Rosa Díez, con su pelo de mecha, con su nerviosidad y su figurilla como de escoba encantada, estaba en un lugar de resistencia. La nueva política nació en dos lugares de resistencia, lugares en los que la vieja política había creado aberraciones o las había dejado crear: una democracia contrahecha, con una gente con gafas de culo de porrón de la raza, incluso con sangre dentro, relativizando y pervirtiendo los derechos ciudadanos mientras exaltaban los derechos naturales de los tocones mágicos de sus abuelos cavernícolas. Todo, ante la vista gorda de los señoritos de Madrid, de los grandes partidos turnistas. Esos lugares de resistencia eran, claro, Cataluña y Euskadi. De ahí salieron Ciudadanos y UPyD. Aunque Cs era hasta hace poco sólo una cosa local, zumbona y algo cervantina, como el tapicero de la furgoneta.

Rosa Díez es una socialdemócrata, o social liberal, en un país en que la socialdemocracia sólo es una olla ropavejera de tics, de coletillas y de visados que te tiene que dar Carmen Calvo

UPyD fueron también Savater o Buesa, claro, pero fue con Rosa Díez, vestida siempre como de su cumpleaños de niña, con quien empezó a sonarnos ese reformismo lejos de las antiguas revoluciones del bieldo o del art déco, lejos del orondo discurso de campanilla de Corpus de la derecha, y de la socialdemocracia yeyé que seguía con sus mitos y su chaqueta de Alfonso Guerra, aunque cada vez más contaminada de posmodernismo y de tarot progre. UPyD, con su color de chicle, con ese republicanismo cívico que quería quitarnos de la cara todos esos terrones de tierra mitológica y fango ancestral, con su espíritu progresista pero antinacionalista (los progres habían caído, y ahí siguen, en el aciago, retrógrado y antihumanista arcaísmo de los nacionalismos esencialistas), tuvo en fin su moda de chicle de moda, como su color. Luego, alguien vio más aseadito a Rivera en bolas que a Díez con sus gafas de leerte la cartilla. A Díez la acusaron de autoritaria, empezó todo aquel movimiento que pedía la unión con Ciudadanos, le salieron críticos, apóstatas y saboteadores, y el caso es que UPyD se quedó en un sabor de helado y Rosa Díez, en bruja de Twitter.

Rosa Díez estaba en un lugar de resistencia, decidió quedarse en la resistencia, por cabezonería o por principios o por egoísmo, pero allí se quedó. Resistiendo a ETA, al zapaterismo y hasta a la moda de Ciudadanos, que a ratos parecía (sigue pareciendo) no ya un partido ad hoc, sino artificial, como una boy band. Rosa Díez es una socialdemócrata, o social liberal, en un país en que la socialdemocracia sólo es una olla ropavejera de tics, de coletillas y de visados que te tiene que dar Carmen Calvo. Es una reformista en un país que no quiere cambiar nada aunque se queja de todo. Ya ni Ciudadanos quiere cambios, sólo quedarse con lo del PP como si fuera un estanco. Rosa Díez es una española que no necesita la espada del Cid entre los huevos, como Vox, ni sufre, como la izquierda, el complejo de tener que ir contra Colón pero a favor de la oronda y supremacista burguesía catalana, un poner. Rosa Díez es un animal político que no tiene ni partido político. O sea, que Rosa Díez sigue en la resistencia.

No creo que Rosa Díez vaya a volver a la política y menos al PP. Creo que el PP quiere escenificar que no hace falta estar de acuerdo en todo para llegar a acuerdos

Rosa Díez sigue en la resistencia, y yo creo que es por eso que el PP, o Cayetana, que es la figura mercurial que veo detrás, la ha invitado a ese evento o reunión de prueba, que ha sido como el cumpleaños fracasado y sin amiguitos de un niño repipi. El PP aún se tiene que comer el merengue solo, España Suma suena a eslogan de la selección de baloncesto, y aquí no se ponen de acuerdo las izquierdas ni las derechas porque, si no, esto no sería España. Aquí creemos que hay que ponerse de acuerdo en todo, cuando se trata de ponerse de acuerdo en algo. Les pasa a Sánchez, a Iglesias y a Rivera. Hay que ponerse de acuerdo en lo sustancial, sobre todo cuando estamos en un lugar de resistencia. O sea, donde la democracia está contrahecha, y una gente con gafas de porrón pervierte los derechos ciudadanos, y en Madrid hacen la vista gorda, otra vez, con el culo en el rico jacuzzi corintio de la Cibeles.

Yo no creo que Rosa Díez vaya a volver a la política y menos al PP. Creo que el PP quiere escenificar que no hace falta estar de acuerdo en todo para llegar a acuerdos. Que se puede unir lo diferente para construir algo común, y perdonen que me ponga así como masónico. Con Rosa Díez sería posible. Con Ciudadanos, cuando era aquel Ciudadanos con espíritu modesto y cervantino, también. Pero con Rivera, ya no sabemos. Y con Vox yo creo que es imposible. E indeseable. Vox tiene su catecismo de pan duro y guantazos de padre del que no puede salir porque, simplemente, no va más allá. Tendría que dejar de ser Vox, que sería como dejar de ser amish. Unir lo diferente cuando estamos en un lugar y un tiempo de resistencia. Sería posible incluso con otro PSOE, uno en el que no estuviera Sánchez, claro. Agrupar no siglas, sino espíritu cívico y constitucionalista. Y hacer visible la posibilidad de acuerdos metaideológicos para salvaguardar ese corazón cicatricial de la democracia. Quizá algo de esto pueda ir calando. Incluso en Rivera, que ahora está en política como en Falcon Crest. Y también en el PP, que hace nada estaba, como quien dice, entre la notaría y Medinaceli.