El independentismo se prepara para hacer frente al Estado español, a sus leyes, a sus severos jueces vestidos de abuela y a sus políticos sordos ya de tanta gallera. Y lo hace con pollitos de goma y estrellas humanas y gente disfrazada de minion o de luchador mexicano de la república. Cuando se manifestaron en Madrid, como si hubieran volcado en la Cibeles todos sus quioscos de chucherías y caretas, la capital respondió con un silencio indiferente, escéptico y distinguido. Aquello podría ser una cosa indepe o podría ser la boda del Spiderman gordo de la Puerta del Sol. A Madrid no le importaba porque Madrid lleva toda la vida viendo pasar historia, dinastías, revoluciones y falsos cojos de iglesia, y no se va a alterar porque lleguen mil ciegos de cordel o mil hinchas del fútbol o mil toreros andaluces o mil chinos de Cataluña, con derecho a hacer el chino. Quiero decir que el Estado no tiene que asustarse de los frikis y que la Diada sigue siendo esa cosa de chinos que uno mira achinando la mirada, pero sin darle demasiada importancia.

Ya no tienen más historia que hacer, se les acabó con el farol de declarar la independencia durante ocho segundos de coitus interruptus

Las cosas serias no ocurren cuando la calle está tomada por medio millón de personas vestidas de minion. Ni siquiera cuando Torra habla en el balcón, con guantes y gafas de supervillano, para medio millón de minions (que también son ganas de hacerse la parodia ellos mismos). Las cosas serias pasaban con el Senado votando el 155 y con el juez Marchena explicando a Gandhis de porro mojado y a capuchinos del supremacismo qué significa el imperio de la ley. El Estado tiene a sus jueces como silenciosas y lentas costureras, las revoluciones tienen a sus revolucionarios en una guerra de bayonetas y caballos de Goya o Delacroix, y el independentismo catalán… pues tiene un pasacalles de sirenitas, waterpolistas, Pikachus y Fumanchús. Me doy cuenta de que paso de los pitufos del artículo de ayer a los minions de hoy, pero es que el independentismo catalán es como una cabalgata de Goofy.

Esta Diada sí que va a ser histórica, acojonante y definitiva. En esta Diada se van a juntar el tsunami democrático, con toda esa gente vestida como para un aquapark; el tuppersex indepe de Llach, como una despedida de soltera; el ultimátum de Torra, como una amenaza de Rompetechos; los efluvios sardanescos del Atomium de Puigdemont, como el que decía “mira la magia de mi melena”, y en general todo el tapón de pelo, gente y desesperación de un independentismo sin salida, lleno de rencor y sobrado de colchonetas de colores. Pero, en realidad, esta Diada no va a ser ni más histórica ni más revolucionaria que otras. Ellos ya no tienen más historia que hacer, se les acabó con el farol de declarar la independencia durante ocho segundos de coitus interruptus. A partir de ahí, todo ha sido justificar el error y planear el repliegue. Tampoco va a ser más revolucionaria, porque nos han demostrado que son incapaces siquiera de nombrar la revolución, menos de hacer una de verdad; una donde se asuma la condición y el riesgo del revolucionario, como la del torero o la del amante.

De momento, y de manera inaudita, parece que TVE va a retransmitir la Diada por La 2, como si fuera un compromiso con esos partidos de hockey sobre patines que no le importan a nadie

Nos han enseñado todo ya, la verdad. Se están quedando sin pinturas, sin disfraces, sin epítetos, sin eufemismos, sin cataclismos. Así que esta Diada lo que parece es un saldo de todos esos chinos que usan ellos, esos chinos que ya se rinden de ser saqueados. Cada vez les cuesta más inventarse un hashtag y escoger un color. Pero, a la vez, es lo único que les queda, este espectáculo de circo triste. Todos los circos son tristes, como despintados de sus fantasías, pero el del independentismo lo es más. Sin embargo, ahí está su vida, como la del tragasables. Sobre todo en el caso de Puigdemont, que depende del espectáculo que dé él, como una estatua viviente, mientras Junqueras, desde su celda de templario, piensa más en el poder que en el numerito. La supervivencia de una familia de circo, de eso se trata. Por eso tienen que hacer cosas de circo y sacar a la calle elefantes con birrete y señoritas de trapecio con postura de lamparita y forzudos bigotones con bíceps y pesas de gomaespuma.

Así van a hacer frente al Estado, que responderá con ese silencio escéptico de su capital, del Madrid sabio y de mil leches, o eso es lo que debería pasar. De momento, y de manera inaudita, parece que TVE va a retransmitir la Diada por La 2, como si fuera un compromiso con esos partidos de hockey sobre patines que no le importan a nadie. Esperemos que eso de que la tele pública salga al balcón macetero de la Diada no signifique nada. La verdad es que el único que puede romper ese silencio, esa macicez de escultura callada del Estado, es Sánchez. También es el único capaz de robarle sus minions a Torra, a Puigdemont y a cualquier otro que se atreva a disputarle su avión atómico o su plan maestro para dominar el mundo.