitara las suyas de vieja. No queremos guardias civiles así, señores, que eso acojona más que aquellas parejas de guardias como toreros muertos que querían llevarte con ellos a la muerte, o por lo menos darte el susto y la multa por estar vivo. El susto y la multa, ya saben, te los llevabas siempre.