El mensaje de náufrago de Podemos a Sánchez era de más de cien páginas de papel reciclado, basto como el del mapa de un tesoro. O así me lo imagino, llegando a Doñana como en ánfora, con su modestia y su desesperación de barquito de corcho. Todo para que Sánchez lo rechazara apenas apartando sus gafas de sol un momento, como el Horatio de CSI Miami o el Sonny Crockett de Corrupción en Miami (Doñana es Miami cuando está Sánchez, con lanchas bala, con flamencos rosas de silueta de pub, con sillones de Emmanuelle, con palmeras de apio en los cócteles). Más de cien folios, cuatro propuestas diferentes como platos combinados de ministerios y croquetas, medidas precisas con su justificación, su urgencia, su ideología apocalíptica, terminal y hambrienta. Pero Sánchez levantó una ceja, respiró el incendio de pájaros y mermeladas que traían la mañana del Coto y la de las noticias, y tiró la propuesta de Podemos a la piscina, como hacía Umbral con los libros malos, o sea todos.

Ni en Podemos se creían que Sánchez podía retomar de nuevo las negociaciones en medio de este sopor, de esta siesta de perro que es agosto

Cuando se quiere se puede, venían a decir los podemitas, ya con el último recurso triste de la feria del triste, el de la galletita de la suerte. Pero Sánchez no quiere. No quiere independientemente de lo que Podemos pueda poner en esos papeles que le mandan ahora en globo o en kayak, como la última oferta para evitar una guerra colonial, mientras Sánchez dormita tras la mosquitera, con dátiles y flabelos, con el único miedo de que se lo coma un tigre de Bengala. La propuesta se la ha mandado Unidas Podemos también a los medios, claro, para que el PSOE no pueda luego negarlos o convertirlos en meme o en fake. Quedará así la prueba de la desgana y del desprecio de Sánchez, pero yo creo que ni en Podemos se creían que Sánchez podía retomar de nuevo las negociaciones para un Gobierno de coalición, menos ahora en medio de este sopor, de esta siesta de perro en la higuera o en la cocina que es agosto.

Se quema Canarias, aislada y dolorosamente, como se quema en un incendio mayor de la casa un pequeño papel con un íntimo número de teléfono. El Open Arms ya mezcla la necesidad humanitaria con la guerra política y el ajedrez jónico por el Mediterráneo. Con todo esto, ya ven, Sánchez apenas reacciona, o reacciona negando lo que ha dicho antes o inventándoselo, como los recién despertados. Y quería Podemos que se leyera y evaluara un tocho de cien folios, rasposos como una guía telefónica, y que encima le estropean la única determinación que ha tomado Sánchez desde hace mucho: investidura gratis, por mi cara bonita y mi chulería Old Spice, o nuevas elecciones y allí nos vemos.

Sánchez ya no puede disimular que, simplemente, no quiere nada con Podemos. Salvo, claro, su rendición rodilla en tierra

Nada iba a pasar con esta propuesta, claro. Lo sabíamos antes de que Luis Planas, desde la radio como desde un helicóptero (no sólo Sánchez, sino todo el Gobierno de Sánchez parece hacerlo todo desde un helicóptero) dijera que el plan del presidente era terminar sus reuniones con los “representantes de la sociedad civil” y luego retomar “los contactos políticos”. O sea, primero la siguiente campaña electoral y luego lo de su actual investidura. También la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, siempre como en mitad de la urgencia de un cólico, se limitaba a señalar en La Sexta lo de la “propuesta programática”, no discutida de momento con los partidos, sino con las peñas. Así trabaja Sánchez, llevándole la contraria no sólo a la lógica o a la coherencia, sino al tiempo, a la flecha termodinámica del tiempo.

En su isla apalmerada, en su casino con forma de flamenco, en su chiringuito decorado con cocos, lanzas y piezas de hidroavión, en su cortijo de pies en salmuera, le alcanzó a Sánchez la propuesta de Podemos de una nueva coalición. Esa coalición de la que ya se libró por los pelos, gracias a la puritana torpeza de Iglesias. A Podemos, es cierto, le queda un buen relato para culpar a Sánchez. Tras aquel error o flaqueza, Sánchez ya no puede disimular que, simplemente, no quiere nada con Podemos. Salvo, claro, su rendición rodilla en tierra, bajo sus trenzas de Khaleesi, que además es lo que les pide a todos. A Podemos le queda el consuelo de la izquierda, que es el consuelo de siempre, el de fracasar con todas sus fuerzas. Y a Sánchez lo que le queda son muchos margaritas hasta septiembre y mucho vicio en Miami.