Era 2012 y el PSOE andaluz hacía campaña con unos dibujitos en los que Andalucía era la aldea gala de Astérix rodeada de las gaviotas del PP como águilas de chiringuito, unos pajarracos de mango de bastón y estandarte legionario. Entonces, casi todo el PSOE era el PSOE de Andalucía. El socialismo había rendido sus territorios y sólo resistía allí, a base de gazpachos mágicos y de un alarde de bigotes más de mariachi que de forzudo. Chaves ya se había ido, pero estaba Griñán, que había heredado el castillo y lo mantenía sin tocar nada, aportando sólo su presencia de fantasma cansado y como escocés. 

Tras el final sonriente y catastrófico de Zapatero, final de bonzo, sólo quedaba el fortín andaluz. Andalucía era la esperanza, el espejo, el vivero, el símbolo, era la Roma del socialismo español. Pasara lo que pasara, siempre quedaba el PSOE andaluz, invencible e inamovible, más orografía ya que política. Aun con los ERE, el PSOE se refugiaría en Andalucía y renacería con una majestad cenicienta. En eso confiaban y eso fue lo que pasó. Aunque esa aldea de Astérix, ya saben, era una resistencia dopada con cataplasmas de druida. En este caso, dopaje de clientelismo. 

Es la herencia andaluza, la herencia de los ERE, la que termina haciendo posible a Sánchez. Luego se ha demostrado que Sánchez no es del PSOE ni es de nada, sólo de sí mismo

El PSOE andaluz, con su ejército terroso de pobres y su jardín de las Hespérides institucional, ha salvado y ha conducido al PSOE nacional no ya tras Zapatero, sino incluso antes. Ni siquiera ZP se atrevió a tocar la máquina perfecta que ganaba elecciones como moviendo el mismo carro del sol, cosecha tras cosecha. Y esa dirección espiritual del PSOE andaluz forma una cadena eclesial o heráldica que va desde Felipe González al propio Sánchez.

Felipe envía a Chaves a Andalucía. Chaves inventa un sistema de reparto entre clanes, de barbecho político y de clientelismo de miguitas y caramelitos que termina siendo imbatible y que convierte al PSOE andaluz en la federación más poderosa. Ese cortijo de rocines flacos y capataces gordos lo hereda tal cual Griñán, al ser Chaves señalado por los ERE. Griñán, también manchado por los ERE, se lo cede a su vez a Susana, que sólo cambia un reinado de butaca de viejo por un trono de Virgen de la vendimia. Susana, crecida ante su poder, el del PSOE andaluz, empieza a pensar en Madrid como una cupletera. Sin embargo, ante la posibilidad de quemarse demasiado pronto, decide buscar a alguien para que le guarde el sillón. Y elige a Pedro Sánchez.

Tengo delante (el libro se me enciende de vez en cuando en el estante como los libros de los santos) el párrafo de Instinto de poder, de Carmen Torres, en el que cuenta cómo Susana indaga a Antonio Hernando acerca de ese joven Pedro Sánchez que viene recomendado por el mismísimo Bono, capellán casamentero del PSOE. “Oye, Antonio, ese amigo tuyo, Pedro Sánchez, ¿es de fiar?”. “Es de puta madre, es un tío estupendo, tienes que conocerlo”. Susana insiste: “Sí, pero, ¿es de nuestra cultura? ¿Es del PSOE?”. Ahí está la clave. Ser del PSOE no es simplemente pertenecer al PSOE, claro. Ser del PSOE es ser de su “cultura”. Esa cultura de lealtades y silencios en la que son posibles Chaves, Griñán, Susana y los ERE. Es en esa cultura en la que crece y se encumbra Sánchez. Es la herencia andaluza, la herencia de los ERE, la que termina haciendo posible a Sánchez. Luego se ha demostrado que Sánchez no es del PSOE ni es de nada, sólo de sí mismo. Pero la cadena, como esa cadena de manos o de cubos que hacen los ecologistas o los bomberos, llega directa y húmeda de Chaves hasta Sánchez. 

Ahora Sánchez es todo. Él es ahora la aldea gala. Él es ahora todo el partido. Tanto, que podrá finiquitar a Susana, la que lo escogió. Una forma hasta poética de continuar la cadena

No está diciendo uno que haya una marca de Caín de los ERE ahí en Sánchez, como una flor de lis. Sólo que esa “cultura” es el sostén de continuidad que aún nos permite saltar en el PSOE de año en año, de muerto en muerto y de jefe en jefe. Y que es esa “cultura” la que sigue haciendo de menos el escándalo de los ERE y diciéndonos que malversaba y prevaricaba gente buena, honrada y dignísima (o sea, que hay malversación y prevaricación buena, honrada y dignísima). Esos lamentos y evocaciones de cementerio de pueblo, Bono con su moquero de domingo y tal, que olvidan los millones que trincaron concejalillos, cuñados y arrimados del socialistismo, y esas juergas de putas y coca como con música de Los Chichos. 

Sánchez fue elegido gracias a la “cultura” del partido, que yo creo que él no traicionó, sino que mejoró ganándole a Susana en conspiraciones y en muertos con el té en la mano. Será por esa cultura que Sánchez calla sobre los ERE. Podría desmarcarse, pero lo último que le conocemos es que cree en la honradez de Chaves y Griñán. O sea, que le parecería honrado crear una partida, que quizá llamaría “amor progresista”, que permitiera dar dinero público sin explicaciones (imaginen a Iglesias con tal herramienta). Por cierto, su ministra María Jesús Montero no sólo sacó en su día la pancarta y el pañuelito por los acusados, sino que estuvo en los gabinetes de Chaves, Griñán y Susana. Ella ha pasado por toda la cadena, hasta Sánchez. Es como el mascarón de proa de todo ese viaje.

Ya hemos visto a Ábalos decir que esto no tiene nada que ver con el PSOE, y por supuesto Sánchez no va a dimitir, ni siquiera se va a desmarcar del ternurismo de visillo y felpudo de Bono. Ahora Sánchez es la resistencia contra el fascismo, la derechaza, el bloqueo y la corrupción; contra la injusticia, la pobreza, el machismo y el cambio climático; contra el independentismo incluso, aunque con el independentismo. Ahora Sánchez es todo. Él es ahora la aldea gala. Él es ahora todo el partido. Tanto, que podrá finiquitar a Susana, la que lo escogió. Una forma hasta poética de continuar la cadena. Al final, la “cultura” del PSOE pervivirá.