El juez Marchena, pedagógico, riguroso, paternal, evangélico, era como el San José del retablo del Tribunal Supremo, hecho todo como de una madera de alcoba o de Noé. Marchena era un santo de paciencia y de buril, que parecía tallar la ley en pequeñísimas cenefas de la sala, en precisas frases en el aire y en orondas molleras indepes, vírgenes de ley como un tocón está virgen de gubia. Más que héroe, que decían algunos, Marchena se me hacía un institutor. Era el cura de la ley que venía con crujiente sotana de la ley, lo único que cruje entre los grandes silencios de la ley, que son como los silencios de Dios. Y venía a enseñar el catecismo antes que a condenar. Era como un cura de coro, enseñando solfeo con las almas pecadoras, antes que el cura que las mandaba churruscar en el infierno o en la chimenea, junto con las trenzas cortadas de las beatas.

Yo sigo viendo a Marchena así, como institutor, como un profesor del plateresco salmantino de la ley, que se ve que el hombre tiene gusto por explicar las cosas hasta para los marmolillos que creen que la democracia es la vomitera de la gente. Por eso estoy deseando que Marchena nos explique cómo es que todo aquello fue sólo una cuestión de orden público, como un jaleo de estibadores. Y cómo es que derogar la Constitución y declarar la independencia de una parte del Estado no es un ataque al orden constitucional, el mayor que puede haber. Soy yo el que se ve ahora como marmolillo a instruir, por supuesto, y sé que Marchena, que ha estado redactando seguro todo eso, delicada pero firmemente, entre frufrús de plumín y de entrecejo, lo va a aclarar muy bien. Si no, va a parecer que tanta ley explicada por él en recitativos con órgano, como en una Pasión de Bach, tanta ley descendiendo sobre humildes pastorcillos sin ley, tanta ley cayendo como una columna salomónica sobre cabezas cuadradas o de huevo, tanta ley, en fin, se resume en tirar por la calle del medio o por la de La Moncloa.

Marchena va a tener que explicarme muy bien cómo todo el procés tiene el grosor de un tabique y la importancia de un chaflán.

La sedición suena a Salgari o a Monty Python (“66 sediciosos de Cesarea”, recuerden). Pero a mí siempre me sonará a aquel hombrecillo de barba marxista y barriga redondita, aquel hombre que era como un Marx bebé, y que en mi pueblo se opuso a que se cerrara el extremo de una calle, mi calle por cierto. En eso tenía el hombre su causa, junto con otros cuantos marxistas de papilla, y hacían sus sentadas y sus pancartas y a lo mejor un pequeño sabotaje con la hormigonera. Aún recuerdo aquel coro de marxistas y vecinos (quizá también como en una Pasión de Bach) quejándose en la prensa de que los habían acusado nada menos que de sedición por aquello, que cómo podía ser esa barbaridad. A mí, claro, la sedición ya se me quedó como algo de tirar una tapia que han levantado el Ayuntamiento o Fomento, una especie de delito contra el señor perito. O sea, que Marchena va a tener que explicarme muy bien cómo todo el procés tiene el grosor de un tabique y la importancia de un chaflán.

            Marchena, juez que habrá redactado esta sentencia como una cantata, mitad matemática y mitad teología, seguro que explica todo esto muy bien, adelantándose a mis dudas de marmolillo, de todos los marmolillos en realidad, incluidos el juez instructor y la Fiscalía. Porque ahora parece que uno puede declarar la independencia de Cataluña, o de Burguillos, saliendo al balcón de los cohetes y de la reina de la vendimia, desde la propia institucionalidad, desde el propio Gobierno, desde el propio Parlamento, y que no pasa nada mientras no se despierte a ningún guardia, mientras no salga un señor vestido de húsar o de miguelete a declarar que aquello es una rebelión disparando un trabuco. O, si acaso, pasa lo mismo que si tiramos a patadas un urinario público bien planificado por el señor perito (el señor perito es el bien supremo a proteger).

Explicar que no se vea violencia, cuando declararte Estado ya supone que te atribuyes el monopolio de la violencia

            Estoy deseando ver con qué suave y pegadiza pedagogía explica Marchena todo eso, igual que aquel buen profesor que hacía Fernán Gómez explicaba lo de la lengua de las mariposas. Explicar que si toda la institucionalidad, incluyendo fuerzas armadas como los Mossos, participan en la sustitución de una legalidad por otra, en la abolición de la Constitución y en la segregación de una parte del Estado, eso sea equivalente a oponerte a una rotonda. Explicar que no se vea violencia, cuando declararte Estado ya supone que te atribuyes el monopolio de la violencia, y la amenaza de usarla, sobre todo teniendo a tus órdenes un cuerpo armado. No, Marchena explicará muy bien que lo importante eran las abolladuras de los parachoques de los coches de la Guardia Civil, y las encerronas a los funcionarios por los palomares de Barcelona. Y eso tampoco es para tanto. Un barullo, cuestión de orden público, que es lo que protege el delito de sedición. Lo que protege el delito de rebelión, el propio orden Constitucional, nunca estuvo en peligro. Estoy deseando ver cómo Marchena lo explica con esa redondilla de su voz trasladada al papel, a la partitura o a la madera, igual que Bach trasladaba la piedad divina a los oboes, igual que Sánchez traslada su piedad a la Abogacía del Estado.