Para Pedro Sánchez la negociación con Unidas Podemos (UP) forma parte de su campaña electoral, como se evidenció en el acto de presentación de las 370 medidas de su propuesta programática del pasado martes o ayer mismo en la reunión con los representantes de la coalición morada.

Aunque habrá más encuentros, el fracaso de la primera ronda no hace sino constatar la falta de voluntad real de los socialistas de pactar un gobierno con UP. La negociación se ha convertido en un trágala.

El presidente, sin embargo, podría lograr fácilmente el apoyo de Pablo Iglesias. Bastaría con que le ofreciera lo que ya le ofertó en el mes de julio, un día antes de la fallida investidura. La razón por la que Sánchez dice que ha retirado de la mesa la propuesta de un gobierno de coalición es poco creíble. "Ya tuvieron su oportunidad", afirma el presidente y repican sus ministros. En política, el ahora o nunca suele ser un subterfugio para ocultar las verdaderas intenciones ¿Por qué era bueno para los españoles que hubiera tres ministros y un vicepresidente de UP en el gobierno hace dos meses y ahora sería malo?

Ese planteamiento encierra , cuando menos, una concepción patrimonial del Estado. Como los chicos de Podemos se han portado mal, les castigamos sin recreo; o sea, sin puestos en el gobierno. Si la razón de fondo -ese es otro de los argumentos que se han esgrimido en un proceso negociador que ha tenido más de juego de pillos que de búsqueda de un gobierno estable- son los desacuerdos en los grandes temas de Estado, lo lógico hubiera sido no ofrecerle en ningún caso a los podemitas entrar en el gobierno. Si eso se hizo a sabiendas de que UP lo que quería era "tener un gobierno dentro del gobierno", la irresponsabilidad de ceder tres carteras y una vicepresidencia resulta más que evidente.

Pero no es eso. La imposibilidad de llegar a un acuerdo es que Sánchez no lo quiere, mientras que Iglesias necesita llegar a un pacto "no humillante" para evitar unas elecciones que, según todos los sondeos, reducirían de forma drástica su peso parlamentario.

El fracaso de la reunión demuestra que Sánchez quiere elecciones. Pero la seguridad de que el PSOE obtendría una cómoda victoria podría desmovilizar a parte de sus votantes

El presidente y sus asesores creen que las elecciones son su arma de destrucción masiva contra el partido de Iglesias. Ganar en una nueva confrontación electoral el 10 de noviembre no sólo serviría para evidenciar la falta de alternativas al PSOE, sino también para darle la puntilla a un competidor que un día pretendió arrebatarle la hegemonía entre los votantes de izquierda y estuvo a punto de conseguirlo.

Por eso, para que la victoria sea completa e incontestable, Sánchez tiene que demostrar a una parte de los 3,7 millones de personas que votaron en abril a UP que Iglesias ha impedido la puesta en marcha de una alternativa progresista por su obsesión por sentarse en el Consejo de Ministros.

En esta fase de la precampaña, Sánchez no polemiza con la derecha, sino con su hipotético socio de gobierno. El objetivo ahora es demostrar a esos votantes fluctuantes de izquierdas que el PSOE es la única garantía para llevar a cabo unas propuestas que, aunque irrealizables (para botón de muestra, la opinión de la CEOE que se recoge en estas páginas), colma las aspiraciones del ideario socialdemócrata: más gasto público, más impuestos y subidas de salarios y pensiones.

La oferta a UP de cargos en instituciones como la CNM, el CIS o el Defensor del Pueblo no sólo refuerza esa idea patrimonialista del Estado, sino que supone una afrenta para un dirigente que pretendió hace sólo unas semanas sentarse junto a Sánchez en un gobierno bicéfalo.

Causa estupor la capacidad del presidente para amoldar su discurso a las circunstancias. De pretender acabar con las puertas giratorias hemos pasado a poner en práctica una de las recetas más deleznables de la vieja política: utilizar los organismos independientes como premio de consolación para los políticos que no han logrado sentarse en un Consejo de Ministros.

Nos esperan casi dos semanas de marear la perdiz para que, al final, lleguemos al punto que quería el presidente. La cuestión es si Iglesias va a saber utilizar el victimismo como un arma electoral de efectos insospechados para el PSOE.

A diferencia de lo que ocurrió en el mes de abril, en el que el miedo al auge de la ultra derecha sirvió como motor de movilización del electorado progresista (la participación alcanzó el 75,75%), ahora ese argumento ha perdido valor. No hay ninguna encuesta que dé posibilidades a que una coalición de PP, Ciudadanos y Vox pueda lograr acercarse a la mayoría para poder formar gobierno. Pero el escenario de cómoda victoria para Sánchez puede convertirse en su principal enemigo. Si una parte de los votantes del PSOE se quedan en casa e Iglesias consigue que los suyos vayan a votar como gesto de rebeldía y desagravio, el resultado puede llevar a una situación muy parecida a la que tenemos ahora. Con una diferencia: Sánchez tendrá que sentarse a negociar en serio para formar gobierno.